Lo que sigue es un fragmento de un proyecto de investigación mucho más amplio sobre la deuda y el dinero de la deuda en la historia de la humanidad. La primera y principal conclusión de este proyecto es que, al estudiar la historia económica, se tiende a ignorar sistemáticamente el papel de la violencia, el papel absolutamente central de la guerra y la esclavitud en la creación y formación de lo que ahora llamamos «la economía». Además, los orígenes son importantes. La violencia puede ser invisible, pero sigue incrustada en la propia lógica de nuestro sentido común económico, en la naturaleza aparentemente evidente de las instituciones que nunca podrían haber existido ni existir fuera del monopolio de la violencia -pero también, de la amenaza sistemática de la violencia- que mantiene el Estado contemporáneo.
Permítanme comenzar con la institución de la esclavitud, cuyo papel, creo, es fundamental. En la mayoría de los tiempos y lugares, la esclavitud se considera una consecuencia de la guerra. A veces, la mayoría de los esclavos son realmente cautivos de guerra, otras veces no, pero casi invariablemente la guerra se considera el fundamento y la justificación de la institución. Si te rindes en una guerra, lo que entregas es tu vida; tu conquistador tiene derecho a matarte, y a menudo lo hará. Si decide no hacerlo, le debe literalmente su vida; una deuda concebida como absoluta, infinita, imposible de pagar [irredimible]. En principio, puede extraer lo que quiera, y cualquier deuda -obligación- que pueda tener con otros (amigos, familia, antiguas lealtades políticas), o que otros tengan con usted, se considera absolutamente anulada. Su deuda con el propietario es todo lo que existe ahora.
Este tipo de lógica tiene al menos dos consecuencias muy interesantes, aunque se puede decir que tiran en dos direcciones opuestas. En primer lugar, como todos sabemos, es una característica típica -y quizás definitoria- de la esclavitud que los esclavos puedan ser comprados o vendidos. En este caso, la deuda absoluta deja de serlo (en otro contexto, el del mercado). De hecho, se puede cuantificar con precisión. Hay buenas razones para creer que fue precisamente esta operación la que hizo posible la creación de algo parecido a nuestra forma contemporánea de dinero para empezar, desde lo que los antropólogos solían llamar «dinero primitivo», que se encuentra sobre todo en las sociedades sin Estado (el dinero de las plumas de las Islas Salomón, el Wampun iroqués), se utilizaba sobre todo para concertar matrimonios, resolver rencillas de sangre y juguetear con otros tipos de relaciones entre las personas, más que para comprar o vender bienes. Por ejemplo, si la esclavitud es una deuda, entonces la deuda puede llevar a la esclavitud. Un campesino babilónico puede haber pagado una pequeña cantidad de plata [metal] a los padres de su esposa para formalizar el matrimonio, pero no es dueño de ella de ninguna manera. Ciertamente no podía comprar o vender a la madre de sus hijos. Pero todo esto cambiaría si pidiera un préstamo. En caso de impago, sus acreedores podrían quedarse primero con sus ovejas y su equipo, luego con su casa, sus campos y sus huertos y, finalmente, con su mujer, sus hijos e incluso con él como peón de la deuda hasta que se resolviera el asunto (lo que, a medida que se evaporaban sus recursos, obviamente era cada vez más difícil de hacer). La deuda fue la bisagra que permitió imaginar algo como el dinero en el sentido moderno, y así, también, producir lo que nos gusta llamar el mercado: un escenario en el que cualquier cosa puede ser comprada y vendida, porque todos los objetos (como los esclavos) están desvinculados de sus antiguas relaciones sociales y sólo existen en relación con el dinero.
