Este antropólogo, activista y escritor estadounidense fue una de las principales figuras de Occupy Wall Street y ahora enseña en la London School of Economics. Habla de paz, democracia y anarquismo con Jo Lateu.
¿Cuál es su primer recuerdo de conciencia política?
Recuerdo una marcha por la paz de los años 60 en Central Park. Y otra en una playa de Fire Island, de todos los lugares. Llevaba una pancarta que decía "Queremos la paz" y un tipo mayor, al darse cuenta de que tenía siete años, me preguntó si entendía lo que significaba. Creo recordar que le dije que el significado era evidente.
En su último libro, The Democracy Project, sostiene que el movimiento Occupy fue un gran éxito, aunque para la mayoría del 99%, la vida no ha mejorado de forma demostrable: la austeridad sigue siendo un problema. ¿Por qué es tan positivo?
Bueno, no es que un movimiento social vaya a tener efectos inmediatos a nivel político, nunca los tiene. Los momentos de efervescencia revolucionaria global, como los que vimos en 1968 o 2011, tienden a resultar en caos o incluso en regresión en los años inmediatamente posteriores, pero plantan semillas que gradualmente lo transforman todo.
El movimiento Occupy se convirtió en un experimento social de democracia no jerárquica. Pero tuvo sus problemas iniciales. Mirando hacia atrás, ¿hay algo que el movimiento podría haber hecho de forma diferente?
Hubo muchas cosas que me hubiera gustado que hicieran de otra manera desde el principio. Se perdió mucha sabiduría, porque sorprendentemente pocos de los facilitadores veteranos y otros con experiencia en democracia directa del movimiento de justicia global se involucraron realmente. La gente tuvo que reinventar todo desde cero, y a menudo lo hicieron de forma muy burda y torpe. A menudo había una verdadera ingenuidad sobre la infiltración y el trato con los disruptores. Había un legalismo insensato, la gente pensaba que el consenso era un proceso específico con reglas, en lugar de un conjunto de principios, principalmente de escucha y no coacción, que podían traducirse en una variedad interminable de formas específicas, dependiendo del contexto.
El título de su libro Deuda - los primeros 5.000 años sugiere que usted espera otros 5.000 años de lo mismo. ¿Existe una alternativa viable a una economía basada en la deuda y el crédito?
El título pretendía ser una especie de provocación: ¿realmente queremos otros 5.000 años de esto? No creo que el sistema actual sea inevitable; de hecho, creo que dentro de una o dos generaciones nos resultará difícil imaginar que alguna vez hayamos organizado la economía como lo hacemos ahora.
Usted dice que "el anarquismo es algo que se hace", más que algo en lo que uno simplemente cree. ¿Puede explicar a qué se refiere?
Siempre he observado que el marxismo es básicamente un discurso teórico sobre la estrategia revolucionaria; y el anarquismo, básicamente un discurso ético sobre la práctica revolucionaria. Fíjese en cómo se divide la gente. En el lado marxista tienes a los leninistas, a los maoístas, a los trotskistas... Todos llevan el nombre de algún líder intelectual que produjo un cuerpo de análisis estratégico. En el lado anarquista tienes sindicalistas, comunistas, individualistas, insurreccionalistas - todas las divisiones son sobre tácticas y formas de organización. No estoy diciendo que no tenga ningún sentido decir que eres anarquista si no se refleja de ninguna manera en tu práctica; puedes esperar un mundo sin estados y sin capitalismo en abstracto, creer que sería mejor y posible, pero no hacer nada al respecto. Pero en realidad no significa mucho. Por otro lado, es posible actuar como un anarquista -comportarse de forma que funcione sin estructuras burocráticas de coerción que lo impongan- sin llamarse a sí mismo anarquista, o cualquier otra cosa. De hecho, la mayoría de nosotros actuamos como anarquistas -incluso como comunistas- la mayor parte del tiempo. Para mí, ser anarquista es hacerlo conscientemente, como una forma de crear gradualmente un mundo basado en esos principios.
Habiendo vivido a ambos lados del Atlántico, ¿ve usted más esperanzas de cambio democrático y social en Estados Unidos o en Gran Bretaña? ¿Por qué?
Es muy difícil de decir. Hay un cierto masoquismo estoico en Gran Bretaña que me resulta muy difícil de entender. Es como si a gran parte de la población trabajadora se le hubiera quitado el espíritu a golpes. Pero también es posible que Gran Bretaña haya resistido lo peor y esté preparada para salir del otro lado. Todavía estoy tratando de entenderlo, soy relativamente nuevo. Estados Unidos es un imperio que se hunde. Las instituciones clave, como el sistema educativo, están en caída libre y la mayoría de los vestigios de democracia que quedan están siendo eliminados. Creo que hay mucha más rabia, pero también más represión.
Traducido por Jorge Joya
Original: newint.org/columns/finally/2014/01/01/david-graeber