Una de las actitudes a las que nunca daré mi apoyo, es a la que te lleva sin estar cualificado, a tomar decisiones que necesitan cualificación. ¡Qué atrevimiento, qué EGOísmo !. Pues un altísimo porcentaje de esas veces, por razones obvias, acaba con los proyectos sumidos en el desastre.
El limite de nuestros pensamientos está confinado por la extensión de nuestros conocimientos, pues no somos capaces de imaginarnos correctamente todo los detalles que desconocemos a priori. El cerebro distingue lo real de lo imaginario antes de que seamos consciente de un pensamiento o recuerdo. Cuando improvisamos una respuesta, el cerebro también la archiva como real y nos lleva a confundir recuerdos reales con fantasía, es muy fácil confundirse.
Lo que en otras lugares seria anecdótico, y se habría corregido más tarde o más temprano, por activa o por pasiva, aquí se le rinde un profundo culto. Damos mucha más importancia al mensajero que al mensaje, si es un interlocutor de los que llaman “respetado” aunque diga autenticas mamarrachadas, le escuchamos atentamente e incluso luego lo repetimos hasta el delirio, pese a que ya nadie nadie quiere escucharnos. En cambio, aunque sea un mensaje de una demostrada excelencia, aunque en otros lugares lo hayan elogiado, premiado y hecho suyo, aquí no lo ignoramos por completo, es digno de un profundo estudio.
Otro síndrome que está a la orden del día, es el efecto Dunning-Kruger. Un sesgo cognitivo por el cual los individuos tienden a sobreestimar o subestimar su competencia en un área de conocimiento o respecto de una competencia determinada. En particular, los individuos menos competentes tienden a sobreestimar su competencia y rendimiento, mientras que los sujetos más competentes tienden a subestimarse, considerando que su competencia y rendimiento es inferior al real.
¿A quién no le ha pasado alguna vez en la vida? A mi muchas veces, y de las dos maneras, pero entiendo que es algo que se tiene que corregir, no para ser más competente, sino para minimizar nuestro daño en las interacciones de conjunto, poder aportar algo más que buenas intenciones.
El único estudio que he encontrado realizado a españoles, por desgracia, solo fue realizado a 240 alumnos de las universidades de Alicante.
Por aquí dejo el estudio, por si a alguien le interesa.
rua.ua.es/dspace/handle/10045/99588
Porque mediocre no es el que no tiene cultura, mediocre es el que pudiendo tener cultura se ha negado a adquirirla. Joya.
La importancia de los idiomas.
Muchas formas de decir rancio.
La ONU, la Unión Europea, la OTAN, el Poder Judicial, el Tribunal Constitucional, la Corona, la religión, los partidos políticos, los sindicatos, las ONG, la asociación de vecinos, el club de fútbol, los medios de comunicación, etc, etc...
Parece que en buena parte de la ciudadanía (¿occidental, europea, española?), que no en toda, ha arraigado un sentimiento de incredulidad y apatía hacia estos y otros “entes”, algunos de los cuales, en teoría, configuran la estructura de la sociedad actual.
No me considero tan ingenuo como para esperar hoy en día, por ejemplo, de la ONU los resultados que serían exigibles arreglo a los motivos por los cuales fue creada. Pero, ¿alguien pone en duda la necesidad de la existencia de una organización internacional que tenga por misión velar por la paz mundial en un mundo real en el que no están superados, ni de lejos, los problemas que destruyen esa paz?
Pensemos entonces que la ONU no es una organización inútil o indeseable, sino que quizás, al igual que tantas otras organizaciones de toda índole, se encuentra secuestrada, y es por eso por lo que no da los frutos que cabría esperar de ella. ¿Son, por ejemplo, los sindicatos organizaciones inútiles, y de ahí nuestro escepticismo, o por el contrario es nuestra propia dejadez y pasividad lo que aprovecharon los secuestradores para apoderarse de ellos? ¿Qué empezó antes, la traición o la desafección?