Pero, al mismo tiempo, la lógica de la deuda como conquista puede, como he mencionado, tirar en otra dirección. Los reyes, a lo largo de la historia, tienden a ser profundamente ambivalentes a la hora de permitir que la deuda se les vaya de las manos. Esto no se debe a que sean hostiles a los mercados. Al contrario, normalmente los fomentan, por la sencilla razón de que a los gobiernos les resulta incómodo tomar todo lo que necesitan (seda, ruedas de carro, lenguas de flamencos, lapislázuli) directamente de su población sometida; es mucho más fácil fomentar los mercados y luego comprar estas cosas. Los primeros mercados solían seguir a los ejércitos y a las comitivas reales, o se formaban cerca de los palacios o en los límites de los puestos militares. De hecho, esto ayuda a explicar algunos comportamientos bastante crípticos por parte de las cortes reales: después de todo, dado que los reyes solían controlar las minas de oro y plata, ¿qué sentido tenía exactamente golpear trozos del material con tu cara, verterlo sobre la población civil y luego exigir que te lo devolvieran como impuesto? Sólo tiene sentido si la recaudación de impuestos fuera en realidad una forma de obligar a todos a adquirir piezas, para facilitar la aparición de mercados, ya que es conveniente tener mercados a mano. Sin embargo, para el presente propósito, la pregunta crítica es: ¿cómo se justificaron estos impuestos? ¿Por qué los sujetos tuvieron que pagarlos, qué deuda saldaron cuando lo hicieron? Aquí volvemos al derecho de conquista de nuevo (de hecho, en el mundo antiguo, los ciudadanos libres -ya sea en Mesopotamia, Grecia o Roma- a menudo no tenían que pagar impuestos directos por esta misma razón, pero obviamente estoy simplificando). Si los reyes pretendían tener el poder de la vida y la muerte sobre sus súbditos en virtud del derecho de conquista, entonces las deudas de sus súbditos también eran, en última instancia, infinitas; y así, al menos en este contexto, sus relaciones entre sí, lo que se debían, eran irrelevantes. Lo único que existía realmente era su relación con el rey. Esto explica, a su vez, que los reyes y los emperadores hayan intentado invariablemente regular los poderes que los amos tenían sobre sus esclavos, y los de los acreedores sobre los deudores. Como mínimo, siempre insistieron, si tenían el poder, en que los prisioneros a los que ya se les había perdonado la vida no podían seguir siendo asesinados por sus amos. De hecho, sólo los gobernantes podían tener el poder arbitrario de la vida y la muerte. La deuda última de todos era con el Estado, era el único verdaderamente ilimitado, que podía tener pretensiones absolutas, cósmicas.
La razón por la que insisto en esto es que esta lógica sigue con nosotros. Cuando hablamos de una «sociedad» (sociedad francesa, sociedad jamaicana), en realidad estamos hablando de personas organizadas por un único Estado nacional. Este es el modelo tácito, al menos. «Las sociedades», son en realidad estados, la lógica de los estados es la de la conquista y es en definitiva idéntica a la de la esclavitud. Es cierto que, en manos de los apologistas del Estado, esto se transforma en una «deuda social» más benévola. Aquí se cuenta una pequeña historia, una especie de mito. Todos nacemos con una deuda infinita con la sociedad que nos ha criado, nos ha nutrido, nos ha alimentado y nos ha vestido, con todos aquellos que hace tiempo murieron y que inventaron nuestra lengua y nuestras tradiciones, con todos aquellos que hicieron posible nuestra existencia. En la antigüedad pensábamos que se lo debíamos a los dioses (se pagaba con sacrificios, o el sacrificio era en realidad sólo el pago de los intereses, al final se pagaba con la muerte). Más tarde, la deuda fue adoptada por el Estado, en sí mismo una institución divina, con los impuestos como sustituto del sacrificio, y el servicio militar por la deuda de la vida. El dinero era simplemente la forma concreta de esta relación social, la manera de gestionarla. A los keynesianos les gusta este tipo de lógica. También lo hacen varios tipos de socialistas, socialdemócratas e incluso criptofascistas como Auguste Comte (el primero, que yo sepa, en acuñar la frase «deuda social»). Pero esta lógica recorre gran parte de nuestro sentido común: pensemos, por ejemplo, en la expresión «pagar la deuda con la sociedad», o «sentía que le debía algo a mi país», o «quería devolver algo». Siempre, en estos casos, los derechos y obligaciones mutuas, los compromisos mutuos -el tipo de relaciones que las personas genuinamente libres pueden crear entre sí- tienden a quedar subsumidos en una concepción de la «sociedad» en la que todos somos iguales sólo como deudores absolutos de la figura (ahora invisible) del rey, que ocupa el lugar de tu madre, y por extensión, de la humanidad.
