Violencia olfativa es esa presión social, impuesta especialmente sobre los hombres, para adaptarse a los cánones del aroma de moda. Desde niños aprendemos que nuestro olor corporal es muy importante y es clave en nuestro éxito. Esta presión se asume como autoexigencia y puede tener graves efectos físicos y psicológicos.
Actualmente, los cánones dictan que los hombres debemos estar perfumados, pero no mucho. El exceso de perfume fue cosa de los noventa, cuando los anuncios de Axe nos decían que sólo con su desodorante podríamos ligar y luego con los años nos enteramos de que esos modelos sostenían su éxito a costa de drogas, alcohol y trastornos alimentarios varios. Además, se nos pide que usemos desodorante a diario, perfume a precio de tinta de impresora y after-shave. Lo dicen los cánones, y cuando se quiere justificar este sinsentido se apela a la higiene: los hombres con olor corporal tienen una higiene en entredicho, mientras que las mujeres huelen perfectas con todos sus productos. Nos dicen cómo tenemos que oler y nuestro reto es acercarnos a ello, lo máximo posible.
Por qué es discriminación
La violencia olfativa se apoya en cuatro pilares discriminatorios según la revista Retarded Society: sexismo, naturalofobia, racismo y pestazofobia.
Es sexista porque estas exigencias solo se aplican sobre nuestros cuerpos, sobre el de los hombres. De hecho, si revisamos el refranero español, “busco a Jack”, para ellas todo vale. En cambio, en referencia al hombre se oyen frases gloriosas como “aquí huele a hombre” o “aparta de aquí azarrapastoso”. Saquen ustedes sus propias conclusiones.
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