¡El capitalismo es un robo!

Artículo publicado el 1 de febrero de 1995 en Le Monde Libertaire... y nada ha cambiado... 

"Los franceses", afirman con aplomo, "han elegido el paro; en la gestión de la crisis", prosiguen, "los obreros, los ejecutivos, los empleados, en una palabra los asalariados, cómplices de sus patronos, han preferido hacer desaparecer los puestos de trabajo menos cualificados para mantener el nivel de remuneración de los que conservan un empleo!"

Es categórico y, nos atrevemos a decirlo, inequívoco. Y la letanía continúa: es el corporativismo de los asalariados lo que impide la creación de nuevos puestos de trabajo; son los sueldos y cargos, presentados como exorbitantes, los que obligan a los "gestores de la empresa" -¡los pobres! - y cada innovación técnica conlleva una mayor pérdida de puestos de trabajo. Esta es la idea que guía a los que afirman que, para reducir el desempleo, es necesario distribuir el trabajo entre más personas sin aumentar el importe total de la remuneración.

Algunos datos

Veamos primero los hechos; y en primer lugar la idea preconcebida de que para combatir el desempleo hay que reducir los salarios. En 1993, la masa salarial de los asalariados disminuyó en 18.000 millones de francos, lo que no impidió que aumentara el número de desempleados... La causa inmediata del desempleo es la desaparición de los puestos de trabajo: Entre 1981 y 1986 se perdieron 500.000 puestos de trabajo, que se suman a los cientos de miles que ya se habían perdido durante la década de 1970; en 1990 se perdieron más de 100.000 puestos de trabajo; en 1992, 258.000; en 1993, 319.000, porque las tareas técnicas o de oficina, que antes realizaban las personas, ahora las hacen las máquinas o los programas informáticos, o porque los puestos de trabajo se han trasladado a otros lugares, donde los empleados no cobran casi nada.

La población activa de Francia es de unos 24 millones de personas, con una población empleada de unos 19 millones. El número de parados registrados en la ANPE supera los 3,4 millones: el aumento del número de demandantes de empleo no se ha detenido nunca desde 1970, a pesar de todas las llamadas políticas de estímulo. En el grupo de edad de dieciséis a veinticinco años, el porcentaje de desempleados es de casi el 30%. Casi dos millones de personas viven con contratos de duración determinada, pluriempleo y trabajos esporádicos. El número de personas en la RMI supera probablemente los 700.000. No sabemos cuántas personas y familias han sido expulsadas de sus hogares, pero el número no deja de crecer.

Es un problema que afecta a toda la sociedad humana, con mayor o menor intensidad; en los países de la OCDE (Europa, América del Norte, Japón) había 31 millones de parados en 1981, en 1993 había 35 millones; en el Tercer Mundo hay un número cada vez mayor de personas desnutridas, es decir, cuya ingesta de alimentos es insuficiente para garantizar la supervivencia; hoy en día hay unos 800 millones, según la ONU.

Sin embargo, sería un grave error creer que este empobrecimiento es general. La última publicación de los organismos estatales que analizan la economía (INSEE, CSERC), publicada en la gran prensa a principios de enero, revela, por el contrario, que las rentas de las distintas inversiones (acciones, obligaciones, SICAV, libretas de ahorro, alquiler de viviendas, etc.) aumentaron, por término medio y en conjunto, un 7% anual desde finales de diciembre de 1990 hasta finales de diciembre de 1993, lo que significa que, con los intereses acumulados, un rentista honrado que posea 100 francos de inversión habrá recibido 22,50 francos de renta en tres años. Y, si es accionista, obtendrá casi 50 francos, la mitad del capital invertido, ya que los dividendos de las acciones francesas tienen, durante tres años, una tasa media de rentabilidad que se acerca al 15% anual. El mismo informe nos dice que, para el mismo periodo, la masa total de ingresos salariales ha disminuido. En la distribución de la riqueza creada, medida en signos monetarios, la parte del capital ha vuelto a aumentar en los últimos años; ha crecido a expensas de la parte que el trabajo, incluso el no asalariado, intenta mantener, sin conseguirlo -la pobreza de unos hace la riqueza de otros-. Podemos citar algunos de los mecanismos de esta transferencia de valor subrayando la importancia del elevadísimo coste del dinero y de los regalos cada vez mayores que los gobiernos de la última década han concedido a las empresas. Un ejemplo: en 1981, el reparto de las cargas pagadas para financiar los distintos gastos públicos era del 77% para el empresario y del 23% para los asalariados; en 1992, el nuevo reparto es del 69% para el empresario y del 31% para la parte de los asalariados, una ganancia neta del 8% a favor del empresario que se refleja en el aumento del valor del dividendo. Otro ejemplo: en 1985, el impuesto de sociedades era del 50%; en 1991, del 34%.

Más poder para los ricos

La "revolución liberal", iniciada por Ronald Reagan y Margaret Thatcher, ha sido rentable para aquellos a cuyos intereses ha servido. Los grupos dominantes han aumentado enormemente su riqueza y su poder. A la inversa, los que no pertenecen a estos grupos han visto cómo se precariza su situación, se reduce su nivel de vida y su libertad.

El discurso de la llamada división del trabajo es una mentira ideológica desarrollada por los intelectuales patronales para ocultar esta situación y trasladar la culpa: si hay parados, es culpa de los que trabajan. Y si no hay más contrataciones, será porque todavía hay demasiadas rigideces en el Código Laboral.

Sólo un gran movimiento de protesta, de rechazo y de acción podrá frenar y luego revertir esta política; son las huelgas y las manifestaciones las que permitirán recuperar el terreno perdido, reducir masivamente la jornada laboral, suprimir el paro y repartir la riqueza. No hay nada más que hacer. "

FUENTE: Archivos de Le Monde Libertaire

Traducido por Jorge Joya

Original: www.socialisme-libertaire.fr/2016/09/le-capitalisme-c-est-le-vol.html