Estas personas son trabajadores, señores", dijo el general Soleno Chagoya a los periodistas que le rodeaban. A esta gente le gusta trabajar. Y el trabajo es fundamental para la paz social. Carlos Montemayor, Guerra en el Paraíso.
Los autobuses, el metro, las circunvalaciones y los trenes de cercanías están llenos a rebosar de trabajadores atrapados en la normalidad. La aglomeración, el precio de una calma frágil, el precio del orden. El sueño que no llega, el sueño interrumpido al amanecer, el precio de la calma.
No hay que mirar muy lejos para ver los signos de un aparente consenso; durante una manifestación, un huelguista reacciona a un lema "Abajo el trabajo" pegado en las paredes: "¡Eso no está bien, no deberías decir eso!". ¿Por qué no está bien? "Porque es extremista; ¡necesitamos trabajo, necesitamos trabajar! ¿Y por qué debemos trabajar? "Hay que trabajar... ¡pero porque hay que trabajar! Brillante demostración.
¿Era una declaración de amor al trabajo, o se trataba de conseguir el preciado sueldo mensual, el que te da derecho a la preciada vivienda (y todavía), la preciada comida, la preciada cuenta bancaria, el preciado billete de transporte al trabajo, el preciado permiso de residencia, la preciada ropa?
Es este maldito círculo sin principio ni fin el que surge con más frecuencia. ¿De dónde viene el dinero y la necesidad de conseguirlo para sobrevivir, de dónde viene el trabajo asalariado y la relación salario/empleador, de dónde viene la relación mercancía? Pero más aún, se dirá, ¿quién tiene todavía tiempo para hacerse estas malditas preguntas?
"Hay que trabajar porque hay que trabajar". Ciertamente, ciertamente... El tipo de dominio social que lo sagrado ha impregnado profundamente con su fétido olor a desgracia, a misterio, preservándolo de cualquier cuestionamiento.
Es tan evidente que nos olvidamos de sorprendernos de que los trabajadores puedan hacer huelgas salvajes, manifestarse y bloquear carreteras, saquear prefecturas... por el derecho al trabajo, por el mantenimiento de tal o cual industria, por el empleo. Estamos en el apogeo del culto al trabajo, en un momento en el que los jefes ya no son odiados por lo que son (los que nos hacen esclavizar como ganado) sino porque ya no nos ofrecen trabajo, porque cierran fábricas. Por supuesto, siempre existe ese sentimiento difuso de odio de clase: los jefes son unos mentirosos, unos cabrones que nos tratan y nos despiden como si fuéramos una mierda, que nos echan como si nada cuando quieren, nos despiden y se van con la pasta bajo el brazo. Pero al desaparecer el "jefe-voyeur", nos apresuramos a encontrar otro jefe más honesto, un buen hombre que respete nuestra "dignidad como empleados".
Siempre es extraño escuchar a los trabajadores decir a un ministro en un plató de televisión, después de haber sido despedidos: "pero básicamente estamos de acuerdo con usted, queremos que funcione, queremos trabajar".
Más aún cuando, al mismo tiempo, puedes ver la tristeza sin fondo en los rostros de las personas cuando van a trabajar, o cuando vuelven a casa del trabajo. Entonces piensas: "Joder, es evidente que a nadie le gusta su trabajo, que a nadie le gusta EL trabajo, porque sea cual sea el tipo de trabajo que hacen, todos parecen cadáveres".
Entonces, ¿por qué el asco sólo se manifiesta en lo íntimo, en las miradas furtivas? ¿Por qué la cuestión del trabajo lleva tan a menudo a un callejón sin salida cuando se plantea públicamente?
A pesar de toda esta vasta morgue que da vueltas, a pesar de que la depresión afecta a una de cada dos personas, de que los psicofármacos se tragan a cucharadas, se encuentra en todas partes esta línea conectiva del típico manifestante: "hay que trabajar porque hay que trabajar". El premio es para una oyente (tomada al azar) que reacciona en antena a un tema de los medios de comunicación (la indemnización a los parados): "Claro que creo que hay que castigar a los parados; ¿por qué van a tener más derechos que los demás? Si yo me levanto todas las mañanas para ir a trabajar, para que no me despidan, ¿por qué no vamos a castigar a los parados que no se levantan por la mañana para buscar trabajo? Como dijo Maurice Thorez a los huelguistas de la posguerra: "¡Es hora de arremangarse, camaradas!
