Anarquismo: un intento de elaboración filosófica

Por Vincent Rouffineau. 

Es común referirse al anarquismo como filosofía política, para insistir en su estructuración metodológica, en sus postulados basados en un cuerpo de textos al que cada uno puede referirse para construir y elaborar su pensamiento. Los primeros autores, como Proudhon o Stirner, desarrollaron un pensamiento cercano al marxismo al tiempo que refutaban la legitimidad de la autoridad. Más tarde, autores como Bakunin o Kropotkin integraron este pensamiento en las estrategias revolucionarias, apoyándose en el movimiento obrero, al mismo tiempo que retransmitían las ideas fundamentales expresadas por sus predecesores. A partir de 1950, las nuevas ideas se agotaron, las aportaciones teóricas se hicieron escasas, y el anarquismo actual sigue alimentándose de concepciones de épocas pasadas. El contexto se ha modificado profundamente, la miserable condición obrera ha dado paso al acceso a un relativo confort, gracias a las conquistas de las luchas sociales. A principios del siglo XX, los trabajadores no se beneficiaban de las pensiones ni de la seguridad social, y tenían que trabajar 72 horas semanales. Su esperanza de vida era de 45 años. Hoy en día, es innegable que la precariedad, los bajos salarios y el escándalo del enriquecimiento de la patronal y los accionistas a costa de los que producen bienes y servicios merecen continuar la lucha, pero hay que tener en cuenta que la clase obrera en la que se basó el movimiento revolucionario ha sufrido profundos cambios, y es menos receptiva al discurso anarquista. La desindustrialización y la terciarización de la economía han dado lugar a la aparición de una clase de empleados y asalariados que ya no producen mercancías sino que aseguran su circulación: las profesiones de venta, gestión y contabilidad han tomado el relevo de las actividades de producción.

En este contexto, el discurso anarquista pierde su fuerza y su legitimidad: mientras que los conceptos que defiende, la autogestión, el federalismo, la igualdad, la solidaridad, la lucha contra el patriarcado y la voluntad de abolir las relaciones autoritarias son más actuales que nunca, su discurso, elaborado desde hace 150 años en torno a la lucha obrera, se vuelve obsoleto. No es que la desigualdad y la explotación hayan desaparecido, al contrario, como demuestra el nivel de los salarios y la precariedad laboral, así como el creciente enriquecimiento de los capitalistas gracias al trabajo de sus empleados: es el vector del discurso el que va desapareciendo. El corpus teórico en el que se basan los activistas anarquistas se refiere en gran medida a relaciones de clase y realidades sociales que ya no son válidas. Los textos sobre el Estado, como "Dios y el Estado" de Bakunin o "El principio del Estado", se basan en análisis que eran válidos en el momento en que se escribieron (finales del siglo XIX) pero que ya no se corresponden con la problemática contemporánea. Además, la economía globalizada y financiada ha colocado al Estado, a los empresarios y al capitalismo en una nueva relación de poder, sobre la que los textos teóricos son escasos. Parece necesario añadir una dimensión verdaderamente filosófica al pensamiento revolucionario anarquista, que conduzca a conceptos válidos en todos los contextos y en todo momento. El propósito de este texto es sugerir los contornos de esto.