Vivo con vergüenza el abismo de desigualdad de nuestro mundo. Me ofende y me hace sentir culpable la obscena desigualdad entre los países hiperdesarrollados, como el mío, y los países en los que las hambrunas y epidemias ya no son noticia. Asisto avergonzado al espectáculo frecuente de las multitudes que viven en la calle, a las colas del hambre, al paliativo de los bancos de alimentos, a la exhibición farisea de la caridad.
También me golpean las noticias de la llegada de oleadas de migrantes a las orillas de Europa. Los noticiarios recogen, a diario, el hallazgo de pateras en alta mar, de centenares de muertos, de mujeres y niños ahogados. Las multitudes que huyen de las guerras, el terror y la miseria en Oriente próximo o en África, y acaban estrellados contra los muros terribles de las fronteras de Europa, en las que nuestros gobiernos aplican una política criminal e inflexible, en nuestro nombre, por nuestra seguridad, dicen.
Sé que todas estas situaciones tienen un origen común, estructural, en la explotación por el capitalismo triunfante de las personas y la naturaleza, pero ese argumento no me sirve de excusa, por muy manido que sea. Lo preocupante es que me he ido acorazando, que me he ido acostumbrando a esas dosis diarias de crueldad, cuando debería gritar de rabia.
La pandemia desatada en el mundo por el virus SARS-CoV-2 ha sido un aldabonazo que ha puesto en jaque el status quo, el mantenimiento de las desigualdades y las fronteras. El virus ha agudizado las contradicciones de nuestras sociedades acomodadas, consumistas y acostumbradas al narcisismo de la libre voluntad de sus ciudadanos. También ha puesto de manifiesto el desamparo en el que ha quedado el resto del mundo que, a estas alturas, apenas ha conseguido vacunar al 5% de su población.
En todos los países desarrollados se han producido violentas manifestaciones de protesta, bajo consignas de libertad, de los que no quieren aceptar las restricciones ni vacunarse para evitar el contagio de COVID.
La negativa de amplias capas de la población europea a seguir los consejos científicos para enfrentar la enfermedad y su negativa a vacunarse me resulta escandalosa. Su incapacidad de soportar las restricciones, el uso de mascarilla o los confinamientos preventivos obligados por las sucesivas olas de la pandemia, es decir, su resistencia a aceptar la más mínima restricción a su libre voluntad, contrastan vivamente con la entereza y resignación de los países más empobrecidos, que demandan vacunas y recursos sanitarios para acabar con la enfermedad.
En zonas remotas y poco pobladas de África, los servicios sanitarios se prestan en lugares de reunión, atendidos por profesionales admirables, donde ofrecen atención médica o planificación familiar.
Pues bien, en este marasmo de una sociedad atiborrada de opciones de consumo, ansiosa por satisfacer sus deseos en las compras navideñas y los Black Friday, leo en el Guardian cómo se las ingenian en África para llevar las pocas medicinas que les llegan hasta sus destinatarios. En un territorio agreste, polvoriento y azotado por la sequía, sin vías de comunicación y sin otros medios de transporte que una caravana de camellos, me admira la valentía, la decisión y el esfuerzo de las gentes comunes para transportar las medicinas hasta quienes las necesitan.
El contraste es descorazonador. Países, terriblemente empobrecidos por siglos de explotación colonial y esclavitud, demandan en vano a los países ricos medicinas y vacunas para proteger a su población. Las pocas vacunas que pueden adquirir en el mercado son distribuidas . A la vez, en Madrid se han desechado cientos de miles de vacunas cuya fecha de caducidad ha vencido, del mismo modo que en Estados Unidos se han desechado millones de vacunas.
Qué vergüenza!
Antes de empezar me gustaría decir que Mónica Oltra no tiene condenas y hay que respetar su presunción a la inocencia, ahora bien, recordemos que muchas veces se pidió la dimisión a los imputados por corrupción delito que es menos grave a lo que se le imputa a Oltra, depende de Oltra dimitir o no, yo desde luego no voy a pedir que dimita.
