Bienvenido al siglo de las catástrofes

El último día de Pompeya - Pintura de Karl Brioullov.

"La pandemia actual es una conmoción extraordinariamente violenta para nuestras sociedades, que pone en duda muchas certezas. Las grandes crisis (guerras, hambrunas, epidemias...) tienen en común que revelan a los ojos de todos la verdadera naturaleza de las sociedades a las que afectan. Las montañas de hipocresía, mentiras y falsa moral que normalmente sirven para enmascarar o hacer soportables por la mayoría de la gente las injusticias, las desigualdades y la cruda violencia de la sociedad se derrumban de repente, para dar paso a nuevos paradigmas. 

Así que los poderes fácticos, ya sean estatales, financieros o religiosos, para mantener las cosas como están, para que no se cuestione su estatus dominante, se ven obligados a renovar su discurso y hacer la danza del vientre para que las masas no vean lo que está expuesto. De Pekín a París, de Londres a Washington, los gobiernos de todo el mundo, ya sean democráticos o autoritarios, juegan al mismo juego mendaz y se atribuyen el papel de salvadores del pueblo, de protectores ante la plaga natural. Quieren hacernos olvidar que es su ideología, su falta de anticipación y su ceguera lo que ha permitido el desarrollo de la pandemia.

Así, doce científicos afirmaban en un estudio publicado el 13 de marzo: "si se hubieran llevado a cabo iniciativas no farmacéuticas (sólo de distanciamiento social) una, dos o tres semanas antes en China, el número de casos podría haberse reducido en un 66%, 86% y 95% respectivamente", diario Le Monde del 7 de abril de 2020. En Francia, nadie puede dudar seriamente de que las mismas medidas aplicadas muy pronto (incluso antes de que aparecieran los primeros casos, porque nadie podía dudar, dada la magnitud del movimiento de personas, de que la enfermedad llegaría) habrían tenido idénticos efectos.

Todos los epidemiólogos están de acuerdo en este punto: en una epidemia, como en la guerra, hay que reaccionar muy rápidamente. Sin embargo, nuestros dirigentes se tomaron las cosas a la ligera y ni siquiera informaron a la población de unas sencillas medidas para salvar vidas: no acercarse, dejar de besarse y darse la mano, lavarse las manos a menudo con gel hidroalcohólico, evitar las reuniones.

La aplicación a tiempo de estas sencillas medidas de sentido común habría bastado para salvar muchas vidas. Esto es tanto más cierto cuanto que, en cuanto se informó a la población de la importancia de seguir estas instrucciones, ésta dio muestras de un notable sentido cívico. Por tanto, no es necesario acompañarlas de medidas represivas. Lo más horrible es que el coste económico de estas medidas es bajo, y sin embargo es sólo este aspecto económico el que ha motivado las vacilaciones del gobierno y los retrasos en los anuncios.

Preservar la actividad económica (turismo, viajes de negocios, espectáculos, eventos deportivos y religiosos) ha sido la principal preocupación del gobierno, mientras que la salud de la población ocupa el segundo lugar. Y es también esta preocupación por la "eficiencia económica" la que ha llevado a los sucesivos gobiernos a sacrificar el sistema sanitario público a lo largo de los años. La falta de personal, de camas de hospital, de respiradores, de mascarillas, de gel hidroalcohólico, etc., se ha hecho patente y ha provocado tragedias y muertes entre los pacientes y el personal de enfermería. En los EHPAD, las mismas deficiencias han tenido las mismas consecuencias.

Francia ha descubierto de repente que, a pesar de ser la sexta potencia económica del mundo, es incapaz de suministrar mascarillas de papel, batas o gel hidroalcohólico a sus trabajadores sanitarios, y que, lo que es peor, aunque dispone de industrias armamentísticas muy especializadas y apreciadas por los ejércitos extranjeros (Francia es el tercer vendedor de armas del mundo), no cuenta con las herramientas industriales para fabricar los sencillísimos equipos necesarios para proteger a su población (tests, termómetros electrónicos, etc.). Todos estos hechos, que no son más que las consecuencias irrefutables de un sistema basado exclusivamente en la búsqueda del beneficio, están hoy a la vista de todos y ni siquiera los más acérrimos partidarios del liberalismo pueden negarlos.