La filosofía no es el pensamiento. La filosofía es lo que permite organizar el pensamiento según un método que lo hace operativo. En "¿Qué es la filosofía?", Gilles Deleuze expresa la idea de que la filosofía produce conceptos, y que por ello se distingue de las ciencias o las artes, que operan, las unas por funciones, las otras por percepción y afectos. Para Deleuze, la filosofía no es interdisciplinaria, se basta a sí misma, pero puede entrar en resonancia con otras disciplinas. La filosofía, además de conceptos, produce sistemas, es decir, conjuntos organizados de ideas que permiten alcanzar una forma de universalidad del pensamiento, como Spinoza, Kant, Hegel... Sin embargo, la idea de sistema ha sido refutada por filósofos como Nietzsche o Kierkegaard, pero también por escritores como Robert Musil: "No era un filósofo. Los filósofos son personas violentas que, a falta de un ejército a su disposición, someten al mundo encerrándolo en un sistema" ("El hombre sin cualidades"), citado por Jacques Bouveresse en "¿Qué es un sistema filosófico?", que plantea la cuestión de la aplicabilidad del criterio de verdad a la filosofía por la pluralidad de sistemas que permite. No se trata aquí de entrar en el debate, sino de evocar la especificidad del razonamiento filosófico y su organización. En "Qué es una cosa", Heidegger expone la naturaleza de este razonamiento al "interrogar en la dirección de la cosa": no se trata de definir una cosa como lo hace la ciencia, es decir, de enunciar sus propiedades esenciales, sino de buscar definir la "cosa" de la cosa: es aquí donde se crea el concepto. Hay que subrayar que esta noción de concepto varía según los filósofos, que no la consideran todos de la misma manera: Locke prefirió sustituirla por la noción de "Idea", para Leibniz es sólo la sustancia individual de un fenómeno. Pero nos quedaremos con la idea general. La filosofía puede cuestionar la ciencia (epistemología) o la política, pero siempre según su propio método. Se puede argumentar que, más allá de su carácter económico, el marxismo responde a esta definición, ya que crea el concepto de materialismo dialéctico, que permite establecer un sistema de pensamiento, o incluso una visión del mundo, un "paradigma".

El anarquismo se asimila a veces a un sistema filosófico político, aunque sólo sea en algunos textos anarquistas propios, como "La anarquía, su filosofía, su ideal" de Kropotkin. Sin embargo, hay que admitir que no produce conceptos: se basa en ideas que reivindica pero de las que no es el diseñador. La idea central anarquista del rechazo de la autoridad, concebida como fuente de toda opresión social, y la del rechazo de la propiedad, fuente de opresión económica, no nacieron con el anarquismo: los epicúreos y los estoicos concibieron ideas equivalentes, aunque sus análisis no les llevaron a la construcción de un sistema político, siendo sus motivaciones diferentes. El anarquismo es, de hecho, la elaboración política de una reflexión esencialmente moral sobre la primacía de la libertad individual, que no puede subordinarse a ningún interés superior, público o privado. Sin embargo, el anarquismo integra la dimensión colectiva al considerar que existen ciertos límites a esta libertad, siendo éstos la libertad de los demás y la voluntad de no hacer daño, lo que distingue al anarquismo de las corrientes liberales individualistas muy presentes en Estados Unidos. Isaiah Berlin desarrolló un enfoque ya clásico para distinguir dos formas de libertad: la libertad positiva y la negativa. Para este autor, la libertad negativa es el estado en el que sólo puedo ser libre en la medida en que nadie se interpone en mi acción: es estar libre de cualquier coacción externa; la libertad positiva, en cambio, corresponde a la voluntad de ser dueño de uno mismo, es decir, de negar la legitimidad de cualquier otro para gobernar. Las dos concepciones parecen idénticas, pero surge un matiz importante si profundizamos en el razonamiento: el de la existencia de los otros. Uno puede negarse a ser gobernado sin negarse a vivir en una comunidad en la que aparecen limitaciones sociales: la libertad positiva integra la libertad de los demás.

En el imaginario colectivo contemporáneo, el anarquismo se percibe como una reivindicación de la libertad negativa, mientras que en realidad es la expresión más acabada de la libertad positiva: el anarquismo sigue siendo una concepción política y social, lo que implica una concepción que no puede abstraerse de la dimensión colectiva de esta sociedad; se traduce en la necesidad de aceptar ciertas limitaciones, vinculadas tanto a la organización material como a las aspiraciones individuales de libertad: Es la búsqueda de un compromiso entre estas dos dimensiones antagónicas lo que finalmente constituye la problemática central del pensamiento anarquista a la hora de definir la sociedad futura. Sin embargo, la preocupación por el rechazo de la autoridad, de la coacción, exige contradicciones permanentes, cuya resolución requiere largas reflexiones, que a menudo conducen a soluciones, pero que exigen un examen minucioso de cada objeción planteada, lo que supone una pérdida de tiempo y energía. Es en este contexto en el que parece necesaria la elaboración de conceptos específicos del anarquismo, con el fin de proporcionar un marco metodológico global que abarque todas las contradicciones, así como sus resoluciones.