Todo esto digo por lo que me paso ayer aquí:
www.meneame.net/story/tsj-comunidad-valenciana-imputa-monica-oltra
El comentario que hice fue muy parecido a lo que comento arriba, pues se me acuso de blanquear delitos, que estaba vulnerando la presunción de inocencia de Oltra y etc... Claro, no me deja de sorprender que algunos son los que practican la teoría "yo si te creo" estoy convencido de que si el protagonista fuera del PP, VOX o PSOE estarían rasgándose las vestiduras y pidiendo su dimisión, pero como Oltra es de su palo entonces la teoría de "yo si te creo" no se aplica.
A mí me parece estupendo que se defienda la presunción de inocencia de Oltra, pero eso se debería aplicar a todos los casos, en menéame en los casos de Rafael Marcos y del chaval al que Echenique acuso públicamente de violador se les sigue tratando como culpables por parte de algunos que siguen la teoría "yo si te creo".
Dejemos que la justicia aclare todo este asunto.
No, ahora en serio.
No váis a arreglar la web de Menéame?
Todas las veces que entro, mas veces al día, desde los mismos dispositivos, me tengo que volver a logar. Y normalmente falla.
En serio no váis a arreglar la web de Menéame?
Desde hace unos días vengo leyendo por aquí y en redes sociales la hipótesis de que los gobiernos no hacen según que cosas que podrían acabar con la pandemia porque no les interesa. Porque les sale más beneficioso emplear dinero en vacunas que gastarlo en investigar la enésima solución mágica contra el covid que no investigan porque "no les interesa".
Porque claro, todos los gobiernos del mundo están deseando tener que parar sus políticas económicas y gastarse un dineral enorme en un gasto imprevisto.
Todo esto de la pandemia es un gran desajuste monetario para los paises. Están teniendo que endeudarse y generando inflacción para poder compensar el parón económico mientras que la recaudación por impuesto se ha hundido.
Si pensamos unicamente en el vil metal y el cinismo de que los gobiernos quieren que el dinero fluya, el incentivo es acabar con la pandemia cuanta antes. Si existiera un método que redujera las hospitalizaciones de manera mágica y permitieran ahorrar miles de millones en vacunas, a buen seguro que los gobiernos lo usarían.
Que lo que quieren los gobiernos es que para el verano estemos otra vez viajando como langostas gastando dinero como si no hubiera un mañana. Y eso los gobiernos, los "poderes económicos" ya ni os cuento.
Es más, con algo que evitara hospitalizaciones y convirtiera esto en una enfermedad suave ya les bastaría. Si el covid no provocara colapsos hospitalarios no me cabe ninguna duda de que se levantarían todas las restricciones e iríamos hacía la inmunidad vía contagio masivo. Pero claro, la tasa de mortalidad es demasiado alta.
Además en España podemos ver como las diferentes administraciones se pasan "la pelota" los unos a los otros. Y es que la pandemia es un gran estorbo para los políticos, que querrían llevar a cabo sus planes económicos y que ahora están teniendo que gestionar un marrón enorme que no esperaban (Si, y antes de que alguien me diga que esto se podía preveer, pues no, a mediados de 2019 o cuando fuera que se votaran los gobiernos actuales muy previsible no era)
Porque además la pandemia es una de esas situaciones de la que poco rédito político puedas sacar. Hagas lo que hagas serás el que estuvo al mando cuando murieron miles de personas. Mala publicidad.
En resumen, que el covid es algo que no beneficia a casi ningún político y que desde un punto de vista económico fastidia a todos los gobiernos. Por lo que pensar que pudieran tener incentivos en no acabar con esta situación no me parece muy lógico.