Así que para hacer olvidar sus errores, el señor Macron se puso su aire más marcial para declarar la guerra al virus. Nada nuevo, en tiempos de crisis todos los gobiernos juegan a la misma comedia para hacer tragar la píldora de las dificultades futuras. Encierro obligatorio, prohibición de salir de casa sin un certificado, cierre de mercados, tiendas no alimentarias, parques y jardines públicos, paralización de la mayoría de las actividades económicas. Las órdenes del caudillo Macron, con sanciones despiadadas en caso de incumplimiento por parte de los infractores (¡¡¡los medios de comunicación los presentan como responsables de la prolongación del encierro!!!) sólo añaden violencia a la violencia de la epidemia.

Durante las guerras, es bien sabido que primero sufren los más frágiles, los más pobres y los más precarios. No es lo mismo estar confinado en un pequeño piso que en un chalet con jardín; asimismo, el cierre de una empresa se vivirá de forma diferente según se sea directivo, empleado o trabajador temporal; el cierre de escuelas y comedores tendrá consecuencias muy diferentes para los hijos de los directivos y los desempleados; el cierre de un mercado al aire libre hará las delicias del gerente de un gran supermercado (su facturación ha aumentado considerablemente) y desesperará a los pequeños productores, que ya no podrán vender sus productos. Los ejemplos pueden multiplicarse.

Las medidas de contención son sentidas como un violento castigo por los más desfavorecidos, que tendrán aún más dificultades para cubrir sus necesidades básicas, y son un simple inconveniente para los hogares acomodados, que simplemente se verán privados de actividades de ocio. Para los poderes fácticos, esta pandemia y las medidas de contención que la acompañan han sido una gran oportunidad para sofocar (esperemos que temporalmente) la creciente ola mundial de protestas. Desde hace algunos años, en todo el mundo (China, Ecuador, Chile, Argelia, Francia, etc.) se están desarrollando movimientos populares que reclaman más justicia, más igualdad y menos corrupción y que, desde el punto de vista de los poderes fácticos, son ejemplos peligrosos. Esta pandemia logró lo que ni la represión policial, ni la violencia estatal, ni las maniobras de los sindicatos habían podido conseguir: el fin de las revueltas.

Una vez más, el sistema demuestra su resistencia y su capacidad de recuperación aprovechando cualquier oportunidad en su favor. Si los Estados están acostumbrados a infundir miedo para obtener la sumisión de las poblaciones, es la primera vez que utilizan el miedo generado por una plaga natural a tan gran escala. Este método ha demostrado ser mucho más eficaz para obtener la paz social que los métodos policiales habituales. Sin duda, nuestros dirigentes lo recordarán y aprenderán de ello.

Dado que estamos a punto de entrar en un período en el que se sucederán las crisis sanitarias, climáticas, ecológicas, etc., provocadas por la naturaleza depredadora del sistema, la comprobación de que las poblaciones son lo suficientemente sumisas como para someterse sin protestar a un régimen de encierro autoritario, casi totalitario, no tiene precio. La amenaza de una contención decidida por el Estado por razones de superioridad pende ahora sobre nuestras cabezas: comienza el siglo XXI, bienvenido al siglo de las catástrofes. No importa, por tanto, que el coste de este episodio sea al final increíblemente alto en términos económicos; las clases explotadas pagarán la factura, sin duda los gestores de las relaciones sociales encontrarán los argumentos para hacerles aceptar la degradación de sus condiciones de trabajo y de vida, los impuestos adicionales, etc. Sólo queda que todos los amantes de la libertad aprendan las lecciones de este episodio y encuentren en esta sufrida violencia la energía necesaria para desarrollar un verdadero movimiento de resistencia popular.

FUENTE: CNT-AIT TOULOUSE

Traducido por Jorge Joya

Original: www.socialisme-libertaire.fr/2020/06/bienvenue-dans-le-siecle-des-cata