¿Cuál podría ser el concepto que caracteriza al anarquismo? Aunque Marx nunca lo menciona, el marxismo, como ya se ha dicho, propone el materialismo dialéctico: sería sorprendente que el anarquismo fuera incapaz de producir un concepto de fuerza equivalente del que sea el único depositario. El marxismo unifica el materialismo filosófico y la dialéctica hegeliana: para Hegel, la dialéctica deja de ser un método de razonamiento y se convierte en el principio mismo de la mente, aquello por lo que está animada, pero sigue siendo idealista. El marxismo integra la dialéctica de Hegel en el mundo material: se convierte en el movimiento de la propia realidad. Es a través de esta dialéctica materialista que Marx analiza las relaciones de producción, de dominación de clase, de alienación, en términos de enfrentamientos de contrarios, opuestos según la lógica dialéctica pero unidos por realidades materiales: la burguesía y el proletariado son contrarios, antagonistas, pero están unidos por su pertenencia al capital. Los opuestos no se oponen por su naturaleza, sino por su función en un sistema común. Esta idea forjó el mito marxista del colapso espontáneo del capital, minado por sus contradicciones. El materialismo dialéctico, aunque su validez ha sido refutada durante muchos años, ha estructurado efectivamente el enfoque marxista, lo ha caracterizado, pero se ha convertido en un dogma, casi una mística, que es incompatible con el anarquismo.

Con el anarquismo, debemos proceder en la dirección opuesta: primero caracterizar la estructura del pensamiento, y luego formalizarla en forma de un concepto global: este enfoque evita el escollo del dogma, ya que el concepto es una consecuencia del pensamiento, y no puede estructurarlo. Por otro lado, nos permite responder a los nuevos problemas sociales y económicos, actuando como una herramienta para adaptar nuestro pensamiento a los cambios contemporáneos. El pensamiento anarquista es percibido por el público como una oposición a toda forma de organización y un gusto por el desorden, incluso la destrucción, debido a un imaginario popular construido en torno a dos elementos espectaculares: la propaganda de los años 1890 y el movimiento punk inglés. Los atentados reivindicados por los anarquistas sólo duraron unos años, y acabaron siendo condenados por los propios anarquistas, pero la literatura popular y la prensa los convirtieron en parte de la memoria colectiva; los punks ingleses y sus textos ("Soy anarquista, soy un anticristo") dieron nuevo vigor al mito. A partir de entonces, cualquier intento de difusión de las ideas anarquistas se topó con un muro de incomprensión e incomprensión. En realidad, el pensamiento anarquista se basa en una simple premisa: siendo mortal, el ser humano debe poder disfrutar de su existencia sin verse obligado a subordinarse a la voluntad de otro ser humano. La búsqueda de un sistema social que permita el respeto de este postulado es la fuente del pensamiento social, político y revolucionario anarquista. Por consiguiente, citando el estribillo de "La révolte" de Sébastien Faure, este pensamiento rechaza "la Iglesia, el parlamento, el capitalismo, el Estado, la magistratura, los jefes y los gobernantes". Este rechazo es una consecuencia del postulado, es el producto del mismo. El anarquismo es, en efecto, un humanismo: el ser humano es el valor supremo y debe ser libre, en relación con los demás seres humanos, en una sociedad sin clases ni estados, pero también en relación con las limitaciones naturales, gracias al progreso técnico y a la búsqueda del conocimiento. Es la definición misma del humanismo renacentista, que expresa así el ideal anarquista varios siglos antes de Proudhon, que publicó en 1840 "¿Qué es la propiedad? », un texto considerado como el fundador del anarquismo político.

