Los caminos del comunismo libertario en España 1868-1937

Tras trazar los puntos álgidos del encuentro entre España y el anarquismo en la época de la AIT, el autor aborda en este primer volumen las "dos formas de interpretar el sentido de la vida y las formas de la economía posrevolucionaria" que se agitaban en el seno mismo de la CNT antes del 19 de julio de 1936. Todavía hay lecciones que aprender de este momento histórico en el que algunos proclamaron la abolición del trabajo asalariado, condición esencial para cualquier proyecto comunista libertario.

Publicamos aquí un extracto de esta obra que publicará esta semana Divergencias.

Los caminos del comunismo libertario en España 1868-1937

Volumen uno: Y el anarquismo se hizo español: 1868-1910

"El interés es saber cómo la gente común es capaz de hacer una revolución social, y este hecho no se produce de la noche a la mañana. Por eso es importante repasar el itinerario que siguieron para llegar a ese compromiso total". 

(Pere López, entrevista concedida al periódico Diagonal, Barcelona, 15 de octubre de 2013)

"En este libro, y en el volumen que le seguirá, hablaremos de los impulsos, las audacias y las autolimitaciones del movimiento anarquista español antes de 1939. En cuanto a esto último, no nos limitaremos a la explicación de la traición y a la crítica ad hominem de algunos dirigentes de la CNT-FAI. Sin eludir sus responsabilidades, se tratará sobre todo de discernir lo que es atribuible a los límites intrínsecos del movimiento, y lo que entra en la mala orientación de una época. Al igual que el de otras organizaciones obreras, el anticapitalismo del movimiento anarquista fue atravesado y modificado por la evolución del propio capitalismo, sus crisis y sus avances; y el análisis de las circunstancias de su fracaso puede ayudarnos a comprender mejor hasta qué punto las categorías de "trabajo", "dinero", "mercancía" y "valor" expresan la forma en que se estructura nuestro mundo capitalista, y cómo las relaciones sociales que ha engendrado avanzan como hechos de la naturaleza.

El último avatar de este proceso, en el avanzado estado de descomposición y pasividad de nuestro tiempo, es la idea de que el capitalismo se perpetuaría indefinidamente con la que más a menudo nos enfrentamos hoy en día, incluso entre los que dicen ser sus enemigos. Para algunos, este sistema representa incluso el último bastión contra la barbarie que él mismo ha engendrado: es esto o el caos.

Así que no es mala idea volver a visitar aquellos tiempos en los que el capitalismo se percibía un poco más como lo que era, y sigue siendo: un momento de la historia en el que la energía humana se postula como la primera mercancía.

Quien depende de un salario, sea cual sea su forma, no puede considerarse un hombre libre. [...] ¡Sin gobierno, no hay salarios! [...] Ya no se trata de trabajar más o menos horas, y menos aún de recurrir a manifestaciones pomposas y atrofiadas, sino de una lucha despiadada en la que la clase obrera ha llevado hasta ahora la carga más pesada. Ahora que ha comenzado, no hay forma de escapar al dilema: o nos resignamos y sucumbimos a la servidumbre voluntaria, o nos rebelamos con fuerza contra tantos atropellos, injusticias e ignominias, para demostrar a los explotadores y a los gobernantes que no somos un rebaño de ovejas listas para ser esquiladas. (Extracto de un folleto anarcocomunista distribuido en Barcelona el primero de mayo de 1892)."

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"El 4 de junio de 1871, ahogado en sangre el levantamiento parisino, los tres principales miembros del Consejo Federal del F.R.E. [...] firmaron y distribuyeron en Madrid un "Manifiesto de algunos partidarios de la Comuna a los poderosos de la Tierra" que lanzaba un verdadero grito de guerra contra los poseedores [...] :

Clase privilegiada, bendita de la tierra, insaciable codiciosa y perezosa [...]. ¿Estás tan ciego que no ves que es imposible acabar con los defensores de la Comuna sin acabar con todos los trabajadores del mundo?

