Catecismo revolucionario de Bakunin (1865) – Daniel Guérin

Daniel Guérin, Ni Dieu, Ni Maître, Anthologie de l'anarchisme, 1970. 

Hay una contradicción, al menos aparente, en las siguientes páginas. A veces, Bakunin se pronuncia categóricamente a favor de la "destrucción de los Estados": "El Estado -dice- debe ser radicalmente demolido", etc., a veces reintroduce la palabra "Estado" en su argumentación. Esta vez lo define como "la unidad central del país", como un órgano federal. Y sin embargo, sigue vituperando al "Estado tutelar, trascendente y centralizado", denunciando "la presión despótica centralizadora del Estado".

Por lo tanto, hay un Estado y un Estado. La misma ambigüedad se encuentra en los escritos de Proudhon, de quien Bakunin se nutrió tanto. La acusación al Estado fue el tema esencial del pensamiento proudhoniano. Y, sin embargo, el Proudhon de la última época, el del Principio Federal (1863), libro escrito sólo dos años antes del Programa de Bakunin, no duda en utilizar la palabra "Estado" en el mismo sentido federalista y anticentralista que Bakunin tomó prestado. Daniel Guérin. 

Principios generales

Negación de la existencia de un dios real, extramundano y personal, y en consecuencia también de toda revelación y de toda intervención divina en los asuntos del mundo y de la humanidad. Abolición del servicio y culto a la deidad.

Sustituyendo el culto a Dios por el respeto y el amor a la humanidad, afirmamos la razón humana como único criterio de verdad; la conciencia humana como base de la justicia; la libertad individual y colectiva como única creadora del orden humano.

La libertad es el derecho absoluto de todo hombre o mujer mayor de edad a no buscar otra sanción para sus acciones que su propia conciencia y razón, a determinarlas únicamente por su propia voluntad y, en consecuencia, a ser responsable de ellas primero ante sí mismo y luego ante la sociedad de la que forma parte, pero sólo en la medida en que consienta libremente en formar parte.

No es cierto que la libertad de un hombre esté limitada por la de todos los demás. El hombre sólo es realmente libre en la medida en que su libertad, libremente reconocida y representada como por un espejo por la conciencia libre de todos los demás, encuentra la confirmación de su extensión infinita en la libertad de éstos. El hombre sólo es verdaderamente libre entre otros hombres que también lo son; y como sólo es libre como ser humano, la esclavitud de un hombre en la tierra, al ser una ofensa al principio mismo de la humanidad, es la negación de la libertad de todos.

Por tanto, la libertad de cada uno sólo es realizable en la igualdad de todos. La realización de la libertad en la igualdad de derecho y de hecho es la justicia.

Sólo hay un dogma, una ley, una base moral para los hombres, y es la libertad. Respetar la libertad del prójimo es un deber; amarlo, ayudarlo, servirlo, es una virtud.

Exclusión absoluta de cualquier principio de autoridad y razón de Estado. - La sociedad humana, habiendo sido originalmente un hecho natural, anterior a la libertad y al despertar del pensamiento humano, y habiéndose convertido después en un hecho religioso, organizado según el principio de la autoridad divina y humana, debe hoy reconstituirse sobre la base de la libertad, que debe convertirse en lo sucesivo en el único principio constitutivo de su organización tanto política como económica. El orden en la sociedad debe ser el resultado del mayor desarrollo posible de todas las libertades locales, colectivas e individuales.

La organización política y económica de la vida social ya no debe proceder, como hoy, de arriba abajo y del centro a la circunferencia, sobre el principio de la unidad forzada y la centralización, sino de abajo arriba y de la circunferencia al centro, sobre el principio de la libre asociación y la federación.

Organización política

Es imposible determinar una norma concreta, universal y obligatoria para el desarrollo ulterior y la organización política de las naciones; la existencia de cada una está subordinada a un cúmulo de condiciones históricas, geográficas y económicas diferentes que nunca permitirán establecer un modelo de organización, igualmente bueno y aceptable para todos. Tal empresa, absolutamente carente de utilidad práctica, atentaría además contra la riqueza y la espontaneidad de la vida, que se deleita en la infinita diversidad, y, además, sería contraria al principio mismo de la libertad. Sin embargo, hay condiciones esenciales y absolutas sin las cuales la realización práctica y la organización de la libertad serán siempre imposibles.

Estas condiciones son :

La abolición radical de toda religión oficial y de todas las iglesias privilegiadas o sólo protegidas, pagadas y mantenidas por el Estado. Libertad absoluta de conciencia y de propaganda para cada persona, con la facultad ilimitada de erigir cuantos templos quiera cada uno, a sus dioses, cualesquiera que sean, y de pagar y mantener a los sacerdotes de su religión.

Las Iglesias, consideradas como corporaciones religiosas, no gozarán de ninguno de los derechos políticos que se atribuirán a las asociaciones productivas, no podrán heredar ni poseer bienes en común, salvo sus casas o establecimientos de oración, y nunca podrán ocuparse de la educación de los niños, siendo el único objeto de su existencia la negación sistemática de la moral, la libertad y la brujería lucrativa.

Abolición de la monarquía, república.

Abolición de clases, rangos, privilegios y todo tipo de distinciones. Igualdad absoluta de derechos políticos para todos, hombres y mujeres; sufragio universal.

Abolición, disolución y quiebra moral, política, judicial, burocrática y financiera del Estado tutelar, trascendente, centralista, doble y alter ego de la Iglesia, y como tal, causa permanente de empobrecimiento, embrutecimiento y esclavización para los pueblos. Como consecuencia natural: abolición de todas las universidades del Estado, debiendo el cuidado de la educación pública pertenecer exclusivamente a las comunas y a las asociaciones libres; abolición de la magistratura del Estado, debiendo todos los jueces ser elegidos por el pueblo; abolición de los códigos penales y civiles actualmente vigentes en Europa, porque todos ellos, igualmente inspirados en el culto a Dios, al Estado, a la familia consagrada religiosa o políticamente, y a la propiedad, son contrarios al derecho humano, y porque el código de la libertad sólo podía ser creado para la libertad. Abolición de los bancos y de todas las instituciones de crédito estatales. Abolición de toda la administración central, la burocracia, los ejércitos permanentes y la policía estatal.

Elección inmediata y directa de todos los funcionarios públicos, judiciales y civiles, así como de todos los representantes o concejales nacionales, provinciales y comunales, por el pueblo, es decir, por el sufragio universal de todos los individuos, hombres y mujeres mayores de edad.