Sin embargo, como hemos dicho, este ideal debe proponer un modelo de organización social. El anarquismo individualista no forma parte de esta búsqueda: aunque los individualistas tienen su lugar en una sociedad anarquista, la construcción de esta sociedad debe integrar su dimensión colectiva, por lo que la dimensión socialista, colectivista, será la única que se mantenga en este texto. Lo ideal sería hablar de comunismo, pero el término tiene una connotación demasiado fuerte. Se podría preferir el término socialismo libertario, o comunismo anarquista, pero para la comodidad de la escritura y la lectura nos limitaremos al uso del término "anarquista", quedando implícita la dimensión socialista y comunista. El anarquismo es, pues, un humanismo, pero no persigue objetivos trascendentes, lo que lo excluye del existencialismo: persigue un objetivo práctico. Esta búsqueda práctica la sitúa en el campo de la búsqueda de la verdad, o al menos en la búsqueda de las contradicciones que surgen de las consecuencias de su postulado, para resolverlas y determinar la mejor organización social posible para su realización. El anarquismo se sitúa así en la dialéctica: se opone sin embargo a la dialéctica marxista inspirada en Hegel, para la cual el socialismo sucede al capitalismo apoyándose en los elementos del propio capitalismo; para Hegel, la idea sigue un camino en el que se enriquece en cada etapa, para volver a su condición inicial, modificada por las etapas del camino: es este proceso el que describe Marx. Sin embargo, el anarquismo quiere ser una ruptura radical, considerando que los elementos que constituyen la opresión, el Estado, el capitalismo, deben ser disueltos inmediatamente, en una dinámica de transición revolucionaria que excluya cualquier elemento antiguo. La dialéctica anarquista no puede ser hegeliana. La primacía del ideal sobre las contingencias materiales, es decir, la búsqueda material de la realización de su postulado, y la confrontación de opiniones para encontrar la verdad, acerca al anarquismo al idealismo platónico y a la dialéctica. El debate es, en efecto, permanente en el seno del anarquismo, y debe serlo para permitir su evolución y evitar toda posición dogmática.

Sin embargo, esta primacía del postulado y del método de razonamiento debe ir acompañada de consideraciones éticas: no una ética normativa, sino una ética aplicada, porque la sociedad anarquista se organiza en función de cuestiones para las que aún no existen normas. Este sistema ético no puede producir leyes, por la sencilla razón de que si las leyes se corresponden con las necesidades éticas, son de facto superfluas, y si no se corresponden con ellas, no tienen razón de ser. La ética anarquista debe tener un carácter universal, no reducible a un cuerpo de reglas legales o morales. Se une así a la moral de Kant, que propone la universalidad de la acción: ¿puede mi acción erigirse en valor universal?

Se trata de la noción kantiana del imperativo categórico, que viene determinada por tres fórmulas:

1°) "Actúa como si la máxima de tu acción fuera a ser establecida por tu voluntad como una ley universal de la naturaleza".

2°) "El principio subjetivo del deseo es el motivo, el principio objetivo del deber es el motivo": las cosas materiales tienen un valor subjetivo, pero el ser humano tiene un valor absoluto, es un fin en sí mismo.

3°) "La moral es la idea de la voluntad de todo ser razonable concebida como una voluntad que instituye una legislación universal": actuamos según la moral porque nos damos la obligación de hacerlo, no porque nos lo imponga una entidad autoritaria.

Las tres fórmulas de Kant son suficientes para proporcionar un marco a la ética; no implican contradicciones en su aplicación, a diferencia de las tres leyes de la robótica imaginadas por Isaac Asimov, que permitían al autor imaginar una serie de situaciones en las que la aplicación de una o varias de estas tres leyes conducía a situaciones catastróficas:

Un robot no puede dañar a un ser humano, ni, permaneciendo pasivo, permitir que un ser humano se exponga a un peligro

Un robot debe obedecer las órdenes que le da un ser humano, a menos que dichas órdenes entren en conflicto con la primera ley

Un robot debe proteger su existencia siempre que dicha protección no entre en conflicto con la primera o la segunda ley

Por ejemplo, un explorador espacial se encuentra en un planeta desconocido, con un robot que tiene que ayudarle. Este robot se toma muy a pecho su tarea, y se vuelve invasivo: al cabo de unos días, el explorador, al límite de sus fuerzas, grita "¡Piérdete! El robot obedece inmediatamente a la segunda ley de la robótica: se perderá literalmente, y el explorador pasa días tratando de recuperarlo. Por eso los principios éticos anarquistas no pueden convertirse en ley. Sin embargo, deben ser aceptadas por todos, de lo contrario el proyecto social anarquista se topa con la necesidad de la coerción. El anarquismo apuesta por el optimismo antropológico: los beneficios que un ser humano obtiene de vivir en la anarquía son suficientes para convencerlo de la validez del marco ético y llevarlo a conformarse con él. Sin embargo, el propósito de este texto no es formalizar la organización social anarquista, sino intentar definir un concepto que pueda expresar la idea en sí.

