Una entrevista que mantuve con mi amigo Ciancabilla, publicada por él en Avanti, ha suscitado algunos comentarios que no esperaba[1].
Al no haber podido tener en mis manos la edición de Avanti! en la que se publicó la entrevista, ya que ha sido incautada, no puedo decir cómo fueron reportadas mis palabras; pero la estima en la que tengo a Ciancabilla me hace confiar en que no ha tergiversado en absoluto mi pensamiento.
¿Cómo es que los comentaristas han sacado conclusiones que yo, como principal interesado, rechazo rotundamente?
No me refiero al corresponsal de Il Resto del Carlino que considera que mi pensamiento "se acerca mucho al de los socialistas legalistas". Él es un periodista burgués y, por lo tanto, no puede dar mucha importancia a las distinciones entre socialistas, y es posible que no las comprenda. Los socialistas de todas las tendencias queremos acabar con la dominación de la burguesía, y naturalmente todos somos iguales en lo que respecta a los burgueses. De la misma manera que los ateos, los protestantes, los judíos y cualquiera que se oponga a la autoridad del Papa son todos iguales en lo que respecta a los sacerdotes católicos.
Sólo puedo esperar que se acerque el día en que los burgueses de hoy, despojados de los privilegios que hoy empañan su juicio, sean capaces, en términos prácticos, de escudriñar y calibrar con cabeza las diferencias entre los distintos métodos propugnados para implantar el socialismo.
Dado que es socialista y una fuente autorizada para los socialistas, ¡Avanti! merece una consideración más completa cuando encuentra en lo que le dije a Ciancabilla una indicación inequívoca de "la evolución del anarquismo en la dirección del socialismo marxista"[2].
Afirmar que evolucionamos en su dirección es una táctica de larga data de los socialistas democráticos (cuando intentan tratarnos con guantes de seda en lugar de reiterar con Liebknecht que somos "los hijos predilectos de la burguesía y de los gobiernos de todos los países"). Por ejemplo, recuerdo que hace unos años, el abogado Balducci de Forlì -con motivo de la publicación de una carta privada mía por parte de un amigo, en la que abogaba por la organización de las masas trabajadoras- escribió que yo había "aguado el vino" y me felicitó por ello, como si esto fuera un terreno nuevo para mí, aunque, desde 1871, no he sido precisamente uno de los defensores menos conocidos de la Internacional en Italia y estaba fuera del país precisamente por haber sido condenado por pertenecer a la Internacional.
Seamos claros: en mi opinión no hay nada más que honorable en evolucionar, siempre que esa evolución sea fruto de una auténtica convicción.
El hecho es que, debido a la corrupción de los políticos y a la enorme influencia que ejercen el egoísmo y los intereses de clase sobre la política, lo que en un científico se consideraría un signo de cretinismo -no haber cambiado nunca de opinión- se considera ampliamente como un punto de honor.
Pero tengo demasiado valor moral para no expresar mis cambios de opinión, por deferencia a una inútil y ridícula reputación de inmutabilidad, incluso si esos cambios, como se alega en este caso, me ponen en desacuerdo con mis amigos y conmigo mismo. Y tengo demasiado orgullo como para que me detenga un solo instante más la idea de que los demás puedan pensar que me motivó la cobardía o que jugué con las probabilidades.
El cambio de opinión, sin embargo, tiene que haberse producido realmente y tiene que haber sido como se afirma.
Ahora los anarquistas ciertamente han evolucionado, y yo con ellos, y lo más probable es que sigan evolucionando mientras sigan siendo un partido vivo capaz de aprovechar las lecciones de la ciencia y la experiencia, y de adaptarse a las variables de la vida. Pero niego rotundamente que hayamos evolucionado o estemos evolucionando en la dirección del "socialismo marxista". Y creo, más bien, que uno de los rasgos más notables y más extendidos de nuestra evolución es que nos hemos librado de los prejuicios marxistas, que, al principio de nuestro movimiento, abrazamos con demasiada ligereza y han sido la fuente de nuestros errores más graves.
Avanti! ha sucumbido probablemente a una ilusión.