A partir de ahora, todo está ya legitimado: entre tú y nosotros no puede haber ningún arreglo. Nos separa un abismo de sangre, un abismo de crímenes, una montaña inaccesible de intolerancia. Sois vosotros los que lo habéis querido; sois vosotros los que lo habéis dicho; sois vosotros, en fin, los que lo habéis hecho: guerra a muerte; guerra del productor contra el parásito y el explotador; guerra entre ricos y pobres; guerra entre el que, sin producir nada, lo consume todo y el que, produciéndolo todo, no tiene pan que dar a sus hijos. [...]. En una palabra, los acontecimientos de París, que aceptamos en lo que respecta a la Comuna en su totalidad, sin excepciones inteligentes de ningún tipo [alusión a los republicanos federalistas que no aprobaban los "crímenes" de los comuneros], han venido a demostrarnos que si un día nos arrastraran a la lucha como clase, si incendiaran, si dispararan y asesinaran, tendríamos que reducir estos tres medios a uno solo: nos volaríamos junto con las ciudades y con ustedes.

Con toda la confianza y la tranquilidad se puede gritar: La Comuna ha muerto; ya no quedan sus partidarios. A este grito, los millones de trabajadores que somos les responderemos desde todas partes de Europa: ¡La Comuna ha muerto! ¡Viva la Comuna! " ".

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"El colectivismo era la doctrina oficial de la AIT, luego de la Internacional antiautoritaria. Los colectivistas anarquistas se remitieron a la obra de James Guillaume, Ideas sobre la organización social, escrita en 1874 y publicada en 1876, en la que había tratado de reunir las ideas clave del momento:

Nos limitaremos a decir brevemente cuál es el carácter que deseamos que tome la revolución, para evitar que caiga en los errores del pasado. Este carácter debe ser sobre todo negativo, destructivo. No se trata de mejorar ciertas instituciones del pasado para adaptarlas a una nueva sociedad, sino de abolirlas. Así, la abolición radical del gobierno, del ejército, de los tribunales, de la Iglesia, de la escuela, de la banca y de todo lo relacionado con ella. Al mismo tiempo, la revolución tiene un lado positivo: es la toma de los instrumentos del trabajo y de todo el capital obrero (en Guerin, 1999, vol. I, pp. 300-304).

En cuanto a la tierra, no se tratará de quitar la propiedad individual a los campesinos trabajadores, sino de expropiar sólo a los burgueses, a los nobles y a los sacerdotes, y de dar la tierra a los campesinos que no la tienen. El campesino trabajará solo o en colectividad, y recibirá el producto íntegro de su trabajo; pero no se le permitirá emplear sirvientes. A nivel de la industria, cada gremio se apropiará de los instrumentos de trabajo.

Las asociaciones de trabajadores, así como los productores individuales [...] depositarán sus productos en el mostrador de intercambio. El valor de estos distintos productos se habrá fijado previamente mediante un acuerdo entre las federaciones empresariales regionales y los distintos municipios, a través de los datos que proporcionan las estadísticas. El mostrador de intercambio entregará a los productores vales que representan el valor de sus productos. [...]

Los productos del trabajo pertenecen a la comunidad y cada socio recibe de ella, ya sea en especie [...] o en contrapartida, la remuneración por el trabajo realizado por él. En algunas asociaciones, la remuneración será proporcional a la duración del trabajo; en otras, será proporcional tanto a la duración del trabajo como a la naturaleza de las funciones realizadas. [...]

La cuestión de la distribución pasa a ser secundaria en cuanto se resuelve la cuestión de la propiedad y ya no hay capitalistas que saquen dinero del trabajo de las masas [...]. Sin embargo, creemos que el principio al que debemos tratar de acercarnos lo más posible es éste: De cada uno según sus fuerzas, a cada uno según sus necesidades. [...] Una vez que la producción haya aumentado hasta tal punto que supere con creces las necesidades de la sociedad, [...] ya no mediremos con mano escrupulosa la parte que corresponde a cada trabajador (ibíd., p. 304).

