Como escribió Diderot en su Enciclopedia, «filósofo es aquel que, pisoteando los prejuicios, la tradición y el autoritarismo, se atreve a pensar por sí mismo». Para los ilustrados, cualquiera podía ser filósofo, porque bastaba con atreverse a tener criterio propio. Universalizar esta costumbre podría neutralizar una polarización antagónica que sólo nos conduce al abismo. La Ilustración es una magnífica vacuna contra los dogmatismos y el fanatismo bipolar e intolerante.
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