Lo que estoy sugiriendo, entonces, es que aunque las reivindicaciones de los mercados y las de la «sociedad» se yuxtaponen a menudo -y ciertamente han tenido una tendencia a maniobrar una contra la otra en todo tipo de formas prácticas-, en última instancia se basan en una lógica de violencia muy similar. Tampoco se trata de una simple cuestión de orígenes históricos que pueda descartarse como intrascendente: ni los Estados ni los mercados existen sin una amenaza constante de fuerza.
Cabe preguntarse, entonces, ¿cuál es la alternativa?
Hacia una historia del dinero virtual
Ahora puedo volver a mi punto original: el dinero no apareció originalmente en esta forma fría, metálica e impersonal. Originalmente apareció como una medida, como una abstracción, pero también como una relación (de deuda y obligación) entre seres humanos. Es importante señalar que, históricamente, es el dinero mercancía el que siempre ha estado más directamente vinculado a la violencia. Como dice un historiador, «el lingote [*] es el accesorio de la guerra, no del comercio pacífico.
La razón es sencilla. El dinero mercancía, especialmente en forma de oro y plata, se distingue del dinero crédito sobre todo por una característica espectacular: puede ser robado. Dado que un lingote de oro o de plata es un objeto sin pedigrí, a lo largo de la mayor parte de la historia los lingotes han tenido el mismo papel que las maletas llenas de billetes de dólar de los traficantes de drogas contemporáneos, como un objeto sin historia que será aceptado a cambio de otros objetos de valor en casi cualquier lugar, sin hacer preguntas. En consecuencia, los últimos 5.000 años de la historia de la humanidad pueden considerarse la historia de una especie de alternancia. Los sistemas de crédito parecen surgir, y convertirse en dominantes, en periodos de relativa paz social, a lo largo de redes de confianza, ya sean creadas por Estados o, en la mayoría de los periodos, por instituciones transnacionales, mientras que los metales preciosos los sustituyen en periodos caracterizados por el saqueo general. Los sistemas de préstamos abusivos existen ciertamente en todas las épocas, pero parecen haber tenido los efectos más nocivos en el período en que el dinero era más fácilmente convertible en efectivo.
Así pues, como punto de partida para cualquier intento de discernir los grandes ritmos que definen el momento histórico actual, propongo la siguiente división de la historia euroasiática según la alternancia entre períodos de moneda virtual y períodos de moneda metálica…[2]
I. La época de los primeros imperios agrarios (3500 – 800 a.C.)
Forma de dinero dominante: dinero virtual-crédito.
Nuestra mejor información sobre los orígenes del dinero se remonta a la antigua Mesopotamia, pero no parece haber ninguna razón especial para creer que las cosas fueran radicalmente diferentes en el Egipto faraónico, la China de la Edad de Bronce o el Valle del Indo. La economía mesopotámica estaba dominada por grandes instituciones públicas (templos y palacios), cuyos administradores burocráticos crearon efectivamente una moneda de cuenta estableciendo una equivalencia fija entre la plata [el metal] y el cultivo básico, la cebada. Las deudas se calculaban en plata [metal], pero la plata [metal] rara vez se utilizaba en las transacciones. En cambio, los pagos se hacían en cebada o en cualquier otra cosa que fuera conveniente y aceptable. Las deudas importantes se registraban en tablillas cuneiformes que ambas partes de la transacción guardaban como garantía.