Si realmente cree lo que ha dicho una y otra vez sobre el anarquismo -que el anarquismo es lo más opuesto al socialismo- y si sigue juzgándonos sobre la base de las tergiversaciones y calumnias con las que los marxistas alemanes, imitando el ejemplo dado por Marx en su trato con Bakunin, ¡se deshonraron, entonces el hecho es que, cada vez que se digne a leer algo que hemos escrito o a escuchar uno de nuestros discursos, se sorprenderá gratamente al descubrir una "evolución" en el anarquismo que apunta en la dirección del socialismo, que parece ser casi sinónimo de marxismo en lo que respecta a Avanti! es sinónimo de marxismo.
Pero cualquiera que tenga un conocimiento, aunque sea superficial, de nuestras ideas y de nuestra historia, sabe que, desde sus inicios, el anarquismo no es más que la plasmación e integración de la idea socialista y, por tanto, no podía ni puede evolucionar hacia el socialismo, es decir, hacia sí mismo.
Los mismos errores, esquemas descabellados, crímenes ventilados y cometidos por los anarquistas son prueba de la naturaleza sustancialmente socialista del anarquismo, así como la patología de un organismo ayuda a comprender mejor sus características y funciones fisiológicas.
¡¿Qué hay en lo que le dije a Ciancabilla que pueda justificar la conclusión de Avanti!
Ciertamente tenemos muchas ideas en común con los socialistas democráticos y, sobre todo, compartimos un sentimiento que nos impulsa e incita a luchar por el advenimiento de una sociedad de iguales libres... aunque somos de la opinión de que la lógica de su sistema preferido conduce a la negación de la libertad y la igualdad.
Como piedra angular esencial de nuestro programa tenemos la abolición de la propiedad privada y la organización de la producción en beneficio de todos y lograda mediante la cooperación de todos, que es, o debería ser, la piedra angular de cualquier tipo de socialismo. Y según nuestros cálculos, dado que los trabajadores son las principales víctimas de la sociedad existente y los que tienen un interés más directo en su cambio, y dado que la cuestión es establecer una sociedad en la que todos sean trabajadores, la nueva revolución simplemente tiene que ser, principalmente, obra de la clase obrera organizada, consciente del antagonismo irreconciliable entre sus intereses y los de la clase burguesa -siendo la formulación, propagación y conversión de esa noción en la fuerza motriz de todo el socialismo moderno el mayor logro de Marx.
Pero Avanti! estaría en apuros para hablar de evolución en todo esto, ya que estamos hablando aquí de propósitos y convicciones que son parte del anarquismo y los anarquistas siempre los han pregonado -y lo hacían muchos años antes de que hubiera marxistas en Italia.
Así que para saber si realmente hemos evolucionado en la dirección del socialismo democrático, que Avanti! muy cuestionablemente denomina socialismo marxista, tendríamos que investigar las diferencias que nos dividen, y siempre nos han dividido de los socialistas democráticos.
No necesitamos entrar en una discusión sobre las teorías económicas e históricas de Marx, que me parecen (aunque apenas estoy cualificado para decirlo) en parte erróneas y en parte consistentes simplemente en la articulación en un lenguaje abstruso de verdades (hechas para sonar extrañas y esotéricas) que son claras, sencillas y comunes, si se utiliza un lenguaje más común. Los socialistas democráticos hace tiempo que dejaron de prestarles atención en su programa práctico y, si no me equivoco, también están a punto de abandonarlas en su ciencia.
Lo que nos importa, como hombres de partido, es lo que los partidos hacen y pretenden hacer, y no las nociones teóricas en las que se han inspirado o con las que pretenden, a posteriori, explicar y justificar sus acciones.
Por lo tanto, en este momento estamos enfrentados y en lucha con los socialistas democráticos porque ellos quieren cambiar la sociedad actual por medio de leyes y trasladar a la sociedad futura el gobierno, el Estado que, según ellos, se convertirá en el órgano de los intereses de todos. Mientras que nosotros queremos que la sociedad se cambie por medio de los propios esfuerzos del pueblo y queremos la completa destrucción de la maquinaria del Estado, que, decimos, será siempre un organismo de opresión y explotación y tenderá, por su propia naturaleza, a establecer una sociedad fundada en el privilegio y la guerra de clases.