Lo dice: fuera del templo del trabajo sagrado y de sus discípulos, sólo hay herejes que hay que convertir a la fuerza, sancionar o reeducar socialmente, a falta de eliminarlos pura y simplemente como elementos inútiles y perjudiciales.
¿Se trata realmente del amor al trabajo? Si realmente amamos el trabajo, a lo sumo podemos compadecernos de los desempleados, como: "Oh, pobres, no saben lo que es el placer del trabajo, las alegrías de trabajar, la felicidad de despertarse a las seis, los trenes llenos de gente. ¡Ah, eso es muy triste!
Pero los desempleados rara vez (demasiado rara vez) impiden que los trabajadores trabajen. ¿Y qué? ¿Celos tal vez? Y como en este mundo no puedes tener celos de alguien que gana menos dinero que tú, sólo te quedan los celos del "tiempo libre".
¿Y qué queda por responder a estas personas? "Bueno, entonces, vete a trabajar y ¡buena suerte para ti! Además, como dijo otra persona: "A los antiguos esclavos había que encadenarlos con bolas de hierro fundido para que no se escaparan; a los esclavos modernos se les da dos semanas de vacaciones en verano y vuelven por su cuenta".
Y sin embargo se quejan de su trabajo, de su jefecillo que les agobia, que les aburre por cien céntimos la hora, y que les arruina la moral y la salud, que les estresa, que no ven la hora de jubilarse, que no me apetece levantarme de una puta vez...
¿Y qué? ¿Masoquismo, esquizofrenia colectiva?
Una de dos cosas:
- o bien los esclavos modernos son tan dependientes de sus amos que la elección simplemente no se plantea,
- o no tienen nada que desear para escapar, y el trabajo es entonces una de las varias opciones posibles.
Pero si se piensa en ello, ¿cómo podría una sociedad criada sobre la base de diversas variantes del laborismo (entendido como la religión del trabajo) admitir sin vergüenza: "¡Oh, el trabajo es realmente una mierda, estoy de acuerdo!
Un laborismo que se ha instituido durante siglos, primero como ideología del poder, y luego (como toda ideología que funciona) retransmitido por la base, por "las masas". Un laborismo cívico que ha aprendido de memoria que la ociosidad es uno de los peores vicios que existen, y que sabe que los no trabajadores son un peligro social, un peligro para la seguridad, esa otra religión moderna.
Uno llega a pensar que, con el tiempo, lo que se forjó como un deber que había que cumplir, sobre todo dolorosamente, ya no tiene el significado de un castigo, de una retribución o de una marca de abyección, sino, por el contrario, de un mérito, de una recompensa, de una gratitud. En un mundo tan al revés, uno se siente orgulloso de trabajar, de tener su medalla por "cuarenta años de buenos y leales servicios", uno florece y se emancipa con el trabajo, uno derrama una lágrima de alegría cuando las fábricas abren sus puertas en las cercanías. ¿Y quiénes son los que se califican de "aristócratas"? Los que gritan abiertamente que el trabajo es, siempre ha sido y siempre será una desgracia.
No hace mucho tiempo, los esquiroles tenían que pasar desapercibidos durante las huelgas, cuando se encontraban con que sus compañeros salían a la calle y destruían las máquinas.
Hoy en día, los bocazas pueden hacer estallar abiertamente su odio hacia el huelguista y encontrar muchos cómplices que les digan al unísono: "¡Tienes razón, yo los mandaría a trabajar a Bangladesh por tres euros la hora, para enseñarles lo que es la explotación! Y tantos partidarios de una ley para eliminar de las listas a los parados que rechacen "dos ofertas de trabajo aceptables".
Tantos productos (¿cuánta voluntad?) de la frustración social generalizada que llegan a odiar violentamente, en la vieja lógica de la guerra civil, a los más oprimidos por el capital, a los que tienen la fuerza para luchar y contraatacar a la máquina de la sumisión. ¡Piensa! Los jefes son reyes que nos ofrecen puestos de trabajo como si fueran bombones, y sólo nos resentimos cuando no cumplen sus promesas (un poco como con los políticos, básicamente).