Sin duda, [ciertamente] los mercados existían. Los precios de ciertos bienes que no se producían en los dominios [explotaciones] de los Templos o Palacios, y que por tanto no estaban sujetos a la escala de precios administrada, debían tender a fluctuar según los caprichos de la oferta y la demanda. Pero la mayor parte de las compras y ventas diarias, sobre todo las que no se hacían entre absolutos desconocidos, parece que se hacían a crédito. Las «cerveceras», es decir, las taberneras locales, servían cerveza, por ejemplo, y a menudo alquilaban habitaciones; los clientes tenían una cuenta [corrían una cuenta]; normalmente se enviaba el importe total en el momento de la cosecha. Los vendedores del mercado probablemente actuaban como lo hacen hoy en los pequeños mercados de África, o en Asia Central, manteniendo listas de clientes de confianza a los que pueden conceder créditos. La práctica de prestar dinero con intereses también se originó en Sumeria, pero era desconocida, por ejemplo, en Egipto. Los tipos de interés, fijados en un 20%, se mantuvieron estables durante 2000 años (esto no era una señal de control gubernamental del mercado: en aquella etapa, instituciones como éstas eran las que hacían posible los mercados). Sin embargo, esto provocó graves problemas sociales. Sobre todo en los años de malas cosechas, los campesinos tendían a endeudarse sin remedio con los ricos, y tenían que entregar sus granjas y, eventualmente, a sus familiares, en régimen de peonaje por deudas. Poco a poco, esta condición parece haber conducido a una crisis social, que no llevó a insurrecciones populares, sino al abandono de las ciudades y del territorio asentado por parte de la gente común, que se convirtió en «bandidos» seminómadas y asaltantes. Pronto se convirtió en una tradición que los nuevos gobernantes hicieran borrón y cuenta nueva, cancelaran todas las deudas y emitieran una declaración de amnistía general o «libertad», para que todos los trabajadores cautivos pudieran volver con sus familias. (Es significativo que la primera palabra para «libertad» conocida en una lengua humana, el sumerio «amarga», significa literalmente «retorno a la madre»). Los profetas bíblicos instituyeron una costumbre similar, el Jubileo, por la que, al cabo de siete años, todas las deudas quedaban anuladas de la misma manera. Como ha señalado el economista Michael Hudson, parece ser una de las desgracias de la historia del mundo que la institución del préstamo monetario con intereses se haya extendido fuera de Mesopotamia sin que, en la mayoría de los casos, haya ido acompañada de sus controles y equilibrios originales.
II. La Edad Axial (800 a.C. – 600 d.C.)
Forma dominante de la plata: monedas y lingotes de metal.
Esta es la época que vio la aparición de la moneda, así como el nacimiento, en China, India y Oriente Medio, de todas las grandes religiones del mundo[3] Desde el periodo de los Reinos Combatientes en China, hasta la fragmentación de la India, pasando por la carnicería y la esclavitud masiva que acompañaron la expansión (y posterior disolución) del Imperio Romano, fue un periodo de espectacular creatividad en todo el mundo, pero de una violencia casi igual de espectacular. La acuñación de monedas, que permitió el uso actual del oro y la plata como medio de intercambio, también hizo posible la creación de mercados en el sentido ahora más familiar e impersonal del término. Los metales preciosos eran también mucho más apropiados para un periodo de guerra generalizada, por la razón obvia de que podían ser robados. La moneda, ciertamente, no se inventó para facilitar el comercio (los fenicios, consumados comerciantes del mundo antiguo, fueron de los últimos en adoptarla). Parece que se inventó primero para pagar a los soldados, probablemente primero por los gobernantes de Lidia en Asia Menor para pagar a sus mercenarios griegos. Cartago, otra gran nación comercial, sólo empezó a acuñar monedas muy tarde, y entonces explícitamente para pagar a sus soldados extranjeros.