Animados por la misma preocupación -que la revolución no vuelva a caer en los errores del pasado-, los que se declaraban comunistas anarquistas y ya no colectivistas impugnaron abiertamente esta última fórmula a partir de 1876. Según sus argumentos, para que todo el mundo reciba una remuneración acorde con el trabajo que ha realizado, es necesario definir un valor del trabajo basado en el tiempo o la tarea realizada. Cuantificar el trabajo individual y definir este valor en términos de dinero o vales conduciría a una administración hinchada y a un centralismo económico, los embriones de un nuevo estatismo. En realidad, argumentaban los comunistas anarquistas, teórica y prácticamente, no es posible ni deseable definir un valor propio para la actividad humana, a menos que volvamos a la sociedad salarial:

Hoy en día, en este estado de la industria en el que todo está entrelazado y unido, en el que cada rama de la producción se sirve de todas las demás, la pretensión de dar un origen individualista a los productos es absolutamente insostenible. [...]

[...] La hora no mide nada, ya que en una fábrica un trabajador puede vigilar seis telares a la vez, mientras que en otra fábrica sólo vigila dos. [...] No puede haber una medición exacta del valor, de lo que se ha llamado impropiamente valor de cambio, ni del valor de utilidad, en relación con la producción (Kropotkin, 2013, pp. 41 y 210).

"A cada uno según sus obras" [...], es por este principio que comenzó el trabajo asalariado, para terminar con las flagrantes desigualdades, con todas las abominaciones de la sociedad actual, porque desde el día en que se comenzó a evaluar [...] los servicios prestados, [...] toda la historia de la sociedad capitalista (con la ayuda del Estado) estaba escrita de antemano. [...] Una sociedad que se ha apoderado de toda la riqueza de la sociedad, y que ha proclamado a bombo y platillo que todos tienen derecho a esta riqueza -cualquiera que sea la parte que hayan tomado en su creación- se verá obligada a abandonar toda idea de trabajo asalariado, ya sea en dinero o en cupones de trabajo, en cualquier forma que se presente. [...] Queda una cosa: poner las necesidades por encima de las obras, y reconocer el derecho a la vida, primero, y a la facilidad, después, a todos los que toman cierta parte en la producción (ibíd., pp. 215-219) [1].

[1] El resto de los argumentos de Kropotkin pueden leerse en...

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La Internacional dislocada a finales de 1877 no zanjó el debate, sino que éste continuó en las secciones nacionales, ahora autónomas. Y en octubre de 1880, en el congreso de La Chaux-de-Fonds, la Federación del Jura adoptó el "comunismo anarquista".

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"Entre los grupos que empezaban a proliferar en España, el de Gràcia elaboró y difundió una intensa propaganda en la propia tierra del colectivismo, Cataluña, y jugó un papel decisivo en la adopción de las tesis comunistas anarquistas. Publicó sus propuestas en el primer número de su periódico La Justicia Humana el 18 de abril de 1886:

Somos ilegalistas, sin duda, no creemos que podamos lograr la revolución social al amparo de leyes hechas en beneficio de nuestros explotadores; por eso aconsejaremos a los trabajadores que vayan a ella directamente por los medios que les sean posibles, sin ocuparse de leyes que ellos no han escrito. No somos partidarios de organizar a las clases trabajadoras en un sentido positivo; aspiramos a una organización negativa. [...] Creemos que debe hacerse por grupos, sin estatutos, que debe tener como eje las necesidades comunes de la clase, y como vínculo la solidaridad. [...]

Somos comunistas anarquistas y, por tanto, enemigos de la propiedad individual, que los colectivistas ven como el producto integral del trabajo de cada persona, porque creemos que es la causa de todos los males, de todas las ambiciones y egoísmos [...].