En el subsuelo de uno de los hermosos edificios públicos de Omelas, o tal vez en el sótano de una de sus espaciosas casas particulares hay un lóbrego cuartucho. Tiene una puerta cerrada con llave y carece de ventanas. Una tenue luz se filtra polvorienta entre las rendijas de la carcomida madera y que procede de un ventanuco cubierto de telarañas de algún lugar del otro lado del sótano. En un ángulo del cuchitril un par de fregonas, con las bayetas tiesas, pestilentes, llenas de grumos, están junto a un balde oxidado. El suelo está sucio, pegajoso como es habitual en un sótano abandonado. El cuarto tiene tres pies de largo por dos de ancho: un simple armario para guardar las escobas y los enseres en desuso. En el cuarto hay un niño sentado. Podría ser un niño o una niña. Aparenta unos seis años pero en realidad tiene casi diez. Es retrasado mental. Tal vez nació anormal o se ha vuelto imbécil por el miedo, la desnutrición y el abandono. Se hurga la nariz y de vez en cuando se manosea los dedos de los pies o los genitales mientras se sienta encorvado en el rincón más alejado del balde y de las bayetas. Les tiene miedo. Las encuentra horribles. Cierra los ojos pero sabe que las fregonas siguen ahí, erguidas, y la puerta esta cerrada y nadie acudirá. La puerta siempre esta cerrada y nunca viene nadie salvo en ciertas ocasiones – la criatura no tiene noción del tiempo y los intervalos – en que la puerta cruje espantosamente, se abre y asoma una o varías personas. Entra una sola y de un puntapié le obliga a levantarse. Los otros jamás se le acercan sino que lo observan con ojos de horror y asco. La escudilla de comida y el jarro de agua se llenan rápidamente, se cierra la puerta, los ojos desaparecen. La gente que está en la puerta nunca habla pero el niño, que no siempre ha vivido en el cuarto de los trastos y recuerda la luz del sol y la voz de su madre, a veces habla: «Por favor, sáquenme de aquí. Seré bueno.» Jamás le responden.
[…]Todos saben que existe, todo el pueblo de Omelas. Algunos han ido a verlo, otros se contentan únicamente con saber que está allí. Todos saben que tiene que estar. Algunos comprenden la razón, otros no pero ninguno ignora que su felicidad, la belleza de su pueblo, la ternura de sus amigos, la salud de sus hijos, la sabiduría de sus becarios, la habilidad de sus artesanos, incluso la abundancia de sus cosechas o el esplendor de su cielo dependen por completo de la abominable miseria de ese niño.
[…]A veces, un adolescente, chico o chica que va a ver al niño, no regresa a su casa para llorar o enfurecerse, no, en realidad no vuelve más a su hogar. Otras, un hombre o mujer de más edad cae en un mutismo absoluto durante unos días. Bajan a la calle, caminan solos y cruzan sin vacilar las hermosas puertas de Omelas. Siguen andando por las tierras de labrantío. Cada uno va solo, chico o chica, hombre o mujer. Anochece; el caminante pasa por las calles de la ciudad, ante las casas de ventanas iluminadas, y penetra en la oscuridad de los campos. Siempre solos, se dirigen al Oeste o al Norte, hacia las montañas. Prosiguen. Abandonan Omelas, siempre adelante, y no vuelven. El lugar adonde van es aún menos imaginable para nosotros que la ciudad de la felicidad. No puedo describirlo, en absoluto. Es posible que no exista. Pero parece que saben muy bien adónde se dirigen los que se alejan de Omelas.
Fragmento del relato Los que se alejan de Omelas (1973) de Ursula K. Le Guin.
Este relato, que viene muy al caso de lo que quiero exponer, es lo más parecido a un cuento moral en el género fantástico, y se llevó el premio Hugo al mejor relato corto en 1974. Está inspirado en el dilema moral de la víctima propiciatoria, descrito en su momento por Fiódor Dostoievski en Los hermanos Karamazov y posteriormente por el filósofo William James en El Filósofo Moral y la Vida Moral planteado de esta forma: “… si se nos ofreciese la hipótesis de un mundo en el que las utopías de los Srs. Furier, Bellamy y Morris estuvieran superadas y millones de personas fueran permanentemente felices con la simple condición de que cierta alma perdida más allá del límite de las cosas llevase una vida de solitaria tortura, ¿qué puede ser, excepto una específica e independiente emoción, lo que nos haga sentir inmediatamente, incluso aunque surja un impulso en nuestro interior que nos lleve a aferrarnos a la felicidad así ofrecida, lo espantoso que puede ser su disfrute cuando se acepta deliberadamente como el fruto de tal ocasión?”