A lo largo de la antigüedad se puede seguir hablando de lo que Geoffrey Ingham ha llamado el «complejo militar-monetario». Tal vez hubiera sido mejor llamarlo «complejo militar-monetario-esclavista», ya que la difusión de nuevas tecnologías militares (hoplitas griegos, legiones romanas) siempre estuvo ligada a la captura y comercialización de esclavos. La otra fuente importante de esclavos era la deuda: como los estados ya no liquidaban regularmente sus cuentas, los que no tenían la suerte de ser ciudadanos de las principales ciudades-estado militares -que solían estar protegidos de los prestamistas depredadores- eran presa fácil. Los sistemas de crédito del Cercano Oriente no se derrumbaron bajo la competencia comercial; fueron destruidos por los ejércitos de Alejandro – ejércitos que requerían media tonelada de lingotes de plata al día para los salarios. Las minas en las que se producían los lingotes solían ser trabajadas por esclavos. Las campañas militares, a su vez, proporcionaban un flujo constante de nuevos esclavos. Los sistemas fiscales imperiales, como se ha señalado anteriormente, estaban diseñados en gran medida para obligar a sus súbditos a crear mercados, de modo que los soldados (y también, por supuesto, los funcionarios del gobierno) pudieran utilizar estos lingotes para comprar lo que quisieran. El tipo de mercados impersonales que antes solían surgir entre las sociedades, o en los márgenes de las operaciones militares, ahora comenzaron a impregnar toda la sociedad.
Por indignos que sean sus orígenes, la creación de nuevos medios de intercambio -la moneda, que apareció casi simultáneamente en Grecia, India y China- parece haber tenido profundos efectos intelectuales. Algunos han llegado a afirmar que la propia filosofía griega fue posible gracias a las innovaciones conceptuales introducidas por la moneda. Sin embargo, el patrón más notable es la aparición, casi exactamente en los momentos y lugares en los que también vemos la temprana expansión de la acuñación de monedas, de lo que se convirtió en las religiones mundiales modernas: el judaísmo profético, el cristianismo, el budismo, el jainismo, el confucianismo, el taoísmo y, finalmente, el islam. Aunque los vínculos precisos aún no se han explorado del todo, en cierto modo estas religiones parecen haber surgido en relación directa con la lógica del mercado. Para decirlo con cierta crudeza: si uno dedica un determinado espacio social simplemente a la adquisición egoísta de cosas materiales, es casi inevitable que pronto venga otro a reservar otro espacio para predicar que, desde el punto de vista de los valores últimos, las cosas materiales no tienen importancia, y que el egoísmo -o incluso el yo- es ilusorio. [si uno relega un determinado espacio social simplemente a la adquisición egoísta de cosas materiales, es casi inevitable que pronto alguien venga a apartar otro ámbito en el que predicar que, desde la perspectiva de los valores últimos, las cosas materiales no tienen importancia, y el egoísmo -o incluso el yo-, ilusorio. ]
III. La Edad Media (600 – 1500 d.C.)
La vuelta al dinero-crédito virtual.
Si la Edad Axial vio surgir los ideales complementarios del mercado de mercancías y las religiones universales del mundo, la Edad Media[4] fue el periodo en el que estas dos instituciones comenzaron a fusionarse. Las religiones empezaron a tomar el control de los sistemas de mercado. Desde el comercio internacional hasta la organización de ferias locales, todo pasó a realizarse a través de redes sociales definidas y reguladas por las autoridades religiosas. Esto permitió el regreso de varias formas de dinero de crédito virtual en toda Eurasia.
En Europa, donde todo esto tuvo lugar bajo la égida del cristianismo, las monedas sólo estaban disponibles de forma esporádica e irregular. A partir del año 800, los precios se calculaban en gran medida en función de una antigua moneda carolingia que ya no existía (de hecho, en aquella época se la denominaba «dinero imaginario»), pero las compras y ventas cotidianas se realizaban principalmente por otros medios. Un recurso común, por ejemplo, era el uso de «varas de contar», trozos de madera con muescas que se partían en dos para que sirvieran de registro de la deuda, una mitad a cargo del acreedor y la otra del deudor. Este tipo de palos para contar se siguieron utilizando en gran parte de Inglaterra hasta el siglo XVI. Las transacciones de mayor envergadura se realizaban a través de letras de cambio, y las grandes ferias servían de cámaras de compensación. La Iglesia, por su parte, proporcionó el marco legal, imponiendo estrictos controles sobre el préstamo de dinero a interés y la prohibición de la servidumbre por deudas.
