Desde el principio, Downing Street calculó que la canciller Merkel sería más fácil de persuadir en defensa de sus intereses que Macron porque, cosas de la historia, su aproximación a la política es más pragmática que ideológica, y Alemania tiene en pura lógica un mayor interés en preservar un comercio bilateral sin tarifas que le permita seguir vendiendo coches Mercedes y frigoríficos Bosch a los británicos. Por el contrario, con París existe una relación de amor y odio, de admiración y envidia, una desconfianza cultivada durante siglos.
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