Podemos tener razón, podemos estar equivocados, pero ¿dónde está la sugerencia, vista por Avanti!, de que estamos coqueteando con su concepción autoritaria del socialismo?
Siendo el partido de Avanti! un partido autoritario, lógicamente tiene la vista puesta en "captar cargos públicos".
¿Acaso hemos dejado de dirigir nuestros esfuerzos al propósito de hacer superfluos los cargos públicos, es decir, el gobierno, y acabar con ellos? ¿O acaso hemos empezado a confiar en esa tontería de apoderarse del gobierno, para desmantelarlo mejor, que parlotean algunos socialistas indebidamente ingenuos... o indebidamente astutos?
Todo lo contrario. Nadie que se adentre en el estudio del anarquismo tendrá dificultad en comprender que en los primeros tiempos del movimiento había un fuerte residuo de jacobinismo y autoritarismo dentro de nosotros, un residuo que no me atreveré a decir que hemos destruido por completo, pero que definitivamente ha estado y está disminuyendo. Hace tiempo, era una opinión común en nuestras filas que la revolución tenía que ser autoritaria por necesidad y había más de uno de nosotros atrapado en la curiosa contradicción de querer ver "la anarquía lograda por la fuerza". Mientras que, en estos días, la creencia general entre los anarquistas es que la anarquía no puede ser entregada por la autoridad, sino que debe surgir de la lucha continua contra todas y cada una de las imposiciones, ya sea en tiempos de lenta evolución o en períodos tempestuosamente revolucionarios y que nuestro propósito debe ser ver que la propia revolución sea, desde el principio, la implementación de las ideas y métodos anarquistas.
El partido de Avanti es un partido parlamentario, tanto en sus objetivos para el futuro como en su táctica actual; mientras que nosotros estamos en contra del parlamentarismo tanto como forma de sociedad refundada como método de lucha actual, hasta el punto de que consideramos el socialismo anarquista y el socialismo antiparlamentario como sinónimos, o algo así.
¿Avanti! ha detectado quizás una disminución de la aversión al parlamentarismo que siempre ha sido un rasgo distintivo de nuestro partido? ¿Acaso hemos dejado de dedicar una parte importante de nuestros esfuerzos a despojar a los trabajadores de la recién nacida creencia en los parlamentos y en los medios parlamentarios que los socialistas democráticos se empeñan en sembrar? ¿Acaso se ha abandonado el abstencionismo como distintivo casi material por el que reconocemos a nuestros camaradas?
Todo lo contrario. Cuando nuestro movimiento se inició, varios de nosotros todavía consideraban la idea de participar en las elecciones administrativas y más tarde surgió de nuestras filas la iniciativa de presentar a Cipriani como candidato, que apoyamos[3]. Hoy, todos estamos de acuerdo en considerar que las elecciones administrativas son tan perniciosas como las políticas y quizás más, y también repudiamos las candidaturas de protesta, para evitar cualquier malentendido.
Entonces, ¿dónde está la evolución en la dirección del socialismo marxista?
De acuerdo con mi creencia de que un partido del futuro como el nuestro debe hacer una crítica continua y rigurosa de sí mismo y no debe tener miedo de confesar sus errores y pecados en público, le conté a Ciancabilla algunos de los factores que redujeron al partido anarquista a un estado de aislamiento y desintegración tal que lo hizo incapaz de ofrecer cualquier resistencia a la reacción de Crispi y de inspirar cualquier movimiento de simpatía en el público[4].
Le conté cómo la ilusión juvenil (que heredamos del mazzinianismo) de una revolución inminente alcanzable por el esfuerzo de unos pocos sin la debida preparación en las masas nos había alejado de cualquier trabajo largo y paciente de preparación y organización del pueblo.
Le conté cómo, en la creencia de que no se podía extraer ninguna mejora en ausencia de una transformación radical previa de todo el orden político-social, e imbuidos de ese viejo prejuicio de que la revolución se hace más fácil cuanto más miserable es el pueblo, mirábamos con indiferencia, si no con hostilidad, las huelgas y las luchas obreras afines, y buscábamos en la organización de la clase obrera casi exclusivamente reclutas para la insurrección armada: -lo que, por una parte, nos dejaba expuestos a persecuciones innecesarias que interrumpían y desbarataban siempre nuestros esfuerzos, que así no tenían nunca mucho tiempo para madurar y quedaban siempre estancados en las fases de lanzamiento, y, por otra, acababa por alejar de nosotros a los obreros más previsores que, habiendo conseguido a base de hincar los codos arrancar a la patronal unas cuantas mejoras, consideraban los resultados obtenidos como una refutación de lo que nosotros íbamos predicando.