Reorganización interna de cada país, tomando como punto de partida y base la libertad absoluta de los individuos, de las asociaciones productivas y de las comunas.

Derechos individuales

El derecho de todo hombre y mujer, desde la primera hora de su nacimiento hasta la mayoría de edad, a ser plenamente mantenido, vigilado, protegido, criado y educado en todas las escuelas públicas primarias, secundarias, superiores, industriales, artísticas y científicas, con cargo a la sociedad.

El derecho igualitario de cada individuo a ser aconsejado y apoyado por éste, en la medida de lo posible, al comienzo de la carrera que cada individuo, habiendo alcanzado la mayoría de edad, absolutamente libre, ya no ejercerá sobre él ninguna supervisión o autoridad, y, declinando toda responsabilidad hacia él, no le deberá más que el respeto y, si es necesario, la protección de su libertad.

La libertad de cada individuo mayor de edad, hombre y mujer, debe ser absoluta y completa, libertad para ir y venir, para profesar todas las opiniones posibles, para ser perezoso o activo, inmoral o moral, para disponer, en una palabra, de su propia persona; libertad para vivir, ya sea honestamente de su propio trabajo, ya sea explotando vergonzosamente la caridad o la confianza privada, siempre que esta caridad y esta confianza sean voluntarias y le sean prodigadas únicamente por individuos mayores de edad.

Libertad ilimitada de toda clase de propaganda por medio de la palabra, de la prensa, en reuniones públicas y privadas, sin otra restricción a esta libertad que el poder natural y saludable de la opinión pública. Libertad absoluta de asociación, sin exceptuar aquellas que por su objeto sean o parezcan inmorales e incluso aquellas cuyo objeto sea la corrupción y [destrucción] (1) de la libertad individual y pública.

La libertad sólo puede y debe ser defendida por la libertad; y es una peligrosa contradicción tratar de socavarla bajo el engañoso pretexto de protegerla; y, como la moral no tiene otra fuente, ni otro estímulo, ni otra causa, ni otro objeto que la libertad, y como ella misma no es otra cosa que la libertad, todas las restricciones que se han impuesto a ésta con el objeto de proteger la moral han resultado siempre en detrimento de aquélla. La psicología, la estadística y toda la historia nos demuestran que la inmoralidad individual y social ha sido siempre la consecuencia necesaria de la mala educación pública y privada, de la ausencia y degradación de la opinión pública, que sólo existe y se desarrolla y moraliza a través de la sola libertad; y la consecuencia, sobre todo, de una organización viciosa de la sociedad. La experiencia nos enseña, dice el ilustre estadístico Quételet (2), que es la sociedad la que siempre prepara los delitos y que los delincuentes son sólo los instrumentos fatales que los llevan a cabo. Por lo tanto, es inútil oponerse a la inmoralidad social con el rigor de una legislación que coarta la libertad individual.

La experiencia nos enseña, por el contrario, que el sistema represivo y autoritario, lejos de haber frenado sus arrebatos, siempre los ha desarrollado más profundamente y más ampliamente en los países que se han visto afectados por él, y que la moral pública y privada siempre ha descendido y aumentado en proporción a la reducción o ampliación de la libertad de los individuos. Y que, en consecuencia, para moralizar la sociedad actual, hay que empezar por destruir de arriba abajo toda esa organización política y social fundada en la desigualdad, en el privilegio, en la autoridad divina y en el desprecio [¿desprecio?] de la humanidad; y después de haberla reconstruido sobre los cimientos de la más completa igualdad, de la justicia, del trabajo y de una educación racional inspirada sólo en el respeto humano, hay que darle la opinión pública por su guardia y, por su alma, la más absoluta libertad.

Sin embargo, la sociedad no debe quedar completamente indefensa ante los individuos parasitarios, malvados y dañinos. Puesto que el trabajo debe ser la base de todos los derechos políticos, la sociedad, como provincia o nación, cada una en su respectivo distrito, podrá privar de estos derechos a todos los individuos mayores de edad que no sean inválidos, enfermos o ancianos, y que vivan a expensas de la caridad pública o privada, con la obligación de restituirlos en cuanto empiecen a vivir de su propio trabajo.

Dado que la libertad de cada individuo es inalienable, la sociedad nunca permitirá que ningún individuo enajene esa libertad legalmente, ni que la comprometa por contrato con otro individuo de otra manera que no sea sobre la base de la más plena igualdad y reciprocidad. Sin embargo, no podrá impedir que un hombre o una mujer, desprovistos de todo sentido de la dignidad personal, contraten con otro individuo una relación de servidumbre voluntaria, pero los considerará como individuos que viven de la caridad privada y, en consecuencia, privados del disfrute de los derechos políticos, mientras dure esta servidumbre.

Todas las personas que han perdido sus derechos políticos también se verán privadas del derecho a criar y mantener a sus hijos. En caso de infidelidad a un compromiso libremente contraído o en caso de atentado abierto o probado a la propiedad, a la persona y sobre todo a la libertad de un ciudadano, nativo o extranjero, la sociedad infligirá al delincuente nativo o extranjero las penas que determinen sus leyes.

Abolición absoluta de todas las penas degradantes y crueles, de los castigos corporales y de la pena de muerte, en la medida en que esté consagrada y se aplique por ley. Abolición de todas las penas indefinidas o excesivamente largas que no dejan ninguna esperanza, ninguna posibilidad real de rehabilitación, considerándose el delito como una enfermedad y el castigo como una cura y no como una reivindicación de la sociedad.

Todo individuo condenado por las leyes de cualquier sociedad, ya sea comuna, provincia o nación, conservará el derecho de no someterse a la condena que se le imponga, declarando que no desea seguir formando parte de esa sociedad. Pero en este caso ésta tendrá a su vez el derecho de expulsarlo de su seno y declararlo fuera de su garantía y protección.

Así, habiendo caído en la ley natural del ojo por ojo, diente por diente, al menos en el terreno que ocupa esta sociedad, los refractarios pueden ser saqueados, maltratados, incluso asesinados sin que estos últimos se vean afectados.

Derechos de las asociaciones

Las asociaciones cooperativas de trabajadores son un hecho nuevo en la historia; hoy asistimos a su nacimiento, y sólo podemos prever, pero no determinar en este momento, el inmenso desarrollo que sin duda tomarán y las nuevas condiciones políticas y sociales que surgirán en el futuro. Es posible, e incluso muy probable, que un día superen los límites de las actuales comunas, provincias e incluso Estados, y den una nueva constitución a toda la sociedad humana, dividida no en naciones, sino en diferentes grupos industriales, y organizada según las necesidades no de la política, sino de la producción. Este es el futuro.

