La sociedad futura - egoísmo y altruismo - Jean Grave

De La Société future, de Jean Grave (1895). 

  "Después de la necesidad de una élite, es detrás del egoísmo individual donde más se esconden los defensores del orden burgués para justificar el mantenimiento de la propiedad individual, y la necesidad de un poder encargado de poner orden entre todos los egoísmos.

Según ellos, el hombre es egoísta, actúa sólo según los sentimientos de puro interés individual. Si la sociedad no le permite conservar para sí lo que puede obtener con su trabajo, acumularlo y transmitirlo a quien quiera, se rompe el resorte principal de toda iniciativa y trabajo. A partir del día en que los individuos ya no tengan la posibilidad de acaparar, ya no trabajarán, no habrá sociedad, ni progreso, ni nada.

Pero nuestros burgueses son demasiado conscientes de sus propios intereses para llevar esta teoría hasta sus últimas consecuencias. Podría volverse en contra de su sistema social, así que vienen a nosotros y dicen:

"El hombre es egoísta, esa es su naturaleza, y no hay manera de remediarlo. Por otro lado, la sociedad, de la que somos el más bello ornamento, requiere una gran abnegación y sacrificio por parte de los individuos para funcionar divinamente, así que, si se quiere, dividiremos la pera en dos: los que gobernarán y explotarán a los demás podrán desarrollar su egoísmo con total seguridad, tendrán los medios para hacerlo; los que serán gobernados y explotados tendrán que mostrar la más perfecta abnegación para cumplir con lo que se les exige. Sólo así es posible la sociedad.

Así, la primera labor de las religiones fue predicar el respeto a los maestros, la humildad del individuo, la abnegación y el autosacrificio. Sacrificio por el prójimo, por la Patria y por la Sociedad en el advenimiento de la burguesía.

Los moralistas, ¡qué panda! - entonces vino a demostrar que la sociedad sólo era posible y sostenible si el individuo se sacrificaba por la felicidad de todos, si renunciaba a su autonomía, si aceptaba que se restringieran todos sus movimientos.

Los ignorantes, los miserables, se lo han tomado al pie de la letra, y durante miles de años se han dejado desplumar, creyendo que trabajan en beneficio del género humano. Los que tienen, que son menos ingenuos, se han contentado con disfrutar y explotar estas buenas sensaciones.

Pero toda acción produce su reacción, y otros han venido a demostrar que siendo el egoísmo la base misma de la naturaleza humana, el hombre sólo encontrará la felicidad cuando la sociedad le permita pensar sólo en sí mismo, y relacionar todas sus acciones y todos sus razonamientos con el cultivo de su "yo", que se ha convertido en la deidad a la que debe sacrificar todo.

Esta teoría es practicada por una juventud literaria, que desprecia con toda la inteligencia con la que se cree dotada, a la vil masa que considera inferior, y ha llegado a propugnar una especie de anarquía aristocrática que, con unos cientos de miles de francos de renta, encajaría perfectamente en la sociedad actual. En odio a la abnegación y la sumisión predicadas por el cristianismo y la moral burguesa, muchos anarquistas creyeron encontrar en esta nueva fórmula la expresión de la verdad, y se produjo una polémica entre los partidarios de lo que se llamó "egoísmo" y los partidarios de lo que se llamó "altruismo".

Se ha derramado mucha tinta para explicar estos dos términos, se han amontonado sofismas sobre sofismas, se han escupido muchas tonterías, por ambas partes, para demostrar que cada uno de estos términos debe ser exclusivamente el motor del individuo.

Y según la dada particular que cada uno había montado, se le reprochaba sucesivamente al comunismo anarquista -por parte de los partidarios del egoísmo- que la idea anarquista, para poder subsistir, requería demasiado altruismo por parte de los individuos, que la posibilidad de una sociedad semejante presuponía hombres perfectos, como no existen, que el hombre no está, por su naturaleza, inclinado a sacrificarse por los demás, que sólo debe hacer lo que juzga útil para su desarrollo.

En el lado del altruismo, se les ha dicho a los anarquistas: Al exigir la completa autonomía del individuo, al exaltar el espíritu del individualismo, es al completo egoísmo de los individuos a lo que estáis empujando, vuestra sociedad no sería sostenible, pues olvidáis que, para mantenerse, la sociedad requiere sacrificios mutuos, que la iniciativa individual debe, a menudo, ceder y borrarse ante el interés común. Su sociedad sería el reino de la fuerza bruta, la dominación del fuerte sobre el débil. Sería un conflicto permanente.