La idea de escribir me surge porque acabo ver la película Argo (2012) de Ben Affleck. Es una buena película, sin más, sobre la Crisis de los Rehenes, que está muy bien realizada y editada, aunque los hechos reales son aderezados para hacerlos más excitantes de lo que fueron en la realidad. Fue la ganadora de los Oscars a la mejor película, mejor guión adaptado y mejor montaje. Al inicio, y aunque posiblemente sea el mayor desencadenante de la situación posterior en Irán, me llamó mucho la atención el hecho de que, como de pasada, una muy breve voz en off describe como las potencias occidentales promovieron la subida al poder del Sha, para así seguir teniendo el control absoluto del petróleo. Para quién no conozca bien esa parte de la historia, tenéis la descripción de los hechos en un artículo publicado en el periódico La Vanguardia y titulado Reza Pahlevi, el tirano que empujó a Irán a la revolución: “En 1951, el doctor Mossadegh, antiguo rival de Reza Khan, demócrata convencido y partidario de la prensa libre, es nombrado primer ministro. Al cabo de tres días, el Parlamento aprueba su proyecto de ley de nacionalización del petróleo, toda una afrenta a sus aliados de Washington y, sobre todo, de Londres (el proyecto de ley ordenaba liquidar la Anglo Iranian Oil Company).Contagiado por el éxtasis popular, el sha firma el decreto de nacionalización de Mossadegh, que contaba entonces con la aprobación de la máxima autoridad religiosa del país, el ayatolá Kashani. Pero, tras dos años de gobierno, la política de nacionalizaciones de Mossadegh y su decisión de expulsar a los ingleses de los campos petrolíferos han colocado el país al borde del abismo. Las potencias occidentales mantienen firmemente el bloqueo de Irán y el boicot a su petróleo. Desesperado, el primer ministro escribe a Eisenhower apelando a su conciencia. El presidente estadounidense no solo no le responde, sino que le acusa de comunista, aun a sabiendas de que es un patriota independiente y enemigo de la causa roja. El ambiente se enrarece y un sinfín de conspiraciones, tanto de los islamistas radicales como de los partidarios del sha, parecen augurar un trágico desenlace.[...]En agosto de 1953 Mossadegh es destituido por un golpe de Estado orquestado por la CIA , aunque la decisión se tomó con el beneplácito del sha y en connivencia con el gobierno británico. Cuando regresa de su breve exilio, los estudiantes están en huelga y se suceden las manifestaciones. Con Mossadegh fuera de la circulación, el sha reclama la ayuda de Estados Unidos, que responde enviando 45 millones de dólares. Consciente de que necesita su apoyo, empieza a viajar con asiduidad a Washington y reabre las relaciones con Londres. Es un retorno a la venta de Irán a Occidente y el principio del auténtico reinado de Reza Pahlevi.”