En cuanto a nosotros, sólo podemos establecer hoy este principio absoluto: cualquiera que sea su objeto, todas las asociaciones, como todos los individuos, deben gozar de absoluta libertad. La sociedad, ni ninguna parte de la sociedad: comuna, provincia o nación, tiene derecho a impedir que los individuos libres se asocien libremente para cualquier fin: religioso, político, científico, industrial, artístico, o incluso para corromperla y explotar a los inocentes y a los insensatos, siempre que no sean menores.

Combatir a los charlatanes y a las asociaciones perniciosas es una cuestión exclusiva de la opinión pública. Pero la sociedad tiene el deber y el derecho de negar la seguridad social, el reconocimiento jurídico y los derechos políticos y cívicos a cualquier asociación, como cuerpo colectivo, que por su objeto, sus normas y sus estatutos sea contraria a los principios fundamentales de su constitución, y cuyos miembros no se sitúen en un plano de perfecta igualdad y reciprocidad, sin poder privar a los propios miembros por el mero hecho de su participación en asociaciones no regularizadas por la seguridad social.

La diferencia entre las asociaciones regulares e irregulares será, por tanto, la siguiente: las asociaciones legalmente reconocidas como entidades colectivas tendrán, como tales, derecho a demandar ante la justicia social a todos los individuos, socios o extraños, así como a todas las demás asociaciones regulares, que hayan incumplido su compromiso con ellas. Las asociaciones que no estén legalmente reconocidas no tendrán este derecho como entidades colectivas; por lo tanto, no estarán sujetas a ninguna responsabilidad legal, ya que todos sus compromisos serán nulos a los ojos de una sociedad que no habrá sancionado su existencia colectiva, que sin embargo no podrá liberar a ninguno de sus miembros de los compromisos que puedan haber adquirido individualmente.

Organización política nacional

La división de un país en regiones, provincias, distritos y comunas, o en departamentos y comunas como en Francia, dependerá, por supuesto, de la disposición de los hábitos históricos, de las necesidades actuales y de la naturaleza particular de cada país. Sólo puede haber dos principios comunes y obligatorios para cada país que quiera organizar seriamente la libertad en su propio país. La primera es que toda organización debe proceder de abajo hacia arriba, desde la comuna hasta la unidad central del país, hasta el Estado, por medio de la federación. La segunda es que debe haber al menos un intermediario autónomo entre el municipio y el Estado: el departamento, la región o la provincia. Sin esto, la comuna, tomada en el sentido restringido de la palabra, sería siempre demasiado débil para resistir la presión uniformemente y despóticamente centralizadora del Estado, lo que conduciría necesariamente a todos los países al régimen despótico de la Francia monárquica, como hemos tenido dos veces el ejemplo en Francia, habiendo tenido siempre el despotismo su fuente mucho más en la organización centralizadora del Estado que en las disposiciones naturalmente siempre despóticas de los reyes.

La base de toda la organización política de un país debe ser la comuna, absolutamente autónoma, siempre representada por la mayoría de los votos de todos los habitantes, hombres y mujeres por igual, mayores de edad. Ningún poder tiene derecho a interferir en su vida, en sus actos y en su administración interna. Nombra y destituye por elección a todos los funcionarios: administradores y jueces, y administra sin control los bienes y las finanzas comunales. Cada municipio tendrá el derecho incuestionable de crear su propia legislación y su propia constitución independientemente de cualquier sanción superior. Pero, para entrar en la federación provincial y ser parte integrante de una provincia, debe conformar absolutamente su carta particular a los principios fundamentales y a la constitución provincial y hacerla sancionar por el parlamento de esa provincia. También deberá someterse a las sentencias del tribunal provincial y a las medidas que, tras ser sancionadas por el voto de la legislatura provincial, ordene contra ella el gobierno de la provincia. en caso contrario, quedará excluida de la solidaridad, la garantía y la comunidad, [habiéndose situado] fuera de la ley provincial.

La provincia no será más que una federación libre de municipios autónomos. El parlamento provincial, compuesto bien por una sola cámara compuesta por representantes de todos los municipios, o bien por dos cámaras, una de las cuales estaría compuesta por los representantes de los municipios y la otra por los representantes de toda la población provincial, independientemente de los municipios, el parlamento provincial, sin interferir en modo alguno en la administración interna de los municipios, establecerá los principios fundamentales que constituirán la carta provincial y que serán obligatorios (sic) para todos los municipios que deseen participar en el [parlamento provincial] (3).

[Tomando como base los principios del presente catecismo, el parlamento codificará la legislación provincial con respecto a los deberes y derechos respectivos de los individuos, las asociaciones y los municipios, así como las sanciones que deben imponerse a cada uno de ellos en caso de infracción de las leyes por él establecidas, dejando, sin embargo, a las legislaciones comunales el derecho de divergir de la legislación provincial en puntos secundarios, pero nunca en la base; tendiendo a la unidad real y viva, no a la uniformidad, y confiando, para formar una unidad aún más estrecha, en la experiencia, en el tiempo, en el desarrollo de la vida en común, en las propias convicciones y necesidades de la comuna, en la libertad en una palabra, nunca en la presión o la violencia del poder provincial, pues la verdad y la justicia incluso, impuestas violentamente, se convierten en iniquidad y falsedad.

El parlamento provincial establecerá la carta constitutiva de la federación de municipios, sus derechos y deberes respectivos, así como sus deberes y derechos frente al parlamento provincial, el tribunal y el gobierno. Aprobará todas las leyes, disposiciones y medidas que sean necesarias, ya sea por las necesidades de toda la provincia o por las resoluciones del parlamento nacional, sin perder nunca de vista la autonomía provincial ni la de los municipios. Sin interferir nunca en la administración interna de los municipios, establecerá la participación de cada uno, ya sea en los impuestos nacionales o en los provinciales. Esta cuota será distribuida por el propio municipio entre todos sus habitantes válidos y mayores de edad. Finalmente, controlará todos los actos y sancionará o rechazará todas las propuestas del gobierno provincial, que será siempre electivo. El tribunal provincial, también electivo, juzgará sin apelación todas las causas entre particulares y municipios, entre asociaciones y municipios, entre municipios y comunas, y en primera instancia todas las causas entre el municipio y el gobierno y el parlamento de la provincia.