Los colectivistas aceptan el intercambio de productos cuyo valor corresponderá a las horas empleadas en su elaboración, de lo que resultará que muchos objetos tendrán valores desiguales en el intercambio, aunque sean iguales en calidad y cantidad, por el mero hecho de que habrán sido elaborados por individuos con diferentes aptitudes, y que costarán más porque habrán requerido más horas para hacerlos. Extracto de La Justicia Humana, nº 1, 1886.

El grupo anarquista de Gràcia fue uno de los primeros de su tipo en aparecer en España, y al mismo tiempo el más influyente. Contribuyó a la creación de un movimiento anarcocomunista en el llano de Barcelona, bien conectado con el resto del país y con sus homólogos en Europa, el norte de África y América, lo que permite rastrear la circulación de las ideas y prácticas anarquistas en los últimos veinte años del siglo XIX. A través de este trabajo, Fran Fernández [2]

[2] Autor de Oleadas terroristas. Una crítica a la teoría... quiere contribuir a derribar ciertas publicaciones históricas según las cuales "entre 1888 y 1910 el anarquismo fue un movimiento sin apenas repercusión social más allá de su acción terrorista".

"Fran Fernández [...] se ha vinculado visiblemente a este movimiento anarcocomunista español que nació en la década de 1880 y se convirtió en el catalizador de muchas acciones. Llega a la conclusión de que fue casi erradicada después de 1896, en el contexto de una crisis social generalizada en la que los Estados querían apagar el fuego de la miseria echándole gasolina. Ante la falta de espacio para la acción pública, la dinamita, las bombas y las acciones individuales fueron el resultado de decisiones pragmáticas tomadas en condiciones extremas. La guerra de clases la vivieron a diario millones de personas en sus carnes.

Teniendo en cuenta su influencia local y sus conexiones globales, los primeros anarco-comunistas, aunque minoritarios, fueron más importantes de lo que se ha supuesto. Como verdaderos internacionalistas practicantes de la solidaridad, supieron dar un lugar en la realidad catalana a los emigrantes que pasaban o residían en Barcelona. Y también podemos medir la realidad social en Argentina [3].

[3] En 1905, la FORA fue la primera organización en Argentina...

En 1905 en Argentina, la FORA fue la primera organización que se formó en el país, y en Uruguay, Francia, Italia y Brasil, analizando las continuas migraciones de estos anarquistas cosmopolitas, capaces de integrarse en todas las luchas del país en el que se encontraban. En España, estos propagandistas alentaron y alimentaron debates, prácticas y proyectos que permanecerían después de ellos: el comunismo libertario, el enemigo de toda forma de trabajo asalariado, los grupos de afinidad y la crítica a la organización fetichizada. Todavía quedan muchos ejemplares de su "intensa furia editorial" por juzgar. En general, se oponían al sindicalismo anarquista, pero entre los supervivientes algunos se incorporaron a la CNT, donde consideraban que el poder estaba más en manos de las bases que en las organizaciones anteriores, prueba de que las polémicas que habían provocado contra la FRE y luego la FTRE habían sido útiles. Al igual que otros, buscaban un equilibrio entre la libertad individual y la acción colectiva, en estructuras horizontales. 

[1] El resto de los argumentos de Kropotkin se encuentran en el Apéndice A: "El sistema salarial colectivista".

[2] Autor de Oleadas terroristas. Una crítica a la teoría de las oleadas terroristas a partir del análisis comparativo entre el terror anarquista y el fascista, Aldarull Edicions, Barcelona 2011, y de "Anarcocomunismo en España (1882-1896). El grupo de "Gràcia" y sus relaciones internacionales", Universidad Autónoma de Barcelona, 2014.

[3] En 1905, la FORA fue la primera organización sindical del mundo que se fijó el objetivo de instaurar el comunismo anarquista. Fue el heredero directo de los comunistas anarquistas catalanes que llegaron al país como refugiados a finales del siglo XIX.

Traducido por Jorge Joya

Original: lundi.am/Les-chemins-du-communisme-libertaire-en-Espagne1868-1937

www.socialisme-libertaire.fr/2021/12/le-communisme-libertaire-en-espag