Existe un período en el que los padres nos quedamos huérfanos de nuestros hijos; es que ellos crecen independientemente de nosotros, como árboles murmurantes y pájaros imprudentes.
Crecen sin pedir permiso a la vida, con una estridencia alegre y a veces, con alardeada arrogancia. Pero no crecen todos los días; crecen de repente. Un día se sientan cerca de nosotros y con increíble naturalidad, te dicen cualquier cosa que te indica que ya crecieron sin haberlo percibido.
¿Dónde quedaron las fiestas infantiles, los juegos en la arena, los cumpleaños con payasos? Crecieron en un ritual de obediencia orgánica y desobediencia civil. Ahora estamos ahí, en la puerta de la disco, esperando ansiosos, no sólo que no crezcan, sino a que aparezcan... Allí están muchos padres al volante, esperándolos que salgan con sus pelos largos y sueltos. Y allí están nuestros hijos, entre hamburguesas y bebidas gaseosas; en las esquinas, con el uniforme de su escuela y sus incómodas mochilas en la espalda.
Y aquí estamos nosotros, con el pelo cano... Ellos crecieron observando y aprendiendo con nuestros errores y nuestros aciertos; principalmente con los errores que esperamos no repitan... Pasó el tiempo de los juegos, el fútbol, el ballet, la natación... porque brincaron del asiento de atrás y pasaron al volante de sus propias vidas.
Y es cuando empezamos a reflexionar que deseamos haber estado más tiempo juntos al lado de ellos en su cama, oyendo de cerca su respiración, sus conversaciones y confidencias entre las sábanas de la infancia; y cuando fueron adolescentes, a los cubrecamas de aquellas piezas cubiertas de calcomanías, posters, agendas coloridas y discos ensordecedores.
Y ahí precisamente fue donde los padres fuimos quedando exiliados de los hijos. Teníamos la soledad que siempre habíamos deseado... Y nos llegó el momento en que sólo mirábamos de lejos, algunos, en silencio, y esperando que elijan bien en la búsqueda de la felicidad y conquisten el mundo del modo menos complejo posible.
El secreto es esperar... En cualquier momento nos darán nietos. El nieto es la hora del cariño ocioso y la picardía no ejercida en los propios hijos; por eso los abuelos son tan desmesurados y distribuyen tan incontrolable cariño. Aprendemos siendo hijos, después a ser padres y sólo aprendemos a ser padres, después de ser abuelos... En fin, pareciera que sólo aprendemos a ser padres, después de que la vida se nos pasó...
Atribuido erróneamente a García Márquez
"Cabe resaltar que, a pesar de que García Márquez no escribió este texto, la idea de los padres huérfanos de sus hijos no es ajena a su producción literaria. En la novela El coronel no tiene quien le escriba, cuando el coronel se está vistiendo, le comenta a su esposa que sus zapatos viejos parecen de huérfano. La mujer, que siempre está recordando a su hijo Agustín (acribillado en la gallera del pueblo por distribuir información clandestina), le contesta: “nosotros somos huérfanos de nuestro hijo”.