En este punto de nuestra reflexión, podemos caracterizar los ámbitos filosóficos con los que se relaciona el anarquismo: el humanismo no existencialista, el idealismo y la dialéctica platónicos, la ética kantiana. El concepto que produce el anarquismo debe, por tanto, operar una síntesis entre estos campos, permaneciendo inteligible, al tiempo que hace necesarias las condiciones en las que una sociedad anarquista puede surgir y mantenerse: federalismo, autogestión, solidaridad, colectivismo. El humanismo anarquista evita la deriva conceptual de Hakim Bey y su "anarquismo ontológico" descrito en "El arte del caos": toda ontología es antihumanista, como lo expresó Heidegger. Pero es superfluo convocar al humanismo en nuestro intento de construcción conceptual, lo que sería una tautología, pues el humanismo ya está contenido en la idea anarquista: es, en efecto, el principio rector de la idea objeto de nuestra investigación. Por lo tanto, proponemos el concepto de idealismo ético-dialéctico (IED): se trata de un idealismo (la primacía de la idea sobre las contingencias materiales) estructurado por una ética construida por el debate, este último no tiene el objetivo de convencer sino de eliminar las contradicciones, para llegar a un consenso. Este concepto expresa también el rechazo del dogma y la participación de todos en la elaboración de las ideas, a través de su dimensión dialéctica, así como la búsqueda del bien común sin la coacción de una moral impuesta por una autoridad jerárquica, según las fórmulas del imperativo categórico. Esta concepción responde a los criterios del ideal anarquista, al tiempo que permite la elaboración de un sistema, es decir, la reducción de las cosas a un pequeño número de principios, o incluso a un único principio, siendo este principio, como escribimos anteriormente, el siguiente postulado: siendo mortal, el ser humano debe poder disfrutar de su existencia sin verse obligado a subordinarse a la voluntad de otro ser humano. La elaboración del proyecto anarquista de sociedad puede lograrse construyendo sobre este único principio, siendo el proceso guiado por el IED, que es en última instancia un método, como lo fue el materialismo dialéctico para el marxismo. Finalmente sigue el ejemplo de Descartes, que reduce todo al Cogito antes de reconstruir su sistema de pensamiento.

Ahora queda someter este método del IED a la prueba de la reflexión, ponerlo en práctica para determinar si es válido o no. Se trata de una larga tarea que no puede acometerse aquí, pero que será objeto de futuras publicaciones. Sin embargo, es posible describir brevemente el posible proceso: partiendo de la premisa, se identifican los problemas que impiden alcanzar el objetivo (crear una sociedad anarquista funcional) y se resuelven con la ayuda del IED. Pongamos un ejemplo de un problema espinoso: una pareja se separa y hay que determinar los arreglos para el cuidado de los hijos. Uno de los ex cónyuges se niega a cumplir el laudo arbitral (las condiciones de este arbitraje son una cuestión diferente): ¿es aceptable obligarle a cumplirlo, ya que esta acción está en contradicción con el postulado? Aplicando el método FDI, se puede seguir el siguiente enfoque:

a) Hay que respetar la primacía de la idea sobre las contingencias materiales (idealismo), de ahí el postulado.

b) La dimensión ética introduce el carácter universal del planteamiento: ¿se puede establecer como valor universal el negarse a cumplir la decisión arbitral? Se parte de la base de que el arbitraje se estableció en interés de los niños y, por tanto, perjudicar sus intereses, su bienestar, no puede ser un valor universal. Por lo tanto, hay que respetar el arbitraje.

c) Para hacer valer el arbitraje, sin negar el postulado, debe haber un diálogo entre el padre que se siente agraviado y la comisión de arbitraje. El proceso no es más largo que el proceso de juicio tal y como existe hoy en día en los tribunales de familia. Se utiliza el método dialéctico: hay que convencer al padre para que acepte la decisión por sí mismo.

Sería muy deseable que se probaran hoy las simulaciones para poner el IED a prueba de la realidad sobre el terreno. Es a través de este trabajo previo que el proyecto de sociedad anarquista ganará credibilidad con el público, lo cual es una condición necesaria para la transición revolucionaria: "Nuestra principal tarea debe ser persuadir al pueblo" ( Malatesta, "El programa anarquista").

Por ello, esperamos que este método despierte el interés de los militantes...".

Vincent Rouffineau, 11 de mayo de 2017

FUENTE: Contemporary Anarchist Studies

Traducido por Jorge Joya

Original: www.socialisme-libertaire.fr/