La nación no debe ser más que una federación de provincias autónomas. El parlamento nacional, constituido bien por una sola cámara compuesta por los representantes de todas las provincias, o bien por dos cámaras, una de las cuales comprendería los representantes de las provincias, y la otra los representantes de toda la población nacional, independientemente de las provincias, el parlamento nacional, sin interferir en modo alguno en la administración y la vida política interna de las provincias, establecerá los principios fundamentales que constituirán la carta nacional y que serán obligatorios para todas las provincias que deseen participar en el pacto nacional.

El parlamento nacional establecerá el código nacional, dejando a los códigos provinciales el derecho de diferir en puntos secundarios, pero nunca en la base. Establecerá la carta constitutiva de la federación de las provincias, votará todas las leyes, disposiciones y medidas que sean ordenadas por las necesidades de toda la nación, establecerá los impuestos nacionales y los distribuirá entre las respectivas comunas, controlará finalmente todos los actos, adoptará o rechazará las propuestas del gobierno ejecutivo nacional que será siempre electivo y, en su momento, formará las alianzas nacionales, hará la paz y la guerra, y será el único con derecho a ordenar por un plazo determinado la formación de un ejército nacional. El gobierno será el ejecutor de su voluntad.

El tribunal nacional juzgará sin apelación todas las causas de particulares, asociaciones y municipios entre [ellos y la] provincia, así como todos los debates entre provincias. En las causas entre la provincia y el Estado, que también se someterán a su juicio, las provincias podrán recurrir al tribunal internacional, si alguna vez se establece.

La Federación Internacional

La Federación estará formada por todas las naciones que se hayan unido sobre las bases anteriores y las siguientes. Es probable y deseable que, cuando llegue de nuevo la hora de la gran Revolución, todas las naciones que siguen la luz de la emancipación popular se den la mano en una alianza constante e íntima contra la coalición de países que se pondrán a las órdenes de la reacción. Esta alianza debe formar una federación universal de pueblos que, en el futuro, debe abarcar toda la tierra. La federación internacional de pueblos revolucionarios con un parlamento, un tribunal y un comité directivo internacionales se basará, naturalmente, en los propios principios de la revolución. Aplicados a la política internacional, estos principios son:

Cada país, cada nación, cada pueblo, pequeño o grande, débil o fuerte, cada región, cada provincia, cada municipio tiene el derecho absoluto de determinar su propio destino; de determinar sus propias demandas, de elegir sus alianzas, de unirse y separarse, según su propia voluntad y necesidades, sin tener en cuenta los llamados derechos históricos y las necesidades políticas, comerciales o estratégicas de los Estados. La unión de las partes en un todo, para que sea verdadera, fructífera y fuerte, debe ser absolutamente libre. Sólo debe resultar de las necesidades internas locales y de la atracción mutua de las partes, atracción y necesidades de las que sólo las partes son jueces.

Abolición absoluta del llamado derecho histórico y del horrible derecho de conquista por ser contrario al principio de libertad.

Negación absoluta de la política de engrandecimiento, de gloria y de poder del Estado, política que, al hacer de cada país una fortaleza que excluye de su seno a todo el resto de la humanidad, le obliga, por así decirlo, a ser absolutamente autosuficiente, a organizarse en sí mismo como un mundo independiente de toda solidaridad humana, y a poner su prosperidad y su gloria en el daño que hará a las demás naciones (4). un país conquistador es necesariamente un país internamente esclavizado.

La gloria y la grandeza de una nación consisten únicamente en el desarrollo de su humanidad. Su fuerza, su unidad, la potencia de su vitalidad interior sólo se miden por el grado de su libertad. Tomando la libertad como base, se llega necesariamente a la unión; pero desde la unidad apenas se llega a la libertad, si es que se llega. Y si se consigue, es sólo destruyendo una unidad que se ha hecho al margen de la libertad.

La prosperidad y la libertad de las naciones, así como la de los individuos, son absolutamente interdependientes y, por consiguiente, la libertad absoluta de comercio, de transacción y de comunicación entre todos los países federados. Supresión de fronteras, pasaportes y aduanas. Cada ciudadano de un país federado debe disfrutar de todos los derechos civiles y debe poder adquirir fácilmente el título de ciudadano y todos los derechos políticos en todos los demás países pertenecientes a la misma federación.

Siendo la libertad de todos, individuos y cuerpos colectivos, una misma cosa, ninguna nación, ninguna provincia, ninguna comuna y ninguna asociación puede ser oprimida, sin que todas las demás sean y se sientan amenazadas en su libertad. Cada uno para todos y todos para cada uno, tal debe ser la regla sagrada y fundamental de la Federación Internacional.

Ninguno de los países federados podrá mantener un ejército permanente, ni ninguna institución que separe al soldado del ciudadano. Los ejércitos permanentes y la soldadesca son [además] una [amenaza] para la prosperidad e independencia de todos los demás países, y son la causa de la ruina, la corrupción, el embrutecimiento y la tiranía interior. Todo ciudadano sano debe, si es necesario, convertirse en soldado para defender su hogar o su libertad. El armamento material debe organizarse en cada país por municipios y por provincias, más o menos como en los Estados Unidos de América y en Suiza.

El parlamento internacional, compuesto ya sea por una sola cámara, que comprenda los representantes de todas las naciones, o por dos cámaras, una que comprenda estos mismos representantes, la otra los representantes directos de toda la población comprendida por la federación internacional, sin distinción de nacionalidad, el parlamento federal, así compuesto, establecerá el pacto internacional y la legislación federal que sólo él tendrá la misión de desarrollar y modificar según las necesidades de la época.

El tribunal internacional no tendrá otra misión que la de juzgar en última instancia entre los Estados y sus respectivas provincias. En cuanto a los litigios que puedan surgir entre dos Estados federados, sólo podrán ser juzgados en primera y última instancia por el parlamento internacional que seguirá decidiendo sin apelación, en todas las cuestiones de política común y de guerra, en nombre de toda la federación revolucionaria, contra la coalición reaccionaria.

Ningún Estado federado puede hacer la guerra a otro Estado federado. Una vez que el parlamento internacional ha pronunciado su sentencia, el Estado condenado debe someterse a ella. De lo contrario, todos los demás estados de la federación tendrán que interrumpir sus comunicaciones con ella, ponerla fuera de la ley federal, de la solidaridad y de la comunión federal y, en caso de un ataque por su parte, armarse conjuntamente contra ella.

Cada país federado, antes de declararla, debe notificarlo al parlamento internacional, y declararla sólo si éste considera que hay motivos suficientes para la guerra. Si lo encuentra, la junta ejecutiva federada se hará cargo de la causa del Estado ofendido y exigirá al Estado agresor extranjero, en nombre de toda la federación revolucionaria, una pronta reparación. Si, por el contrario, el parlamento juzga que no ha habido agresión, ni ofensa real, aconsejará al Estado demandante que no inicie la guerra, advirtiéndole que si la inicia, lo hará por su cuenta.

