"La imagen de la revolución sufrió mucho por los abusos y crímenes cometidos por los revolucionarios autoritarios. Durante la Revolución Francesa de 1793, el Terror se puso en marcha bajo la presión de los sans-culottes, que vieron en él la posibilidad de desenmascarar a los monopolistas y a los "enemigos del interior". Primero se volvió contra los moderados (girondinos, dantonistas, etc.) y luego contra el movimiento igualitario, los sans-culottes, los enragés y los clubes populares, revelándose como la herramienta de un poder enemigo de la revolución social. La revolución bolchevique en Rusia, la revolución china y otras revoluciones llamadas "socialistas", sin excepción, sólo establecieron la dictadura de las burocracias, de un capitalismo de Estado que explota y oprime a la inmensa mayoría. Las prácticas de autogestión y las aspiraciones de autoorganización fueron canalizadas y luego destruidas sistemáticamente por las nuevas clases dominantes, que se desvivieron por reprimir todo lo que no se ajustaba a su "línea", con el fin de preservar su poder y sus intereses de clase.
La revolución anarquista debe adoptar prácticas que se ajusten a sus fines, y por eso rechazamos los preceptos del marxismo-leninismo y del trotskismo: el vanguardismo, la idea de una "etapa de transición", la "dictadura del proletariado".
A primera vista, parecería que marxistas y anarquistas están de acuerdo en la desaparición del Estado. En un texto titulado El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Engels escribió: "Con la desaparición de las clases sociales, el Estado desaparecerá inevitablemente. La sociedad que reorganice la producción sobre la base de la asociación libre e igualitaria de los productores, relegará la máquina estatal a su lugar: en el museo de antigüedades, junto a la rueca y el hacha de bronce". Marx, por su parte, no fue muy prolijo sobre la "sociedad futura".
Pero cuando se trata de la cuestión de la "transición", nuestro punto de vista se vuelve irreconciliable con el de los marxistas-leninistas. Para estos últimos, la transición al socialismo se produce a través de la dictadura del proletariado y el establecimiento de un "Estado obrero": "El proletariado utilizará su supremacía política para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase dirigente" (Manifiesto del Partido Comunista, 1848). Para Lenin, "es necesario utilizar provisionalmente los instrumentos, medios y procedimientos del poder estatal contra los explotadores, así como para la supresión de las clases es indispensable la dictadura provisional de la clase oprimida".
Seamos serios: en primer lugar la "dictadura del proletariado" es una tontería. El proletariado es lo que es porque es explotado y dominado. Si ya no es así, ya no existe. Y si ya no existe, ¿cómo podría ejercer su "dictadura" y sobre quién? Para nosotros, esa retórica es sólo un pretexto para justificar la dictadura pura y dura del partido único. En segundo lugar, un Estado no puede marchitarse por sí mismo. Al contrario, ¡hace todo lo posible por mantenerse en pie y fortalecerse! El estalinismo no fue, por tanto, la "degeneración de un Estado obrero" (para usar las palabras de los trotskistas), sino la continuación siniestra y lógica de la toma del poder por los bolcheviques. El único periodo de transición que reconocemos es aquel en el que se trabaja la perspectiva revolucionaria y, tras la pausa, aquel en el que se crean las nuevas estructuras federalistas y de autogestión que van tomando su impronta.
Además, como los resultados obtenidos están condicionados por los métodos utilizados, afirmamos que el fin no justifica los medios, sino que está contenido en ellos. El vanguardismo, que corresponde al protagonismo de una "élite autoproclamada" sobre la "masa", es esencialmente contrarrevolucionario.
Ninguna formación ideológica, ninguna organización podrá emancipar a los individuos imponiéndoles obediencia, dirigiéndolos. Esta visión de las cosas conduce al resultado contrario: ¡mata toda libertad, da a luz a nuevos dirigentes, peores que los anteriores! Nuestra emancipación sólo puede hacerse por nuestra propia acción directa, es decir, sin confiar a nadie que nos dirija, que nos guíe! Al concepto de vanguardia, oponemos los de "fuerzas de influencia" y "minorías activas". Dependiendo del contexto, siempre hay individuos, grupos y organizaciones que toman iniciativas, que desempeñan, en un momento dado, el papel de instigadores o catalizadores.
Es en este sentido que las organizaciones anarquistas específicas son indispensables para la construcción y politización de un movimiento social revolucionario. Corresponde a los militantes anarquistas reagruparse para constituir un polo de influencia: convencer, aportar crítica, análisis y propuestas anarquistas, defender los principios de la autoorganización, impulsar las luchas sobre la base de la revolución social... Pero estas organizaciones no pueden ni deben pretender ser los líderes de estos movimientos.
Traducida por Jorge Joya
Original : www.socialisme-libertaire.fr/2015/06/contre-l-autoritarisme-revolution