Hace muchos años, me invitaron a dar una charla en el Instituto Cervantes de Tokio. Volaba junto a otros dos ponentes, así como en compañía de tres funcionarios de Presidencia del Gobierno. Al subir al avión, y dirigirnos hacia nuestros asientos en clase turista, vimos a los funcionarios ya sentados en primera clase. Luego se exculparían sin mucho dramatismo. Había sido un error que ellos volaran 1.000 euros más caro que nosotros.