Es de esperar que con el tiempo los estados federados, renunciando al ruinoso lujo de las representaciones particulares, se conformen con una representación diplomática federal.

La federación revolucionaria internacional restringida estará siempre abierta a los pueblos que quieran entrar en ella más adelante, sobre la base de los principios y de la solidaridad militante y activa de la Revolución expuestos arriba y abajo, pero sin hacer nunca la más mínima concesión de principio a nadie. En consecuencia, sólo los pueblos que han aceptado todos los principios resumidos [en el presente catecismo] pueden ser recibidos en la federación.

Organización social

Sin igualdad política no puede haber verdadera libertad política, pero la igualdad política sólo será posible cuando haya igualdad económica y social.

La igualdad no implica la nivelación de las diferencias individuales, ni la identidad intelectual, moral y física de los individuos. Esta diversidad de capacidades y fuerzas, estas diferencias de raza, nación, sexo, edad e individualidad, lejos de ser un mal social, constituyen por el contrario la riqueza de la humanidad. La igualdad económica y social tampoco implica la nivelación de las fortunas individuales, como producto de la capacidad, la energía productiva y la economía de cada individuo.

La igualdad y la justicia sólo exigen: una organización de la sociedad tal que cada individuo humano nacido a la vida encuentre, en la medida en que no depende de la naturaleza sino de la sociedad, medios iguales para el desarrollo de su infancia y adolescencia hasta la edad de la virilidad, para su educación y formación primero, y después para el ejercicio de las diferentes fuerzas que la naturaleza habrá puesto en cada uno para el trabajo. Esta igualdad de partida, que la justicia exige para todos, será imposible mientras exista el derecho de sucesión.

La justicia, así como la dignidad humana, exige que cada uno sea el único hijo de su propio trabajo. Rechazamos con indignación el dogma del pecado hereditario, la vergüenza y la responsabilidad. Por la misma razón debemos rechazar la herencia ficticia de la virtud, los honores y los derechos; también la de la fortuna. El heredero de cualquier fortuna ya no es del todo hijo de sus obras y, en cuanto al punto de partida, es un privilegiado.

Abolición del derecho a la herencia. - Mientras exista este derecho, la diferencia hereditaria de clases, de posiciones, de fortunas, la desigualdad social en una palabra, y el privilegio permanecerán, si no de derecho, al menos de hecho. Pero la desigualdad de hecho, por una ley inherente a la sociedad, siempre produce desigualdad de derechos: la desigualdad social se convierte necesariamente en desigualdad política. Y sin igualdad política, como hemos dicho, no puede haber libertad en el sentido universal, humano y verdaderamente democrático de la palabra; la sociedad permanecerá siempre dividida en dos partes desiguales, de las cuales una parte inmensa, que comprende toda la masa del pueblo, será oprimida y explotada por la otra.

Debe abolirlo porque, al estar basado en una ficción, este derecho es contrario al principio mismo de la libertad. Todos los derechos individuales, políticos y sociales, están ligados al individuo real y vivo. Una vez muerto, ya no existe la voluntad ficticia de un individuo que ya no es y que, en nombre de la muerte, oprime a los vivos. Si el individuo muerto desea que se cumpla su voluntad, que venga a cumplirla él mismo si puede, pero no tiene derecho a exigir que la sociedad ponga todo su poder y su ley al servicio de su inexistencia.

El objetivo legítimo y serio del derecho de sucesión ha sido siempre proporcionar a las generaciones futuras los medios para desarrollarse y convertirse en seres humanos. Por lo tanto, sólo el fondo para la educación y la instrucción pública tendrá derecho a heredar con la obligación de proporcionar por igual el mantenimiento, la educación y la crianza de todos los hijos desde el nacimiento hasta la mayoría de edad y la plena emancipación. De este modo, todos los padres estarán igualmente tranquilos en cuanto a la suerte de sus hijos, y como la igualdad de todos es una condición fundamental de la moralidad de cada uno, y como todo privilegio es una fuente de inmoralidad, todos los padres cuyo amor por sus hijos es razonable y no aspira a su vanidad sino a su dignidad humana, si tuvieran siquiera la posibilidad de dejarles una herencia que los colocara en una posición privilegiada, preferirían para ellos el régimen de la más completa igualdad.

La desigualdad resultante del derecho de herencia, una vez abolida, seguirá siendo siempre, aunque considerablemente atenuada, la que resulta de la diferencia de capacidades, fuerzas y energía productiva de los individuos, diferencia que, a su vez, sin desaparecer nunca del todo, se atenuará siempre más y más bajo la influencia de la educación, y que, además, una vez abolido el derecho de herencia, no pesará nunca sobre las generaciones futuras.

Como el trabajo es el único productor de riqueza, todo el mundo es libre de morir de hambre o de irse a vivir a los desiertos o a los bosques entre las fieras, pero quien quiera vivir en medio de la sociedad debe ganarse la vida con su propio trabajo, a riesgo de ser considerado un parásito, un explotador de la propiedad, es decir, del trabajo de los demás, un ladrón.

El trabajo es la base fundamental de la dignidad y el derecho humanos. Porque sólo mediante el trabajo libre e inteligente el hombre, convirtiéndose en creador por derecho propio y conquistando su humanidad y su derecho sobre el mundo exterior y sobre su propia bestialidad, crea el mundo civilizado. El deshonor que en el mundo antiguo, al igual que en la sociedad feudal, se atribuía a la idea del trabajo, y que en gran medida se mantiene hoy en día, a pesar de todas las frases que oímos repetir cada día sobre su dignidad, este estúpido desprecio por el trabajo tiene dos fuentes: La primera es una convicción tan característica de los antiguos, y que aún hoy tiene tantos partidarios secretos; que para dar a una porción de la sociedad humana los medios de humanizarse por la ciencia, por las artes, por el conocimiento y por el ejercicio del derecho, es necesario que otra porción, naturalmente más numerosa, se dedique a trabajar como esclavos. Este principio fundamental de la antigua civilización fue la causa de su ruina. La ciudad, corrompida y desorganizada por la ociosidad privilegiada de sus ciudadanos, minada por otra parte por la acción imperceptible y lenta pero constante de ese mundo desheredado de los esclavos, moralizados a pesar de la esclavitud y mantenidos en su fuerza primitiva por la acción saludable incluso del trabajo forzado, cayó bajo los golpes de los pueblos bárbaros, a los que, por su nacimiento, estos esclavos habían pertenecido en gran parte.

