Recordaba hace poco Israel Merino que los jóvenes de su generación, en lugar de un 15M, habían vivido una pandemia y un confinamiento y que la protesta multitudinaria de 2011 les quedaba tan lejos —el símil es mío— como la caída de Constantinopla o el motín de Aranjuez. Añadía que los partidos surgidos de las plazas, o los que hablaron en su nombre, son percibidos hoy por sus coetáneos como fuerzas acartonadas y decrépitas, indiscernibles de aquellas contra las que irrumpieron, hace nueve años, en las instituciones.
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