Selección de la Enciclopedia anarquista:
"Abstencionismo" n.
"Doctrina que preconiza la abstención en materia electoral", dice el Larousse. Fanfani lo define con mayor precisión: "No querer ejercer los derechos políticos ni participar en los asuntos públicos". Sin embargo, estas definiciones no dicen por sí mismas nada sobre la razón, el significado y el alcance de la abstención. Una nota del mismo Larousse nos permitirá establecerlos contradictoriamente. Dice así: "La abstención política, que tiene como causa la negligencia o la indiferencia, demuestra un olvido egoísta y censurable de los deberes del ciudadano. A veces se practica sistemáticamente como modo de protesta, bien contra el gobierno establecido, bien contra un modo de sufragio que no ofrece suficientes garantías.
Pues bien, no es por negligencia o indiferencia, ni por protestar contra tal o cual gobierno o contra una determinada modalidad de sufragio que somos abstencionistas, sino por una cuestión de principios.
No aceptamos el llamado derecho mayoritario. Señalemos de paso que está matemáticamente demostrado que ningún parlamento o gobierno ha representado nunca a la mayoría real de un pueblo, pero incluso si esto ocurriera, seguiríamos impugnando el derecho de este parlamento o gobierno a someter a la minoría a su ley. Sin llegar a afirmar que las mayorías siempre se equivocan; nos basta con establecer que las minorías suelen tener razón, o incluso simplemente que también pueden tenerla, para rechazar cualquier derecho de la mayoría.
Salvo el caso especial de poder elegir sólo entre dos decisiones y la imposibilidad material de aplicar libremente ambas al mismo tiempo, la minoría conserva para nosotros una libertad de acción igual a la de la mayoría. El derecho de la minoría será naturalmente inferior al de la mayoría sólo en la medida en que sus poderes de realización sean también inferiores.
Además, exigimos no sólo el mismo derecho para el grupo minoritario que para el grupo mayoritario, sino también un derecho individual que sólo está limitado por la pequeña cantidad de poder que puede tener un individuo.
Hay una razón fundamental para ello. Todo nuevo invento, descubrimiento o verdad en todos los ámbitos de la vida sólo se debe a individuos aislados o a la estrecha colaboración de pequeños grupos, aunque estos individuos y grupos se hayan beneficiado entretanto del conjunto de los conocimientos humanos, sin los cuales el nuevo paso adelante sería inconcebible. Ahora bien, nada es evidentemente más perjudicial para el progreso, nada puede retrasarlo más que hacer depender su aplicación de la conquista previa de la mayoría. La más amplia libertad de experimentación, la autonomía sin trabas para los más diferentes ensayos, tentativas o aplicaciones, son las condiciones indispensables para cualquier logro nuevo, audaz y fructífero, condiciones en oposición formal a cualquier supuesto derecho de la mayoría. Además, si se descubre que los innovadores están en un error, nada puede probarlo mejor que la experiencia, tras lo cual pueden abandonar su intento o modificarlo.
El adagio de que los ausentes siempre se equivocan no puede aplicarse al abstencionismo anarquista; además, debería aplicarse a los votantes y no a los elegidos. De este modo, no estamos formulando una paradoja, sino una verdad fácil de demostrar. En efecto, ¿la ausencia más lamentable es la de los pocos minutos necesarios para votar, o la de todos los días del año? Porque el hecho de votar implica, en definitiva, la renuncia a la participación directa en los asuntos públicos durante un periodo determinado, en el que el representante elegido queda encargado de ocuparse de ello en lugar de los votantes, que se convierten así en los ausentes, siempre en el error. Y los hechos demuestran demasiado bien que realmente lo son.
Obviamente, el abstencionista, que sólo se ausenta por negligencia o indiferencia, está en la misma situación; pero es muy diferente para el anarquista. Se niega a estar ausente allí donde se discute y está en juego su destino; quiere estar presente para influir en la decisión con todas sus fuerzas.
Por lo tanto, el abstencionismo sólo es lógicamente anárquico si significa, por un lado, la negación de toda autoridad legislativa; por otro lado, la exigencia -y la aplicación, en la medida en que esto ya es posible- del principio de hacer lo propio.
Los "deberes del ciudadano" -si es que los hay- no pueden reducirse a la obligación de introducir una papeleta en la urna; sólo pueden aplicarse en cualquier momento cuando surge la necesidad, mientras que votar sólo significa delegar en otros el cumplimiento del propio deber, lo que obviamente es un sinsentido.
Tanto si se considera la participación en los asuntos públicos como un derecho o un deber, no puede delegarse, a menos que se niegue en la práctica lo que se acaba de afirmar teóricamente.
Veamos. ¿Puede un hombre educarse, mejorarse y fortalecerse por delegación? No, y esto supone, ante todo, una actividad personal de cada uno, que puede ser, lo admitimos, más o menos favorecida por los demás, pero siempre en el sentido del adagio: "Ayúdate a ti mismo, y el cielo te ayudará". "La superstición -lo dijo muy bien Gabriel Séailles- consiste en pedir a un poder extranjero o esperar de él lo que uno no se siente con el valor o la fuerza de hacer por sí mismo. ¿No es esto precisamente lo que siguen haciendo las multitudes electorales siguiendo la estela de los políticos inteligentes?
¿Se puede imaginar una educación peor que la de descargar en unos pocos individuos la tarea de tratar precisamente aquellas cuestiones en las que está en juego el interés de todos, y cuya solución puede tener las consecuencias más considerables para la humanidad?
Nos abstendremos aquí de insistir en las turbiedades de la política y de los políticos, en el repugnante espectáculo que siempre ofrece el parlamentarismo. Si fuera imposible encontrar sólo hombres honestos entre los representantes elegidos, no dejaríamos de ser opositores a un sistema que mantiene a la mayoría de los ciudadanos en un estado de tutela, de minoría de edad, de inferioridad.