El cristianismo, religión de los esclavos, destruyó más tarde la antigua irregularidad sólo para crear una nueva: el privilegio de la gracia y la elección divina, fundado en la desigualdad producida naturalmente por el derecho de conquista, separó de nuevo la sociedad humana en dos campos: la canalla y la nobleza, los siervos y los amos, atribuyendo a estos últimos la noble profesión de las armas y el gobierno, y no dejando a los siervos más que un trabajo degradado y maldito. La misma causa produce necesariamente los mismos efectos; el mundo noble, enervado y desmoralizado por el privilegio de la ociosidad, cayó en 1789 bajo los golpes de los siervos, unidos y poderosos trabajadores sublevados.

Entonces se proclamó la libertad de trabajo, su rehabilitación en la ley. Pero sólo en la ley, porque de hecho el trabajo sigue siendo deshonrado, esclavizado. Habiendo sido abolida por la gran Revolución la primera fuente de esta esclavitud, a saber, la que consistía en el dogma de la desigualdad política de los hombres, debemos atribuir el actual desprecio del trabajo a su segunda fuente, que no es otra que la separación que se hizo, y que aún hoy existe con toda su fuerza, entre el trabajo intelectual y el manual y que, reproduciendo bajo una nueva forma la antigua desigualdad, divide de nuevo el mundo social en dos campos: la minoría privilegiada a partir de ahora no por la ley sino por el capital, y la mayoría de los trabajadores obligados, ya no por el derecho único del privilegio legal, sino por el hambre.

De hecho, hoy en día, la dignidad del trabajo ya está teóricamente reconocida y la opinión pública admite que es vergonzoso vivir sin trabajo. Sin embargo, como el trabajo humano, considerado en su totalidad, se divide en dos partes, una de las cuales, toda intelectual y declarada exclusivamente noble, incluye las ciencias, las artes, y en la industria la aplicación de las ciencias y las artes, la idea, la concepción, la invención, el cálculo, el gobierno y la dirección general o subordinada de las fuerzas de trabajo y la otra sólo la ejecución manual reducida a una acción puramente mecánica, sin inteligencia, sin idea, por esta ley económica y social de la división del trabajo, los privilegiados del capital, sin exceptuar a los menos autorizados por la medida de sus capacidades individuales, se apoderan de la primera y dejan la segunda al pueblo. El resultado son tres grandes males: uno para estas clases privilegiadas del capital; otro para las masas populares; y el tercero, procedente de ambos, para la producción de riqueza, para el bienestar, para la justicia y para el desarrollo intelectual y moral de toda la sociedad.

El mal del que adolecen las clases privilegiadas es éste: al hacerse la parte bonita en la distribución de las funciones sociales, se hacen una parte cada vez más mezquina en el mundo intelectual y moral. Es perfectamente cierto que una cierta cantidad de ocio es absolutamente necesaria para el desarrollo de la mente, de las ciencias y de las artes; pero debe ser un ocio ganado, que suceda a las sanas fatigas del trabajo diario, un ocio que sea justo y cuya posibilidad, dependiendo únicamente de la mayor o menor energía, capacidad y buena voluntad en el individuo, sea socialmente igual para todos. Todo ocio privilegiado, por el contrario, lejos de fortalecer el espíritu, lo irrita, lo desmoraliza y lo mata. Toda la historia nos lo demuestra: salvo algunas excepciones, las clases privilegiadas en cuanto a riqueza y sangre han sido siempre las menos productivas en cuanto a la mente, y los mayores descubrimientos en la ciencia, en las artes y en la industria, han sido realizados en su mayor parte por hombres que, en su juventud, se vieron obligados a ganarse la vida con el trabajo duro.

La naturaleza humana está hecha de tal manera que la posibilidad del mal produce inevitablemente y siempre su realidad, y que la moralidad del individuo depende mucho más de las condiciones de su existencia y del entorno en el que vive que de su propia voluntad. En este aspecto, como en todos los demás, la ley de la solidaridad social es inexorable, de modo que para moralizar a los individuos no debemos preocuparnos tanto por su conciencia como por la naturaleza de su existencia social; y no hay otro moralizador, ni para la sociedad ni para el individuo, que la libertad en la más perfecta igualdad. Tome al demócrata más sincero y póngalo en cualquier trono; si no desciende inmediatamente, se convertirá inevitablemente en un canalla. Un hombre nacido en la aristocracia, si, por una afortunada casualidad, no desprecia y odia su sangre, y si no se avergüenza de la aristocracia, será necesariamente un hombre tan malo (sic) como vanidoso, suspirante por el pasado, inútil en el presente y apasionado opositor al futuro. Del mismo modo, el burgués, hijo predilecto del capital y del ocio privilegiado, convertirá su ocio en ociosidad, corrupción y libertinaje, o lo utilizará como arma terrible para esclavizar aún más a las clases trabajadoras, y acabará levantando contra él una Revolución más terrible que la de 1793.

El mal que padece el pueblo es aún más fácil de determinar: trabaja para otros, y su trabajo, privado de libertad, ocio e inteligencia, y por tanto degradado, lo degrada, lo aplasta y lo mata. Se ve obligado a trabajar para otros, porque nacido en la pobreza, y privado de toda instrucción y educación racional, esclavizado moralmente por las influencias religiosas, es lanzado a la vida desarmado, desacreditado, sin iniciativa ni voluntad propia. Obligado por el hambre, desde su más tierna infancia, a ganarse la triste vida, tiene que vender su fuerza física, su trabajo en las condiciones más duras sin tener ni el pensamiento ni la facultad material de exigir más. Reducido a la desesperación por la miseria, a veces se subleva, pero, al carecer de esa unidad y fuerza que da el pensamiento, mal conducido, las más de las veces traicionado y vendido por sus líderes, y sin saber casi nunca a qué culpar de los males que soporta, la mayoría de las veces dando la nota equivocada, ha fracasado, al menos hasta ahora, en sus revueltas, y, cansado de una lucha infructuosa, ha vuelto a caer siempre bajo la antigua esclavitud.

Esta esclavitud durará mientras el capital, permaneciendo al margen de la acción colectiva de las fuerzas obreras, las explote, y mientras la educación, que en una sociedad bien organizada debería estar distribuida equitativamente entre todos, desarrolle sólo los intereses de una clase privilegiada, y atribuya a ésta toda la parte espiritual del trabajo, y deje al pueblo sólo la aplicación brutal de sus fuerzas físicas, esclavizado y siempre condenado al ejercicio de ideas que no le son propias.