Sin embargo, el verdadero centro neurálgico de la economía mundial medieval era el Océano Índico, que, junto con las rutas caravaneras de Asia Central, conectaba las grandes civilizaciones de la India, China y Oriente Medio. Allí, el comercio se realizaba a través del marco del Islam, que no sólo proporcionaba una estructura jurídica muy favorable a las actividades mercantiles (al tiempo que prohibía absolutamente el préstamo de dinero a interés), sino que también posibilitaba las relaciones pacíficas entre los mercaderes en una parte notablemente amplia del globo, permitiendo la creación de una variedad de sofisticados instrumentos de crédito. De hecho, Europa Occidental fue, como en tantas otras áreas, relativamente tardía en este aspecto: la mayoría de las innovaciones financieras que llegaron a Italia y Francia en los siglos XI y XVII eran de uso común en Egipto e Irak desde el siglo VIII o IX. La palabra «cheque», por ejemplo, deriva del árabe «sakk», y no apareció en inglés hasta alrededor de la década de 1220.
El caso de China es aún más complicado: la Edad Media comenzó allí con la rápida expansión del budismo que, aunque no estaba en condiciones de legislar o regular el comercio, rápidamente tomó medidas contra los prestamistas locales a través de la invención del prestamista – las primeras casas de empeño se instalaron en los templos budistas como medio de ofrecer a los agricultores pobres una alternativa a los prestamistas locales. Sin embargo, poco después, el Estado se reafirmó, como todavía tiende a hacerlo en China. Pero al hacerlo, no sólo reguló los tipos de interés y trató de abolir el peonaje de la deuda, sino que también se alejó por completo de la moneda metálica [lingotes] inventando el papel moneda. Todo esto fue acompañado por el desarrollo, una vez más, de una variedad de instrumentos financieros complejos.
Todo esto no quiere decir que este periodo no tuviera su cuota de carnicería y pillaje (especialmente durante las grandes invasiones nómadas), o que la moneda no fuera, en muchos lugares y momentos, un importante medio de intercambio. Sin embargo, lo que realmente caracteriza al periodo parece ser un movimiento en la otra dirección. Durante la mayor parte del periodo medieval, el dinero se disoció en gran medida de las instituciones coercitivas. Se podría decir que los cambistas fueron invitados a volver a los templos, donde podían ser supervisados. El resultado fue la aparición de instituciones basadas en un grado mucho mayor de confianza social.
IV. La era de los imperios europeos (1500-1971)
El retorno de los metales preciosos.