Y así es como uno se expone a muchas tonterías, cuando mira las cosas desde un solo lado. El hombre es un ser complejo que no se mueve bajo la influencia de un solo sentimiento, sino que puede ser impulsado por toda clase de sensaciones, circunstancias, influencias psicológicas, físicas y químicas a la vez, sin que le sea posible discernir bajo qué impulso ha actuado.

Si el hombre actuara bajo la sola presión del egoísmo, la sociedad actual no existiría ni un solo minuto, pues, exigiendo los mayores sacrificios a los desposeídos de todo, cuando ante sus ojos se despliega el lujo de los ricos, ha sido necesario que éstos vibren otros sentimientos para obtener la fuerza que sostiene su sistema, y que habrían sido impotentes para defender si se redujeran a su sola fuerza.

Por otra parte, los que predican el sacrificio y la abnegación se equivocan, pues si un hombre puede olvidarse de sí mismo para ayudar a sus semejantes, sólo puede ser una práctica intermitente y no continua.

Es esta teoría fatal, exaltada por el cristianismo, la que ha asegurado el reinado de la autoridad, moldeando los caracteres para que se dobleguen bajo la explotación de los amos que creían enviados por Dios, acostumbrando a los individuos a sufrir en esta tierra para obtener la dicha en el cielo.

El hombre no es el bruto descrito por los teóricos del egoísmo, ni es el ángel que predica el altruismo, cualidad, por otra parte, que sólo podría serle fatal, pues sería el sacrificio de lo mejor en beneficio de lo peor. Si los individuos se sacrificaran unos por otros, en última instancia serían los que sólo pensaran en su propia individualidad los que se beneficiarían de este estado de cosas y sobrevivirían solos. El individuo no debe sacrificarse a nadie más de lo que tiene derecho a exigir el sacrificio de otro. Esto es lo que se olvida y arroja una luz diferente sobre la cuestión.

El individuo, en virtud de su existencia, tiene derecho a vivir, a desarrollarse y a evolucionar. Los privilegiados pueden impugnar este derecho, pueden limitarlo, pero cuanto más consciente es el individuo de sí mismo, más pretende utilizar su derecho, más se resiste a la restricción que se le ha puesto.

Si estuviera solo en el universo, el individuo tendría derecho a usar y abusar de todos sus derechos, a disfrutar de todos los productos de la naturaleza sin ninguna restricción, sin ningún límite, teniendo que lidiar únicamente con las posibles consecuencias para él de este abuso.

Pero el individuo no es un ente, no existe solo, se nutre de más de mil millones de especímenes que están sobre la tierra unos frente a otros, con aptitudes equivalentes, si no similares, y con la firme voluntad de utilizar su derecho a vivir. Los individualistas que predican el culto al "yo", erigiendo al Individuo como una entidad, se dedican a la metafísica trascendental, tan absurda como los sacerdotes que imaginaron a Dios.

El individuo tiene derecho a la satisfacción de todas sus necesidades, a la expansión de toda su individualidad, pero como no está solo en la tierra, y como el derecho del último en llegar es tan imprescriptible como el del primero en llegar, es obvio que sólo había dos soluciones para el ejercicio de estos diversos derechos: ¡la guerra, o la asociación!

Pero la mente humana rara vez está de acuerdo con las decisiones categóricas. Las circunstancias, además, impulsan a los individuos antes de que tengan tiempo de explicar sus actos, y sólo después de los hechos se intenta extraer filosofía de ellos.

De este modo, han estallado conflictos entre estos distintos derechos, conflictos mezclados con intentos de solidaridad. La humanidad vio que la solidaridad sería beneficiosa, pero el egoísmo feroz de algunos que sólo veían el beneficio presente, sin calcular el daño que conlleva, impidió que la humanidad avanzara con franqueza hacia la solidaridad total. El estado de lucha se ha mantenido en aquellas sociedades que fueron un inicio de la práctica de la solidaridad. Y durante cientos de siglos -para hablar sólo del período histórico- ha durado este estado mixto de lucha y solidaridad; durante miles de años, por voluntad de una minoría que sólo se beneficia de este estado de cosas, y que quisiera perpetuarlo, hemos estado luchando unos contra otros con los más bellos sueños de hermandad; las clases poseedoras han estado explotando a los desposeídos mientras predicaban la solidaridad, la devoción y la caridad.