Por esta injusta y desastrosa desviación, el trabajo del pueblo, que se ha convertido en puramente mecánico y similar al de una bestia de carga, es deshonrado, despreciado y, por una consecuencia natural, desheredado de todo derecho. El resultado para la sociedad, en términos políticos, intelectuales y morales, es un inmenso mal. La minoría que disfruta del monopolio y de la ciencia, por efecto mismo de este privilegio, es golpeada tanto en la inteligencia como en el corazón, hasta el punto de volverse estúpida a fuerza de instrucción, pues nada es tan maligno y estéril como la inteligencia patentada y privilegiada. Por otra parte, el pueblo, absolutamente desprovisto de ciencia, aplastado por un trabajo cotidiano mecánico, capaz de embrutecer más que de desarrollar su inteligencia natural, privado de la luz que podría mostrarle el camino de su liberación, lucha vanamente en su forzada miseria, y como siempre tiene para sí la fuerza que da el número, siempre pone en peligro la existencia misma de la sociedad.

Por lo tanto, es necesario que la inicua división establecida entre el trabajo intelectual y el manual se establezca de otra manera. La producción económica de la propia sociedad se resiente considerablemente; la inteligencia separada de la acción corporal se enerva, se marchita, se atrofia, mientras que la fuerza corporal de la humanidad, separada de la inteligencia, se anquilosa, y, en este estado de separación artificial, ninguna de ellas produce la mitad de lo que puede, de lo que debería producir cuando, unidas en una nueva síntesis social, formaran una sola acción productiva. Cuando el hombre de ciencia trabaje y el hombre de trabajo piense, el trabajo inteligente y libre será considerado como el mayor título de gloria para la humanidad, como la base de su dignidad, de su derecho, como la manifestación de su poder humano en la tierra; y la humanidad se constituirá.

El trabajo inteligente y libre será necesariamente un trabajo asociado. Cada uno será libre de asociarse o no asociarse para trabajar, pero no cabe duda de que, a excepción del trabajo de la imaginación y cuya naturaleza requiere la concentración de la inteligencia individual en sí misma, en todas las empresas industriales e incluso científicas o artísticas que por su naturaleza admiten el trabajo asociado La asociación será preferida por todos, por la sencilla razón de que la asociación multiplica de manera maravillosa las fuerzas productivas de cada persona, y que cada persona que se hace miembro y cooperador de una asociación productiva, con menos tiempo y mucho menos problemas, ganará mucho más.

Cuando las asociaciones productivas y libres dejen de ser esclavas, y se conviertan a su vez en dueñas y señoras del capital que les será necesario, incluirán en su seno, como miembros cooperantes, al lado de las fuerzas obreras emancipadas por la educación general, todas las inteligencias especiales necesarias para su empresa, cuando, combinándose entre sí, siempre libremente, según sus necesidades y según su naturaleza, superando tarde o temprano todas las fronteras nacionales, formarán una inmensa federación económica, con un parlamento iluminado por los datos tan amplios como precisos y detallados de una estadística mundial, como no puede existir hoy, y que combinen la oferta con la demanda para gobernar, determinar y distribuir entre los distintos países la producción de la industria mundial, de modo que no haya más o casi más crisis comerciales o industriales, ni más estancamientos forzados, ni más catástrofes, ni más penas o capitales perdidos, entonces el trabajo humano, la emancipación de todos y cada uno, regenerará el mundo.

La tierra, con todas sus riquezas naturales, es propiedad de todos, pero sólo será propiedad de quienes la cultiven.

La mujer, diferente del hombre, pero no inferior a él, inteligente, trabajadora y libre como él, es declarada su igual en derechos así como en todas las funciones y deberes políticos y sociales.

De la familia y la escuela

Abolición, no de la familia natural, sino de la familia legal, basada en el derecho civil y la propiedad. El matrimonio religioso y civil se sustituye por el matrimonio libre. Dos individuos mayores de edad y de distinto sexo tienen derecho a unirse y a separarse según su voluntad, sus intereses mutuos y las necesidades de su corazón, sin que la sociedad tenga derecho a impedir su unión ni a mantenerlos en ella a pesar suyo. Abolido el derecho de sucesión, asegurada la educación de todos los hijos por la sociedad, desaparecen todas las razones que hasta ahora se han aducido para la consagración política y civil de la irrevocabilidad del matrimonio, y hay que devolver a la unión de dos sexos su entera libertad, que aquí, como en todas partes y siempre, es la condición sine qua non de una moral sincera. En el matrimonio libre, el hombre y la mujer también deben gozar de absoluta libertad. Ni la violencia pasional ni los derechos libremente concedidos en el pasado pueden servir de excusa para cualquier ataque de uno contra la libertad del otro, y todo ataque será considerado un crimen.

Desde el momento en que una mujer lleva a un niño en su vientre hasta que lo ha dado a luz, tiene derecho a un subsidio de la sociedad, pagado no en nombre de la mujer sino del niño. Toda madre que quiera alimentar y criar a sus hijos recibirá también de la sociedad todos los gastos de su manutención y de sus molestias [prodigadas] a los niños.

Los padres tendrán derecho a mantener a sus hijos cerca de ellos y a ocuparse de su educación, bajo la vigilancia y el control supremo de la sociedad, que conservará siempre el derecho y el deber de separar a los hijos de sus padres, siempre que éstos, ya sea por su ejemplo o por sus preceptos o por un trato brutal e inhumano, puedan desmoralizar o incluso impedir el desarrollo de sus hijos.

Los niños no pertenecen a sus padres ni a la sociedad, se pertenecen a sí mismos y a su futura libertad. Como niños, hasta la edad de su emancipación, son libres sólo en la posibilidad, y por lo tanto deben estar bajo el régimen de la autoridad. Los padres son sus tutores naturales, es cierto, pero el tutor legal y supremo es la sociedad, que tiene el derecho y el deber de cuidar de ellos, porque su propio futuro depende de la dirección intelectual y moral que se dé a los niños. [La sociedad] sólo puede dar libertad a los adultos a condición de supervisar la educación de los menores.

