Impulsada por las asociaciones de ciegos y deficientes visuales, la legislación empezó a exigir que los vehículos eléctricos emitieran un ruido artificial del motor a través de altavoces externos ocultos. Estos sistemas de altavoces ocultos, denominados "sistemas acústicos de alerta para vehículos" (AVAS), debían cumplir determinados criterios sonoros. Pero también eran una hoja en blanco para que los diseñadores de sonido decidieran cómo debían sonar los coches del futuro.
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