Pero los que sufren se han preguntado por qué deben seguir apoyando a los parásitos. ¿Por qué han de pedir limosna por su trabajo? Sus cerebros se desarrollaron, reflexionaron sobre las causas de su miseria y comprendieron que para salir de ella debían aunar esfuerzos y que la felicidad de cada uno sólo era alcanzable a través de la felicidad de todos en una práctica completa de la solidaridad.

También comprendieron que la autoridad que se les había representado como una salvaguarda tutelar entre intereses antagónicos para evitar una lucha más feroz era, por el contrario, sólo un medio para que los parásitos perpetuaran el estado de conflicto, Por eso, al mismo tiempo que proclaman el derecho a la existencia de cada individuo, proclaman también su más completa autonomía, la una no va sin la otra, la existencia no es completa sin su corolario: libertad.

Algunos defensores del orden burgués se ven obligados a admitir que su disfrute de la sociedad actual no es pleno y completo, sino que se ve perturbado en su mismo origen por el pensamiento de que hay, junto a ellos, seres que se esfuerzan y sufren para producir su bienestar. Todo burgués inteligente se ve obligado a convenir en que la sociedad está mal hecha, y los argumentos que aportan en su favor no son ya una justificación altiva y precisa, sino un principio de justificación, bajo el vago pretexto de que aún no se ha encontrado algo mejor, el miedo a lo desconocido que supondría un cambio brusco. El sistema que se ha reducido a esto es juzgado, es consciente de su propia ignominia.

No, el individuo no debe aceptar restricciones a su desarrollo, no debe someterse al yugo de una autoridad, sea cual sea el pretexto. Sólo él puede juzgar lo que necesita, lo que es capaz de hacer, lo que puede ser perjudicial para él. Una vez que haya comprendido lo que vale, entenderá que cada individuo tiene su propio valor personal, que tiene derecho a la misma libertad, a la misma expansión. Si sabe hacer respetar su individualidad, aprenderá a respetar la de los demás.

Los hombres deben aprender que, si no deben sufrir la autoridad de nadie, no tienen derecho a imponer la suya, que el daño causado a los demás puede volverse contra el agresor. El razonamiento debe hacer que los individuos comprendan que la fuerza que se gasta en quitarle el disfrute a otro individuo es igual de perdida para ambos competidores.

Los anarquistas han sido acusados de haberse formado un falso ideal de la especie humana, de haber imaginado un ser esencialmente bueno, sin ningún defecto, capaz de toda devoción, y de haber contado con esto, una sociedad imposible que sólo podría existir por la renuncia de cada individuo para la felicidad de todos.

Esto es un profundo error; son los burgueses y los autoritarios quienes malinterpretan la naturaleza humana, ya que declaran que ésta sólo puede mantenerse en la sociedad mediante una fuerte disciplina, bajo la presión de una fuerza armada siempre en pie. Para ejercer esta autoridad, para reclutar esta fuerza armada, necesitarían seres absolutamente impecables: los ángeles que reprochan a los anarquistas por soñar. Según ellos, la naturaleza humana es abyecta, necesita varas de hierro para disciplinarla, ¡y es a los seres humanos a quienes quieren entregar el uso de esas varas! ¡Oh, qué ilógico!

El hombre no es el ángel que los anarquistas son acusados erróneamente de haber imaginado; tampoco es la bestia feroz que los partidarios de la autoridad quieren describir. El hombre es un animal perfectible que tiene defectos, pero también cualidades; organizar un estado social que le permita utilizar estas cualidades, para superar estos defectos o para que su puesta en práctica conduzca a su propio castigo. Sobre todo, asegúrate de que este estado social no incluya instituciones en las que estos defectos puedan encontrar armas para oprimir a los demás, y verás que los hombres saben ayudarse mutuamente sin fuerza coercitiva.

Jean Grave 

FUENTE: Biblioteca Anarquista 

 Traducido por Jorge Joya

Original: www.socialisme-libertaire.fr/2021/07/egoisme-et-altruisme.html