La escuela debe sustituir a la Iglesia, con la inmensa diferencia de que la Iglesia, al distribuir su educación religiosa, no tiene otro fin que eternizar el régimen de la ingenuidad humana y de la llamada autoridad divina, mientras que la educación y la instrucción de la escuela, no teniendo, por el contrario, otro fin que la anticipación real de los niños cuando lleguen a la mayoría de edad, no será otra cosa que su iniciación gradual y progresiva en la libertad a través del triple desarrollo de su fuerza física y de su capacidad de vivir, Por el contrario, la educación y la instrucción de la escuela, no teniendo otro fin que la anticipación real de los niños cuando lleguen a la mayoría de edad, no será otra cosa que su iniciación gradual y progresiva en la libertad mediante el triple desarrollo de su fuerza física, su mente y su voluntad. La razón, la verdad, la justicia, el respeto humano, la conciencia de la dignidad personal, inseparable de la dignidad humana en los demás, el amor a la libertad para uno mismo y para todos los demás, el culto al trabajo como base y condición de todos los derechos; el desprecio a la necedad, a la mentira, a la injusticia, a la cobardía, a la esclavitud, a la ociosidad, tales deben ser las bases fundamentales de la educación pública.

Debe formar a los hombres, en primer lugar, y luego a las especialidades obreras y a los ciudadanos, y a medida que avanza con la edad de los niños, la autoridad deberá naturalmente dar cada vez más lugar a la libertad, de modo que los adolescentes, llegados a la mayoría de edad, emancipados por la ley, habrán olvidado cómo, en su infancia, fueron gobernados y conducidos de otro modo que por la libertad. El respeto humano, este tipo de libertad, debe estar presente incluso en los actos de autoridad más severos y absolutos. Toda la educación moral reside en esto; inculcad este respeto a los niños y habréis hecho de ellos hombres.

Una vez terminada la educación primaria y secundaria, los niños, según sus capacidades y simpatías, asesorados, ilustrados pero no violentados por sus superiores, elegirán una escuela superior o especial de algún tipo. Al mismo tiempo, cada uno deberá aplicarse al estudio teórico y práctico de la rama de la industria que más le agrade, y la suma que habrá ganado con su trabajo durante su aprendizaje le será entregada al cumplir la mayoría de edad.

Al alcanzar la mayoría de edad, el adolescente será proclamado libre y dueño de sus actos. A cambio de los cuidados que la sociedad le ha dado durante su infancia, le exigirá tres cosas: que siga siendo libre, que viva de su trabajo y que respete la libertad de los demás. Y, como los crímenes y vicios de los que hoy adolece la sociedad son únicamente producto de una mala organización social, se puede estar seguro de que con una organización y educación de la sociedad basada en la razón, en la justicia, en la libertad, en el respeto humano y en la más completa igualdad, el bien se convertirá en la regla y el mal en una enfermiza excepción, que disminuirá cada vez más bajo la todopoderosa influencia de la opinión pública moralizada.

Los ancianos, los inválidos, los enfermos, rodeados de cuidados y respeto y disfrutando de todos los derechos, tanto públicos como sociales, serán tratados y mantenidos con profusión a costa de la sociedad.

Política revolucionaria

Tenemos la convicción fundamental de que, puesto que todas las libertades nacionales son interdependientes, las revoluciones particulares de todos los países deben ser también interdependientes, que en adelante en Europa, como en todo el mundo civilizado, no habrá más revoluciones, sino sólo la Revolución Universal, al igual que ahora sólo hay una reacción europea y mundial; que, en consecuencia, todos los intereses particulares, todas las vanidades, las pretensiones, los celos y las hostilidades nacionales deben fundirse ahora en el único interés común y universal de la Revolución, que asegurará la libertad y la independencia de cada nación, mediante la solidaridad de todos; que la Santa Alianza de la Revolución Mundial y la conspiración de los reyes, el clero, la nobleza y el feudalismo burgués, apoyados por enormes presupuestos, ejércitos permanentes y una formidable burocracia, armados con todos los terribles medios que les da la centralización moderna, con el hábito y, por así decirlo, la rutina de la acción y el derecho a conspirar y a hacer todo a título legal, son un hecho inmenso, amenazante, aplastante, y que, para combatirlos, para oponerles un hecho de igual poder, para derrotarlos y destruirlos, se requiere nada menos que la alianza y la acción revolucionaria simultánea de todos los pueblos del mundo civilizado.

Contra esta reacción mundial, la Revolución aislada de ningún pueblo podría tener éxito. Sería una locura, y en consecuencia una falta a sí misma, y una traición, un crimen, contra todas las demás naciones. En adelante, el levantamiento de cada pueblo debe llevarse a cabo no con vistas a sí mismo, sino con vistas al mundo entero. Pero, para que una nación se levante en vista y en nombre de todo el mundo, debe tener el programa de todo el mundo, lo suficientemente amplio, lo suficientemente profundo, lo suficientemente verdadero, lo suficientemente humano en una palabra, para abarcar los intereses de todo el mundo, y para electrizar las pasiones de todas las masas populares de Europa, sin diferencia de nacionalidad. El programa sólo puede ser el de la Revolución Democrática y Social.

El objetivo de la Revolución Democrática y Social puede definirse en dos palabras:

Políticamente: es la abolición del derecho histórico, del derecho de conquista y del derecho diplomático. Es la emancipación completa de los individuos y de las asociaciones del yugo de la autoridad divina y humana: es la destrucción absoluta de todas las uniones forzadas y de las aglomeraciones de comunas en las provincias, de las provincias y de los países conquistados en el Estado. Por último, es la disolución radical del Estado centralista, tutelar y autoritario, con todas sus instituciones militares, burocráticas, gubernamentales, administrativas, judiciales y civiles. Es, en una palabra, la libertad concedida a todos, a los individuos, así como a todos los organismos colectivos, asociaciones, municipios, provincias, regiones y naciones, y la garantía mutua de esta libertad por parte de la federación.

Socialmente: es la confirmación de la igualdad política mediante la igualdad económica. Es, al principio de la carrera de cada persona, la igualdad del punto de partida, no natural sino social para cada persona, es decir, la igualdad de los medios de manutención, de educación, de instrucción para cada niño, chico o chica, hasta el momento de su mayoría de edad.

Michel Bakunin

  

(1) Imposible de leer en el manuscrito de Nettlau. 

(2) Bakunin había escrito: "El ilustre estadístico francés Crételet. De hecho, es la A belga. Quételet (1798-1831), estadístico y sociólogo. 

(3) Aquí, en el manuscrito de Nettlau, varias palabras son ilegibles. 

(4) En el manuscrito de Nettlau, "de" en lugar de "à".

 

FUENTE: Libertarian Library

Traducido por Jorge Joya

Original: www.socialisme-libertaire.fr/2017/12/catechisme-revolutionnaire.html?f