Negarse a ser elector significa en nuestra mente, repitámoslo, sólo reclamar el derecho a ejercer en todos los asuntos públicos una intervención directa, constante y decisiva. No podemos dejar esto en manos de unos pocos individuos.
Nuestro abstencionismo no es, por tanto, una almohada de pereza, sino que presupone toda una acción de resistencia, defensa, revuelta y realización cotidiana.
Sin embargo, los socialistas parlamentarios afirmaron que estábamos haciendo el juego a la burguesía. Examinemos los hechos de cerca.
Todo el mundo está de acuerdo en que el parlamentarismo es una institución burguesa. Participar en esta institución es, pues, contribuir a su funcionamiento, a su juego. ¿Es posible cambiar este juego burgués por uno socialista? Los hechos sin excepción responden por nosotros: ¡No!
La razón es muy sencilla.
O bien la mayoría seguirá siendo burguesa y es indiscutible que impondrá su juego burgués a la minoría socialista. En este caso, todas las partidas están perdidas de antemano, y persistir en jugar con los burgueses es incomprensible, a no ser que se admita que los jugadores socialistas, al perderlo todo para el pueblo, puedan sin embargo ganar algo para ellos.
O la mayoría se volverá socialista. En este caso, es evidente que el juego parlamentario, cuyo origen, desarrollo y objetivo son estrictamente burgueses, tendrá que ser sustituido por nuevas instituciones, gracias a las cuales ya no se juega con la masa trabajadora.
En la práctica, la historia de todas las votaciones y elecciones, especialmente en Suiza, donde el sistema es el más desarrollado y perfeccionado, nos enseña que la burguesía siempre consigue sus objetivos, a pesar de todas las "consultas populares". Además, no le faltan medios para hacer ilegalmente lo que no se le concede legalmente. La forma en que se aplica la jornada legal de ocho horas debería haber enseñado algo a nuestros votantes. Y lo mismo ocurre con todas las llamadas leyes de protección laboral.
Y es precisamente porque el sufragio universal es el juego burgués por excelencia, incluso sin todas las trampas a las que se presta tan bien, que somos abstencionistas.
En los días de elecciones o votaciones, el croupier burgués grita: ¡Hagan sus apuestas! Los ingenuos que vayan a votar verán recogidas sus papeletas, tras lo cual se escucharán decir: ¡Ya no va nada! Y este juego de poder, en el que siempre gana la banca como en todos los juegos, puede ser eterno. Los jugadores pueden engañarse a sí mismos consiguiendo algunas pequeñas ganancias de vez en cuando, pero verán cómo se las quitan con el desgaste.
Si hay un punto en el que estamos absolutamente seguros de tener razón, es en el de aconsejar a la clase obrera que se abstenga de entrar en el juego electoral burgués.
Este principio se aplica para nosotros no sólo a las elecciones a las cámaras legislativas, sino también a los consejos cantonales, provinciales o departamentales y a los consejos comunales, así como a las elecciones a los poderes ejecutivo y judicial, cuando éstas tienen lugar como en Suiza. También lo aplicamos a todas las votaciones derivadas de los derechos de referéndum e iniciativa y de la introducción de la llamada legislación directa.
Incapaces de rebatir la validez de nuestras objeciones, los defensores del voto acaban gritando:
- Su crítica estéril no tiene sentido. Díganos de una vez por todas qué hacer.
Observemos en primer lugar este hecho. Que podamos o no decir lo que debería hacerse no cambia nuestra observación de que la papeleta de votación produce un resultado nulo. Si esta es la verdad innegable, no sólo hay que preguntarse: ¿Qué debemos hacer? - pero cada uno de nosotros debe preguntarlo individualmente.
El abstencionismo anarquista sólo lograría el resultado de plantear imperativa y universalmente esta pregunta: ¿Qué hacer? - que su valor ya sería muy grande.
Con el sistema electoral, la gran masa de votantes depende únicamente de unos pocos funcionarios elegidos. El resultado es que quienes votan lo hacen principalmente con la idea más o menos consciente de abstenerse posteriormente de ocuparse de los asuntos públicos. Lo descargan en sus representantes elegidos. Votar no es tanto una participación en la vida pública como una renuncia a participar. Cada votante piensa que es mejor que otro lo haga por él.
Pero la esfera pública es tan inmensa, compleja y ardua que la participación directa de todas las inteligencias, capacidades y fuerzas no está de más para servirla bien. Ahora bien, o esto se hace fuera del Parlamento y la utilidad de éste parece dudosa, o el Parlamento sólo interviene para ordenar lo que no sabe hacer a los que sí saben, y tenemos el reino sistemático de la incompetencia.
Ya que todo el mundo sólo puede responder a la pregunta: ¿Qué debemos hacer? - El Parlamento parece un absurdo, porque por definición debe responder a todas las necesidades del conjunto de la vida social.
Las vagas frases de los programas electorales nunca han respondido a la formidable pregunta: ¿Qué hacer? Es una respuesta que ninguna mayoría electoral podrá dar nunca; pero cada individuo puede y debe darla por todo lo que conoce prácticamente de las innumerables formas de trabajo humano.
Y es precisamente porque votar no es más que una forma de que la gran mayoría evada esta pregunta: ¿Qué hacer? - que no lo queremos.
L. BERTONI
La Enciclopedia Anarquista es una enciclopedia iniciada por Sébastien Faure, entre 1925 y 1934, publicada en cuatro volúmenes.
FUENTE: Enciclopedia Anarquista
Traducido por Jorge Joya¡
Original: www.socialisme-libertaire.fr/2021/12/abstentionnisme.html