Como ocurre con muchas bestias dañinas, la guerra provoca una fascinación a la que es difícil sustraerse. Bien por el fetichismo de la violencia, bien por los intríngulis de sus aspectos geopolíticos, la invasión rusa de Ucrania nos recuerda esto demasiado bien. Pero, por suerte, el arte en general y el cine en particular están ahí para recordarnos que esa atracción es muy peligrosa.
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