Luigi Fabbri (1877 - 1935)
"Recientemente se publicó en "Avanti" un libro de Lenin escrito después de la revolución, que por su título prometía agotar el tema de los problemas de la relación entre la Revolución y el Estado. Pero confesamos que estamos muy desilusionados.
La personalidad de Lenin quedará grabada con letras de fuego en la historia. Si sólo fueran estos tres años, desde que el partido instaló su poder sobre un pueblo de 300 millones de habitantes, esto bastaría para atestiguar la poderosa energía moral y material de este hombre que un día figurará entre los nombres más famosos de la historia.
Pero donde nos parece que sus apologistas se han equivocado en la exaltación de su maestro es cuando nos lo presentan como "el gran teórico del socialismo". Salvo que hablemos de obras anteriores escritas en ruso y aún no traducidas al francés o al italiano, todo lo que se ha publicado aquí muestra a Lenin como un fuerte polemista, un hombre que sabe manipular los textos del marxismo para hacerles decir lo que quiere, un escritor sin pelos en la lengua, hábil tanto en la argumentación como en la invectiva, pero sin ideas propias, sin una visión genial del conjunto, y árido, sin ese fuego interior que siempre hace revivir los escritos de Marx, Mazzini, Bakunin. Asimismo, su cultura histórica y sociológica (al menos en lo que hemos leído hasta ahora) parece vasta y profunda, ciertamente, pero sólo en lo que respecta al marxismo. Parece que no existe nada más para él.
Algunos han intentado verlo como un continuador de Marx. Qué error! Sólo tiene los lados menos simpáticos de Marx, un exclusivismo feroz, el desprecio por los que no piensan como él, la dureza del lenguaje, la tendencia a derrotar al adversario con ironía y sarcasmo, la intolerancia de toda oposición. Como hombre de acción, o mejor dicho, como guía o líder de hombres de acción, Lenin es verdaderamente una personalidad que no tiene parangón en la historia del socialismo, y el propio Marx no podría compararse con él, ya que era más un hombre de pensamiento que de acción. Pero como teórico, Lenin ciertamente no añade nada a Marx, cuya exégesis, comentario e interpretación simplemente hace, cuando no es un sofista.
Nos fortaleció en esta convicción la lectura del último libro "El Estado y la Revolución", al que nos lanzamos con avidez ya que prometía tratar el problema que nos interesa: a saber, si el Estado puede ser efectivamente un instrumento de la revolución, o si es más bien un obstáculo, una molestia, un impedimento continuo para su desarrollo, contra el que hay que luchar continuamente, tratando de destruirlo y de disminuir su poder mediante una oposición ardiente y constante.
A cambio, sólo hemos encontrado, en el libro, un tratado para "uso interno" del partido socialista. Lenin demuestra o intenta demostrar que el sistema de dictadura está en armonía con la doctrina marxista y nada más. Parece que nunca duda de que se puede ser socialista sin ser marxista y que la revolución no se puede adaptar, sin mutilarla, al encaje procusto de una determinada escuela doctrinal y unilateral.
La demostración de Lenin no nos satisface ni siquiera desde el punto de vista del marxismo. A pesar de ciertas expresiones, utilizadas para dar fuerza a su afirmación más que para ser tomadas en su sentido literal, Marx concebía, para la revolución, un proceso democrático, que por supuesto sería un puño de hierro contra la burguesía, pero que dejaría al proletariado y a las diversas fuerzas y corrientes socialistas aquellas libertades que se han seguido llamando democráticas (voto, prensa, reunión, asociación, autonomía local, etc.) siempre que se basen en la preponderancia de las mayorías a través del sistema de representaciones.
Los anarquistas también nos oponemos a este sistema, porque no reconocemos el derecho de las mayorías a oprimir a las minorías, porque creemos que las libertades prometidas por el sistema representativo son ilusorias o incompletas. En este sentido, somos antidemocráticos. Pero por la misma razón, y con mayor hostilidad, nos oponemos a la dictadura, que nos negaría incluso las raras e ilusorias libertades del sistema representativo, que daría a la minoría, o incluso a algunos hombres, el derecho de oprimir y gobernar, por la fuerza, a las mayorías; y si no queremos que estas últimas opriman a las primeras, tampoco queremos lo contrario.
