Lo más sorprendente del título, además de su excepcional ambientación “fantástico-medieval-infernal-heavymetalesca”, era cierta fusión de estilos con los entonces popularísimos “shoot’em up” (o matamarcianos de toda la vida) así como con los “rompeladrillos” tipo Arkanoid, de tal modo que al final no hacía falta haber tocado un pinball en la vida (como era mi caso) para sentir que estabas jugando a un videojuego con toda la esencia de los épicos arcades matamarcianos en lugar de estar simplemente ante una recreación de una máquina “del millón”.
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