En este reciente refuerzo del culto popular al trabajo, muchas escorias políticas tienen una buena cuota de responsabilidad, encabezadas por los sindicatos, los partidos y las organizaciones llamadas "radicales".
Las batallas por el derecho al trabajo (parece un eco del viejo estribillo "¡Pero si hay gente que murió para que tú tuvieras derecho al voto!") se iniciaron con la constitución de lo que aún hoy se llama Movimiento Social, que a su vez participó en el entierro de movimientos insurreccionales caracterizados por la destrucción de máquinas y fábricas. También, tras la "muerte" de los explotados sublevados, apareció otra "figura", con la buena imaginería del prolo musculoso, que suda inclinado sobre su máquina, lleno de tenacidad ante la adversidad y el dolor, los desfiles de trabajadores por el primero de mayo con pancartas "salvemos nuestros puestos de trabajo y nuestros salarios", "salvemos nuestra profesión", "la industria del automóvil debe sobrevivir", o "por la defensa de la metalurgia en Lorena", "¡3000 euros al mes a partir de ahora es posible! y otros apestosos himnos que animan a la gente a estar orgullosa de su condición". Un imaginario en el que la hoz ya no se utiliza para degollar al capataz, ni el martillo para destrozar el telar, sino para representar el trabajo en todo su esplendor.
Un obrerismo llevado al extremo de eslóganes como "quien no trabaja no come" [1], "trabajemos TODOS, menos y de forma diferente", eslóganes que traducen una visión de la "Sociedad del Futuro" no tan lejana a la actual, que podría resumirse con la siguiente fórmula: "Siendo la anarquía la expresión acabada del Orden (sic), y siendo el trabajo "la mejor de las policías" (no es broma), el anarquismo es por tanto la ideología del trabajo generalizado". ¿Qué queda de "revolucionario" en eso, y qué mejor regalo podríamos hacer a este sistema que esta falsa crítica que ataca la forma y deja intacto el fondo? ¿Una ideología que pretende recuperar los términos del "viejo mundo" para llevarlos al extremo y dejar de subvertirlos? [2]
O más a menudo, es la apología de la autogestión como cura milagrosa, un mito rodeado de "radicalismo" pero completamente vacío (¿qué? los trabajadores van a gestionar necesariamente mejor la industria del automóvil, las prisiones, las fábricas de armas, las plantas de Airbus, los supermercados? ¿Autogestión de qué, de hecho?).
Una ideología en la que los parados sólo son "compañeros de trabajo temporalmente privados de empleo", víctimas que el glorioso socialismo (incluso en su versión llamada "libertaria") se apresurará a hacer "útiles" y "valiosos" de nuevo. Compañeros" que aún deben sentirse culpables por estar un poco fuera de LA clase...
El proletario es la figura misma del individuo (perdón, el individuo no existe, es cierto...) que sufre toda la fuerza de la explotación, el símbolo (personificado tanto como masificado) de las fechorías del capitalismo; lo que suelen decir los ouvriéristes es que "el proletariado como clase está en el centro de la lucha de clases, y por tanto sólo él podrá hacer la revolución, que es su designio histórico, su tarea suprema". De ahí la construcción del sujeto revolucionario querido no sólo por los marxistas, sino también por muchos anarquistas de la "lucha de clases".
En resumen, una ideología que funciona sobre la creencia en el "igualitarismo negativo" del sistema, en la autodestrucción (siempre cercana, parece) de éste por "exacerbación mecánica de sus contradicciones internas". Y dado que todos -o casi todos- acabarán en la misma mierda a más o menos largo plazo, esto será suficiente para desencadenar una conciencia "de clase", y la revuelta y luego la revolución
inevitablemente. La miseria social engendra automáticamente una revuelta... ¿En serio? Basta con echar un breve vistazo a la historia para darse cuenta de que este mito, acompañado de la Huelga General, de la Revolución Social, ha quedado ampliamente invalidado. Porque casi cualquier cosa puede nacer de la ira generalizada, aunque sea ira "de clase": fascismo, levantamientos libertarios, autoritarismo, movimientos nacionalistas, etc. Todo esto para decir que la miseria y la opresión no determinan nada en sí mismas (ni siquiera necesariamente la ira), si no es miseria y opresión.