Además, si efectivamente el sistema de dictadura proletaria fuera conforme a los "textos sagrados" marxistas, quedaría por demostrar que esa dirección rígidamente estatal es más adecuada para realizar la revolución, como propaganda; y, en la práctica de los hechos, para desarrollar la revolución de tal manera que libere al proletariado de la esclavitud económica y política, de la servidumbre del Estado y de la propiedad. En vano hemos buscado tal demostración en el último libro de Lenin: "El Estado y la Revolución".
El libro de Lenin es sobre todo una polémica contra los socialdemócratas y los reformistas. Por eso decimos que es más bien un escrito para uso interno del SP. Hay una enorme abundancia de citas de Marx y Engels, hasta el punto de que si quitáramos las numerosas páginas de "reproducciones" el libro quedaría reducido a un modesto panfleto. Naturalmente, sólo podemos estar de acuerdo con la primera parte del libro, que pone de manifiesto la hipocresía democrático-burguesa de que el Estado representa los intereses de todos los ciudadanos, cuando en realidad es un arma de la clase dominante para explotar a las clases oprimidas. Pero entonces Lenin cae en el error marxista (o más bien engelsiano) de que el proletariado que se apodera de la autoridad del Estado, transformando los medios de producción en propiedad del Estado, hace desaparecer al propio Estado. Si el Estado se convirtiera también en propietario, tendríamos capitalismo de Estado, no socialismo, ¡y mucho menos la abolición del Estado o la anarquía!
Es un curioso sistema para abolir un organismo multiplicando sus funciones y dándole nuevos medios de poder.
Con el Estado como propietario, todos los proletarios se convertirían en empleados del Estado en lugar de ser empleados de los capitalistas privados. El Estado sería el explotador, es decir, él (el enorme montón de gobernantes de arriba y de abajo, y toda la burocracia con todos sus rangos jerárquicos) vendría a constituir la nueva clase dominante y explotadora. Parece que algo similar se está formando en Rusia, al menos en las grandes ciudades, en el ámbito de la gran industria.
Este es el gran error marxista, considerar al Estado como un mero efecto de la división de clases, cuando también es una causa de la misma. El Estado no sólo es el servidor del capitalismo, reforzando el privilegio económico de la burguesía, etc., sino que él mismo es la fuente del privilegio, constituyendo una clase o casta privilegiada, alimentando a la clase dominante al entregarle siempre nuevos elementos, y lo haría aún más si, junto a la fuerza política, tuviera también la fuerza económica, es decir, la riqueza social, como única dueña.
Lenin dice que la dictadura será "la del proletariado organizado como una escisión dominante". Pero hay una contradicción en los términos. Si el proletariado se convierte en la clase dominante, deja de ser proletariado, deja de ser no poseedor. Esto significa que se ha convertido en un jefe. Además, si hay clases dominantes es porque hay clases dominadas, clases que luego se convertirán en proletariado. La división de clases seguirá existiendo; la única explicación de este enigma es que la clase dominante estará constituida por una minoría del proletariado, que habrá desposeído a la actual minoría burguesa, minoría a la que se habrá sometido el resto de la población, es decir, las antiguas clases desposeídas y la mayoría de los proletarios, que seguirán siendo como tales y seguirán esclavizados, dominados políticamente y explotados económicamente.
Si este espantoso error se hiciera realidad, sería en vano que la humanidad se hubiera ensangrentado una vez más. Sólo habría girado sobre su otro lado, sobre su lecho de dolor e injusticia.
Michel Bakunin previó, hace cuarenta y cinco años, estas consecuencias de la aplicación del marxismo: el gobierno de los grupos de trabajadores más progresistas, en las grandes ciudades, en detrimento de las mayorías obreras del campo y de los pequeños centros, de los trabajadores no cualificados, etc. Lenin, guiado por Marx y Engels, recuerda el ejemplo de las revoluciones francesas de 1848 y 1871. Pero es precisamente de la experiencia de estas dos revoluciones que nació el anarquismo como concepción libertaria de la revolución. Mientras que todos los teóricos revolucionarios que vieron de cerca estas dos revoluciones vieron el daño causado por la dirección estatal o dictatorial de la revolución. El propio Marx es citado injustificadamente a este respecto, ya que, al escribir sobre la Comuna de París, no exalta en absoluto el centralismo -como pretende Lenin- sino precisamente el sistema de autoridades comunales.
