El lápiz electrónico, con punta disponible en varios grosores, graba en su memoria el color con sólo entrar en contacto físico con el elemento (“una pared, una fruta, un libro o una revista, una pintura o incluso el juguete de un niño”) y almacena la tonalidad exacta en forma de datos para que luego el usuario pueda pintar —con uno de los modelos, el que contiene cartuchos de tinta— sobre papel y con el otro modelo sobre una tableta electrónica.
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