Con el advenimiento de los grandes imperios europeos -el ibérico y luego el del Atlántico Norte- el mundo asistió tanto a la vuelta de la esclavitud masiva, el saqueo y la guerra destructiva, como a un rápido retorno a los lingotes de oro y plata como principal forma de moneda. Es probable que la investigación histórica acabe demostrando que los orígenes de estas transformaciones fueron más complicados de lo que se suele suponer. Algo de esto empezaba a ocurrir incluso antes de la conquista del Nuevo Mundo. Uno de los principales factores de la vuelta a la moneda metálica [lingotes], por ejemplo, fue la aparición de movimientos populares a principios de la dinastía Ming en los siglos XV y XVI, que acabaron obligando al gobierno a abandonar no sólo el papel moneda, sino también cualquier intento de imponer su propia moneda. Esto condujo al retorno del vasto mercado chino al estándar de plata sin acuñar. Como los impuestos también se convirtieron gradualmente en plata, se convirtió en una política china más o menos oficial el tratar de introducir la mayor cantidad posible de plata [metal] en el país, con el fin de mantener los impuestos bajos y evitar un mayor malestar social. La repentina y enorme demanda de plata [el metal] tuvo efectos en todo el mundo. La mayor parte de los metales preciosos saqueados por los conquistadores y luego extraídos por los españoles de las minas de México y Potosí (con un coste casi inimaginable en vidas humanas) acabaron en China. Estas conexiones a escala mundial han sido documentadas en detalle. El punto crucial es que la disociación del dinero de las instituciones religiosas, y su reasociación con las instituciones coercitivas (especialmente el Estado), fue acompañada por un retorno ideológico al «metalismo». 5
El crédito, en este contexto, era en gran medida un asunto de los Estados que, a su vez, estaban impulsados por la financiación del déficit, una forma de crédito que, a su vez, se inventó para financiar guerras cada vez más caras. A nivel internacional, el Imperio Británico se empeñó en mantener el patrón oro durante el siglo XIX y principios del XX, y en Estados Unidos se produjeron importantes batallas políticas sobre si debía prevalecer el patrón oro o plata.
También fue, por supuesto, el período del auge del capitalismo, la revolución industrial, la democracia representativa, etc. Lo que intento hacer aquí no es negar su importancia, sino proporcionar un marco para ver esos acontecimientos familiares en un contexto menos familiar. Esto facilita, por ejemplo, la detección de los vínculos entre la guerra, el capitalismo y la esclavitud. La institución del trabajo asalariado, por ejemplo, surgió históricamente dentro de la institución de la esclavitud (los primeros contratos salariales que conocemos, desde Grecia hasta las ciudades-estado de Malasia, eran de hecho alquileres de esclavos), y ha tendido, históricamente, a estar íntimamente ligada a diversas formas de peonaje por deudas, como de hecho sigue siendo hoy. El hecho de que hayamos moldeado tales instituciones en un lenguaje de libertad no significa que lo que ahora concebimos como libertad económica no descanse, en última instancia, en una lógica que, durante la mayor parte de la historia de la humanidad, ha sido considerada como la verdadera esencia de la esclavitud.
IV. Período contemporáneo (1971 y después).
El imperio de la deuda.
Puede decirse que el periodo actual comenzó el 15 de agosto de 1971, cuando el presidente estadounidense Richard Nixon suspendió oficialmente la convertibilidad del dólar en oro y creó de hecho los actuales regímenes de moneda flotante. En cualquier caso, hemos regresado a una era de dinero virtual, en la que las compras de los consumidores de los países ricos rara vez implican siquiera papel moneda, y las economías nacionales están impulsadas en gran medida por la deuda de los consumidores. Es en este contexto donde podemos hablar de la «financiarización» del capital, por la que la especulación con monedas e instrumentos financieros se convierte en un dominio en sí mismo, desvinculado de cualquier relación inmediata con la producción o incluso el comercio. Evidentemente, este es el sector que hoy ha entrado en crisis.
¿Qué podemos decir de este nuevo periodo? Hasta ahora, muy, muy poco. Treinta o cuarenta años no son nada en términos de la escala que hemos estado tratando. Está claro que este periodo no ha hecho más que empezar. Dicho esto, el siguiente análisis, por crudo que sea, nos permite empezar a hacer algunas sugerencias con conocimiento de causa.
