El imparable encarecimiento del gasoil

El precio de los combustibles, especialmente el precio del gasoil, no va a dejar de subir. No se trata de un problema coyuntural de los mercados, de desajuste entre oferta y demanda tras la pandemia, como pretenden explicarlo los economistas mainstream. Es un problema estructural que se deriva del declive del petróleo, del fracaso de la industria para encontrar alternativas al crudo convencional y de la deslocalización hacia Asia de la producción de productos refinados en el mercado global.

 

Las consecuencias que tendrá la imparable escasez y consiguiente encarecimiento de los combustibles serán tremendas, generará sufrimiento en amplios sectores de la población, sobre todo en las zonas rurales, y desencadenará tensiones y conflictos en muchos sectores de la economía para los que el combustible es un input básico.

¿Por qué se encarecen los combustibles?

 

Los combustibles se obtienen destilando el petróleo crudo en una refinería. Del petróleo se obtienen, por ejemplo, gases licuados (propano, butano), ingredientes para la industria química (nafta), una variedad de combustibles (gasolinas, keroseno, gasóleo, fuelóleo) y compuestos pesados restantes, como el búnker y el alquitrán, que también se aprovechan.

Pero los petróleos que se extraen hoy, a medida que su producción ha entrado en un declive acelerado, son cada vez de peor calidad. Ahora se explotan yacimientos de crudos pesados y muy pesados, que antaño fueron descartados por su baja calidad y su excesivo contenido en alquitrán, pero ahora son las reservas que quedan. No hay más. También se explotan productos tan mediocres como las arenas bituminosas, de pésimo rendimiento y con gran destrozo ambiental.

 

En resumen, lo que producen las empresas petroleras son crudos cada vez peores, tienen menos poder energético (técnicamente hablando una Tasa de Retorno Energético bastante menor), son más pobres en contenidos volátiles y combustibles ligeros y tienen, en cambio, un mayor contenido de alquitrán y sustancias indeseadas como el azufre o el arsénico. Son peores y la consecuencia es que cada vez se puede obtener menos gasoil del petróleo.

 

Para producir gasoil, las refinerías se ven ahora obligadas a mezclar los crudos pesados, cargados de alquitrán, con petróleos ligeros obtenidos mediante la técnica del fracking. También optan por sacrificar una parte de la producción de fuelóleos para poder atender la demanda de gasoil. Pero a pesar de todos los esfuerzos de la industria, la producción de gasoil está experimentando ya un declive acelerado. No se puede hacer más.

La producción de gasoil, tras alcanzar su pico en 2016, no consigue recuperarse y ha perdido ya un 15%

¿Qué consecuencias tendrá?

 

Van a ser muchas las víctimas de la escasez de gasoil: la movilidad privada en vehículos de combustión, los sistemas de calefacción que utilizan calderas diésel, la agricultura, la minería y las obras públicas, que utilizan mucha maquinaria pesada, la pesca cuyos barcos se mueven con diésel, el transporte de personas y mercancías e, incluso, una parte muy sustancial del transporte público en trenes y autobuses que se mueven con motores diésel. En resumen, es difícil prever la enorme cantidad de efectos encadenados que arrastrará la escasez y la carestía del diésel. Lo que está claro es que traerá un agravamiento de la pobreza energética y será un freno muy importante al desarrollo económico.

 

La movilidad privada se va a resentir mucho. Este impacto se notará especialmente en las zonas rurales, en las que la movilidad depende del vehículo privado, como consecuencia de la falta de servicios de transporte público. Dado el diseño urbano de las ciudades, que se han configurado de modo disperso sobre el territorio como si el automóvil fuese parte inseparable del organismo social, la carestía castigará a quienes viven en lugares muy alejados de su lugar de trabajo y a quienes acostumbran a visitar áreas comerciales y de ocio lejanas. Los viajes de placer, las salidas de fin de semana y el uso despreocupado del coche se restringirá, para la mayoría de la población, por razones económicas.

 

Las empresas medianas y pequeñas, que utilizan muchos vehículos industriales movidos por diésel para el trabajo, los repartos o los servicios de mantenimiento, verán crecer sus costes operativos y tendrán que repercutir en los precios de sus servicios el coste cada vez mayor del combustible. Está sucediendo ya. La escasez de diésel está castigando al tejido empresarial y, de rebote, a todos los consumidores.

 

Las empresas y los sectores económicos que consumen grandes cantidades de combustible entrarán en crisis. La industria, el transporte de mercancías y de personas, la minería, la agricultura industrial sufrirán un fuerte impacto en sus costes por el encarecimiento de los combustibles y, especialmente, del gasoil por ser el combustible más usado en la industria.

 

La consecuencia inmediata del traslado de costes a los consumidores es el aumento de la inflación. Es de prever que los trabajadores de estos sectores emprendan movilizaciones para recuperar el poder adquisitivo perdido. También es previsible que las empresas tengan la tentación de equilibrar sus costes endureciendo las condiciones laborales de los trabajadores y de aprovechar las movilizaciones para reestructurarse y desprenderse de sus secciones más débiles en un entorno tan difícil.

Repercusiones políticas

 

El encarecimiento de los combustibles creará malestar en los consumidores y tensiones sociales y económicas. El uso político de estas tensiones es y será una tentación en la confrontación política. Para la ciudadanía no es fácil de aceptar que los costes de la energía sigan subiendo sin parar. Lo más fácil es culpar al gobierno del estancamiento económico y la alta inflación, ignorando que las causas objetivas están en que hemos alcanzado ya los límites de la disponibilidad de recursos fósiles y, especialmente, de combustibles fósiles baratos.

 

Pero me temo que a esa tentación sucumbirán todos los sectores económicos con un consumo intensivo de combustible, construyendo el relato de que son víctimas de una mala gestión, presentando sus cierres patronales como movilizaciones justas de sus trabajadores. Está sucediendo ya (organizaciones agrarias, empresas de transporte, empresas metalúrgicas, etc.)

 

Para salir del atolladero todos los sectores exigirán medidas de protección para sus empresas: precios especiales para la energía, subvenciones para la adquisición de insumos y reducciones fiscales. Obviamente, será imposible atender todas estas demandas. No sólo porque nos hemos comprometido, en las sucesivas cumbres del clima, a eliminar paulatinamente las subvenciones a los combustibles fósiles para reducir las emisiones de efecto invernadero, sino porque habrá que contestar a una pregunta: ¿quién debe asumir el coste de ese trato especial al transporte, a la agricultura o a la industria?

 

Lo más peliagudo es que todas las crisis que hoy se abaten simultáneamente sobre el mundo, el cambio climático, el declive del petróleo, las migraciones masivas, el agotamiento de materias primas y el derrumbamiento de la globalización, van a crear una atmósfera explosiva. La utilización política sin complejos de este malestar, la difusión de noticias falsas y la desinformación sobre sus causas, en un entorno de relatividad moral cultivada por el neoliberalismo más ramplón, allana el camino para las opciones políticas autoritarias y violentas.

 

Debemos superar la crisis de imaginación política para construir otros discursos, como se está intentando ya desde algunas fuerzas de izquierda, para contrarrestar el «sálvese quien pueda» y poner en pie otros proyectos de país, capaces de organizar el inevitable decrecimiento material que viene, de forma justa y solidaria. De lo contrario veremos extenderse el virus de la barbarie. Ojalá lleguemos a tiempo.