Por supuesto, en una situación en la que la paz social se ha roto en gran medida, es mucho mejor ver sabotajes y otros bloqueos de las rutas de tráfico de mercancías, secuestros de jefes, subprefecturas saqueadas, en lugar de pogromos, cacerías de extranjeros y otros actos que remiten a la guerra civil, donde los explotados se disparan unos a otros.
Pero en este contexto, está claro que el obrerismo como parte integrante del laborismo no ayuda: el orgullo de la propia condición, el amor por el trabajo bien hecho, el refuerzo de una identidad obrera que se transmite en el seno de la clase para reproducirla, con sus ritos, su folclore, en definitiva todo lo contrario a una voluntad de auto-negación del "proletariado" en la destrucción del capital y del trabajo.
Y ni una palabra, la mayor parte de las veces, aparte del interminable "reparto de la riqueza", sobre el origen del trabajo, con el pretexto de que esto llevaría a una "especiosa reflexión etimológica"; Ni una palabra de crítica sobre su sentido y su significado, su papel social de domesticación y de control, tanto en las oficinas como en las fábricas, sobre su capacidad nihilista de fundir todo en la misma categoría, desde la agricultura destructiva hasta la energía nuclear, desde la fabricación de diversos venenos industriales hasta los empleos de gestión y de vigilancia (profesores, guardias de seguridad, gerentes, empleados del Pôle Emploi, asistentes sociales. .). Piénsalo, el Movimiento Social tiene demasiada necesidad de coquetear con su amada clase, no debe ofender a nadie.
No se dice nada sobre el hecho de que el trabajo no es en el fondo más que nuestra fuerza transformada en energía para el capital, de la que no puede prescindir, su esencia vital, su mejor aliado, y esto sea cual sea el grado de automatización de la producción. Nada sobre el hecho de que el trabajo es lo que nos aburre, nos asfixia, nos quema y nos devora, la tortura normal y moral que nos aplasta. Y que, al final, como se decreta que la vida no tiene sentido fuera del trabajo, se erige como el pilar de bronce de una sociedad abiertamente totalitaria, tan totalitaria que ha conseguido integrar a sus falsos manifestantes y reciclarlos como proveedores de soluciones alternativas al trabajo forzoso.
Al final, no se dice nada de todo aquello de lo que habrá que deshacerse en una perspectiva de liberación, desde el dinero hasta el trabajo asalariado, pasando por todas las molestias que no se trata de gestionar, sino de eliminar.
Y por el momento, el capital se frota las manos, así como todos los que tienen interés en la perpetuación de lo existente.
¿Cómo podría ser de otra manera? "El trabajo es salud" dice el jefe, "hay que trabajar porque hay que trabajar" responde el "manifestante responsable". El bucle está bien cerrado en la democracia capitalista. Y para que se rompa, no bastará con que se extienda el odio al "jefe-que-cerró-la-fábrica", al igual que los llamamientos a la autogestión que emanan de organizaciones sin aliento y demasiado ocupadas en reclutar adeptos.
Y a todos los Maurice Thorezes modernos habrá que darles una patada en el culo.¡
Acabar con el trabajo, el capital y sus chulos.
[Extracto de Non Fides N°IV, julio de 2009].
Notas
[1] Reproducción fiel de un versículo de San Pablo que dice: "El que no quiera trabajar, que tampoco coma". A lo que podemos añadir estas palabras de un Credo Mormón, reportado por el Sr. Weber: "Pero un hombre indolente o perezoso no puede ser un cristiano, ni puede ser salvado. Está destinado a morir picado y expulsado de la colmena. Y el autor comenta: "Era sobre todo una disciplina extraordinaria, a medio camino entre el claustro y la fábrica, que colocaba al individuo ante la elección entre el trabajo o la eliminación
[Para aclarar las cosas, en el primer número de esta revista apareció un folleto titulado "Travailler pourquoi faire?", que traducía más o menos esta lógica de una "visión alternativa del trabajo"; en gran medida hemos vuelto a esta forma de ver las cosas.
FUENTE: Non Fides - Base de datos anarquista
Original: www.socialisme-libertaire.fr/2017/06/contre-le-travail-et-ses-apotres.