Históricamente, como hemos visto, la era del dinero virtual basado en el crédito también ha implicado la creación de algún tipo de institución general -la realeza sagrada mesopotámica, el jubileo mosaico, la sharia o el derecho canónico- que pusiera controles a las consecuencias sociales potencialmente catastróficas de la deuda. Casi invariablemente, involucraban a instituciones (normalmente no concurrentes con el Estado, generalmente más grandes) para proteger a los deudores. Hasta ahora el movimiento ha sido en la otra dirección esta vez: a partir de los años 80 empezamos a ver la creación del primer sistema administrativo global efectivo, que opera a través del FMI, el Banco Mundial, las corporaciones y otras instituciones financieras, en gran medida para proteger los intereses de los acreedores. Sin embargo, este aparato entró rápidamente en crisis, primero por el rapidísimo desarrollo de los movimientos sociales globales (el movimiento altermundista), que destruyó efectivamente la autoridad moral de instituciones como el FMI y dejó a muchas de ellas al borde de la quiebra, y ahora por la actual crisis bancaria y el colapso económico global. Aunque la nueva era del dinero ficticio no ha hecho más que empezar y las consecuencias a largo plazo aún no están del todo claras, ya podemos decir un par de cosas. La primera es que el paso al dinero ficticio no es en sí mismo necesariamente un efecto insidioso del capitalismo. De hecho, puede significar exactamente lo contrario. Durante la mayor parte de la historia de la humanidad, los sistemas monetarios de juego fueron diseñados y regulados para asegurar que nunca pudiera surgir nada parecido al capitalismo, al menos no como aparece en su forma actual, con la mayoría de la población mundial colocada en una condición que en muchos otros períodos históricos habría sido considerada equivalente a la esclavitud. El segundo argumento es resaltar el papel absolutamente crucial de la violencia en la definición de los propios términos con los que imaginamos tanto la «sociedad» como los «mercados», de hecho, muchas de nuestras ideas más básicas de libertad. Un mundo menos impregnado de violencia comenzaría rápidamente a desarrollar otras instituciones. Por último, pensar en la deuda fuera de la camisa de fuerza intelectual del Estado y del mercado abre posibilidades apasionantes. Por ejemplo, podemos preguntarnos: en una sociedad en la que por fin se ha arrancado esta base de violencia, ¿qué se deben exactamente los hombres y mujeres libres? ¿Qué tipo de promesas y compromisos deben hacerse mutuamente?
Esperemos que todo el mundo esté algún día en condiciones de empezar a plantearse esas preguntas. En momentos como éste, nunca se sabe.
[1] Geoffrey W. Gardiner, «The Primacy of Trade Debts in the Development of Money», en Randall Wray (ed.), Credit and State Theories of Money: The Contributions of A. Mitchell Innes, Cheltenham: Elgar, 2004, p.134.
[2] Nota de la traducción: La noción inglesa de «bullion» no tiene, creo, una traducción exacta en francés. Según tengo entendido, la palabra puede referirse tanto a los lingotes de oro concretos, pero también, de forma más general y abstracta, al dinero en forma metálica, o incluso de forma más general a los metales preciosos como el oro y la plata. Por lo tanto, he optado por traducir «bullion» en este texto como «los lingotes», que, por lo tanto, deben entenderse no sólo como lingotes concretos, sino también, de forma más general, como los metales preciosos utilizados como dinero mercancía.
[3] La expresión «Edad Axial» fue acuñada originalmente por Karl Jaspers para describir el período relativamente breve entre el 800 a.C. y el 200 d.C. en el que, según él, surgieron simultáneamente en China, la India y el Mediterráneo oriental todas las principales tradiciones filosóficas que conocemos hoy. Aquí lo utilizo en el sentido más amplio de Lewis Mumford como el período que vio nacer a todas las religiones del mundo, extendiéndose aproximadamente desde la época de Zoroastro hasta la de Mahoma.
[4] Aquí relego todo lo que generalmente se llama la «edad oscura» en Europa al período anterior, caracterizado por el militarismo depredador y la consiguiente importancia del lingote: las incursiones vikingas, y la famosa explotación minera del danegeld en Inglaterra en el año 800, pueden verse como una de las últimas manifestaciones de una época en la que el militarismo depredador iba de la mano de los acaparamientos de lingotes de oro y plata.
[5] El mito del trueque y las teorías de la mercancía del dinero se desarrollaron evidentemente en este período.
Traducido por Jorge Joya
Original: fr.theanarchistlibrary.org/library/david-graeber-dette