Lenin habla entonces de la destrucción del mecanismo estatal, pero quiere destruir el mecanismo estatal burgués para sustituirlo por otro igualmente burocrático y narcótico, el del PC. En este intercambio los únicos ganadores serán los que constituyan el personal del nuevo Estado, de la nueva burocracia. A este respecto, me recuerda la antigua fábula del caballo herido y cubierto de moscas, que rechazó la ayuda de quien quisiera ahuyentarlas, "porque -dijo- las que tengo ya están llenas de sangre, y si las ahuyentas, vendrán otras más hambrientas y voraces".
Este sesgo centralista de Lenin se revela también en una advertencia que hace a los anarquistas. "¡Porque no quieren la administración!" ¿Quién le dijo a Lenin que los anarquistas no quieren administración? Pero su error proviene del hecho de que no concibe la posibilidad de una administración sin burocracia, sin Estado, sin autoridad, y como los anarquistas no quieren ni burocracia, ni autoridad, ni Estado, cree que no quieren administración. Pero esto es una extravagancia. En realidad, la mejor administración, así como la mejor organización, la que merece ese nombre, es la menos centralizada y la menos autoritaria posible. Cuando Lenin dice, citando a Engels, que quiere lograr la eliminación del Estado, está declarando una intención piadosa sin resultados prácticos, ya que el camino elegido conduce, por el contrario, al fortalecimiento de la institución estatal, pasando sólo de una clase a otra en el proceso de formación.
En una publicación anarquista no se puede pasar en silencio lo que Lenin dice en su libro sobre los anarquistas y el anarquismo.
Ya hemos dicho algo al respecto, pero no debemos ocultar el esfuerzo que hace Lenin por ser justo con los anarquistas, quizá porque sabe por experiencia lo valiosa que puede ser su ayuda. No siempre acierta, por ejemplo cuando dice que los anarquistas no han hecho ninguna aportación a las cuestiones concretas sobre la necesidad de destruir el mecanismo estatal y el modo de sustitución. ¡Toda la literatura anarquista es, precisamente, una demostración de lo contrario!
Pero Lenin hace justicia a los anarquistas, después de unos treinta años, al reconocer que el "Anarquismo y Socialismo" de Plejanov, que constituye, junto con un pequeño folleto de Deville, el único tratado de carácter socialista sobre este tema, "se aplica a dar la vuelta al problema o a no verlo". Plejánov -dice Lenin- se ha esmerado en tratar este tema eludiendo por completo la cuestión más actual, más candente y, políticamente, más esencial en la lucha contra el anarquismo, a saber: la actitud de la Revolución hacia el Estado y la cuestión del Estado en general. Su panfleto consta de dos partes: una histórico-literaria que contiene una valiosa documentación sobre la evolución de las ideas de Stirner, Proudhon, etc.; la otra, totalmente filistea, contiene razonamientos del peor gusto sobre la imposibilidad de distinguir a un anarquista de un bandido. Esta combinación de temas es muy agradable y es la que mejor caracteriza toda la actividad de Plejanov: medio doctrinario, medio filisteo, arrastrándose en la política a los talones de la burguesía.
Sin parecerlo a propósito, esta redacción vulgar y filistea de Plejánov acaba de ser reimpresa estos días, quién sabe por qué, por la librería bolchevique-leninista de "Avanti".
Pero si Lenifie reconoce que la crítica habitual al anarquismo, hecha por los socialdemócratas de la calaña de Plejánov, recurre a trivialidades pequeñoburguesas, sus argumentos no son más concluyentes, ya que toma como objetivo un anarquismo especialmente fabricado que no existe en la realidad. Repite las críticas de Engels a los proudhonianos, atribuye a los anarquistas la ilusión de poder destruir el Estado de la noche a la mañana, sin tener idea de lo que deberían sustituir en el seno del proletariado, etc. Pero para demostrar lo lejos que está Lenin de haber comprendido lo que son los anarquistas y cómo quieren trabajar, sería necesario escribir tanto o más de lo que hemos hecho, lo que haremos en otra ocasión, si... tenemos tiempo."
Luigi Fabbri
FUENTE: Biblioteca Anarquista
Traducido por Jorge Joya
Original: www.socialisme-libertaire.fr/2018/09/l-etat-et-la-revolution.html