Y le dije que hoy en día miramos al movimiento obrero como la base de nuestra fuerza y la seguridad de que la revolución que viene puede ser socialista y anarquista, y que nos alegramos de cualquier mejora que los trabajadores consigan, ya que impulsa la conciencia de la clase obrera de su fuerza, desencadenando más demandas y nuevas reivindicaciones, y nos acerca al punto crítico en el que los burgueses no tienen nada que dar a menos que renuncien a sus privilegios y donde el conflicto violento se hace inevitable.
Todo esto y mucho más que podría haberle dicho señala ciertamente una evolución en nuestro pensamiento y práctica, pero, lejos de representar alguna "evolución en la dirección del marxismo", es el resultado de nuestro desecho del poco marxismo que habíamos abrazado.
En efecto, ¿no era nuestra antigua táctica el resultado lógico de la interpretación estricta y unilateral de la ley del salario ideada por la escuela de pensamiento marxista[5]? ¿No era un reflejo de la influencia del fatalismo económico de Marx? ¿Y no es el espíritu autoritario, que aún perdura en nosotros, el espíritu que anima a los marxistas y que perdura, inalterado, a través de todas sus propias evoluciones, no siempre prospectivas?
No: permítanme disipar las ilusiones de Avanti: no estamos a punto de convertirnos en marxistas. Más bien esperamos que los marxistas, refrescados por el contacto con el espíritu del pueblo, se conviertan, si no en anarquistas, al menos en liberales, en el buen sentido del término.
[1] La entrevista apareció en el Avanti! del 3 de octubre de 1897, bajo el título "L'evoluzione dell'anarchismo: Un'intervista con Errico Malatesta". El entrevistador, Giuseppe Ciancabilla, era entonces socialista, pero poco después se pasó al campo anarquista, abrazando ideas antiorganizativas. Más tarde emigró a Estados Unidos. Cuando Malatesta, en 1899-1900, residió en ese país, surgió una larga controversia entre ambos, que comenzó en un terreno teórico-táctico, pero que más tarde se convirtió en algo personal.
[2] Este concepto, ya expresado en una nota editorial introductoria a la entrevista, y claramente reflejado en el título de la misma, fue reafirmado en otro comentario en ¡Avanti! al día siguiente.
[3] Amilcare Cipriani fue un popular revolucionario italiano. En 1882 fue condenado a veinticinco años de cárcel por un episodio ocurrido quince años antes. Surgió una amplia campaña para su liberación. Una de las iniciativas fue la "candidatura de protesta" de Cipriani, que pretendía sacarlo de la cárcel eligiéndolo para el Parlamento. En 1884, Malatesta apoyó la iniciativa, vinculándola a su campaña contra el giro legalista de Andrea Costa. Desde las columnas de su periódico, La Questione Sociale, instó a Costa a renunciar al Parlamento para ceder su escaño a Cipriani.
[4] Francesco Crispi fue el primer ministro que emprendió la dura represión que siguió al movimiento de los Fasci sicilianos y al levantamiento de Carrara en 1894. Sobre estos acontecimientos, véase el artículo "Vayamos al pueblo".
[5] Como explica Malatesta en otro lugar, la conclusión que los anarquistas sacaban de la ley del salario era que, "dada la propiedad privada, el salario debe limitarse necesariamente al mínimo necesario para que el trabajador viva y se reproduzca", y ningún esfuerzo obrero podía aumentar la cantidad de bienes asignados al proletariado ni disminuir la cantidad de horas de trabajo al servicio de los capitalistas. Para Malatesta, esta interpretación dejaba de lado la influencia que la resistencia obrera podía tener y tenía en el funcionamiento de esa "ley".
Traducido por Jorge Joya
Original: theanarchistlibrary.org/library/errico-malatesta-anarchism-s-evolution