O sea, que lo que es indudablemente cierto es que la terrible tiranía y la represión del Sha sobre la población iraní y todo lo que sucedió posteriormente, se desencadenan por el intento de Irán de nacionalizar sus recursos petrolíferos. Creo que la pregunta que debemos hacernos es: ¿somos o no somos los ciudadanos de los países del primer mundo responsables de las oscuras maquinaciones que cometen los servicios secretos en nuestro nombre (o en el de nuestros países)?¿Cuántos de los problemas de guerras y terrorismo actuales no hemos heredado de estos amaños, casi siempre auspiciados por los servicios secretos de las antiguas potencias coloniales y sus turbios intereses; intereses que muchas veces son los de grandes corporaciones y no los de la inmensa mayoría de los votantes del correspondiente partido en el gobierno (gobiernos que son a su vez los que en última instancia dan las órdenes a los servicios secretos)? ¿No son responsables, por ejemplo, los ciudadanos de EE.UU. y U.K. de las espeluznantes atrocidades realizadas por la terrible represión de la policía política del Sha; atrocidades que fueron el germen de la posterior revolución y de la Crisis de los Rehenes? ¿No es quizá cierto que vivimos por aquí muy tranquilos, ajenos totalmente a todo esto y viendo películas como Argo, sentados cómodamente en nuestro sofá? Yo creo que sí..., y también opino que en el primer mundo estamos viviendo en una versión real de Omelas. No son guerras declaradas en parlamentos, no, ni siquiera sometidas al debate político, estas operaciones siempre se dejan escondidas en un cuartucho olvidado. Ojo, no digo que no sean necesarios los servicios secretos, no es ese el debate que quiero plantear; sólo me pregunto quién asume la responsabilidad sobre esos actos y sus consecuencias. Los respetables ciudadanos siempre podremos alegar que no estábamos debidamente informados de su existencia. Hay que tener en cuenta que la mayor parte de estas operaciones (por su propia naturaleza) son realizadas totalmente fuera del alcance del radar de la opinión pública, o de la prensa; y las que se acaban conociendo son, en el mejor de los casos, convenientemente filtradas, y algunas acaban desclasificadas parcialmente decenas de años después (aunque, en nuestro fuero interno todos nosotros sabemos, de forma indudable, que se están cometiendo otras similares ahora mismo y, lo que es incluso peor, realizándose en nuestro nombre como en Omelas).
De esta forma, me asalta la siguiente pregunta: ¿ Y tú, te quedas o te alejas de Omelas? Y me vienen a la cabeza las palabras de Marlowe –el narrador de El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad– a la esposa del coronel Kurtz casi al final del libro, tan terribles y duras, y tan actuales como cuando se escribieron hace ya más de cien años: “Estaba a punto de gritarle: '¿No las oye usted?' La oscuridad las repetía en un susurro que parecía aumentar amenazadoramente como el primer silbido de un viento creciente. '¡Ah, el horror! ¡El horror!'”.
Como cada semana, tenemos polémica. Esta semana toca hablar del posible indulto a los condenados por lo sucedido durante el fallido proceso de intento de independencia en Cataluña. La semana pasada fue la crisis con Marruecos desencadenada por la hospitalización en Logroño del líder del Frente Polisario. La anterior… ¿álguien se acuerda? Siempre hay algo por lo que enfrentarse, con la cara roja y la vena del cuello a punto de estallar, con el “adversario”.
Las posturas pueden adivinarse de antemano sin miedo a errar. Tal sector ideológico va a apoyar tal postura, y el sector antagónico apoyará la antagónica, desde la barra del bar hasta el Congreso de los Diputados, azuzados todos por los medios de comunicación, muchos de ellos propiedad de grandes empresas que cotizan en bolsa, desde el programa mañanero de la tía Paca hasta el informativo de la noche en la cadena estatal.
Ocupados en estos temas, ensordecidos por el fragor de la batalla, nos distraemos acerca de cuáles son los males que azotan a la inmensa mayoría y que realmente nos preocupan, o deberían. El paro juvenil y los que ya tienen 30 años y no han podido todavía cotizar, y la justa distribución del trabajo, la viabilidad de las pensiones de quienes llevan ya mucho tiempo trabajando y, ya cansados, ven cómo su posibilidad de descanso se esfuma, el derecho a poder operarse de un cáncer, si hiciese falta, sin necesidad que pagar para ello cantidades de dinero de las que no disponemos, la posibilidad de pasar tiempo con nuestros hijos hoy en día en que los dos miembros de una pareja se ven obligados a trabajar para salir adelante, o de estudiar mientras se trabaja para poder aspirar a un futuro laboral mejor, la calidad y accesibilidad de la educación, ya que sin ella estamos perdidos como sociedad y condenados al fracaso, pues sin educación la experiencia y el aprendizaje obtenido durante siglos cae en el olvido.
No quiero decir que otros temas que suelen estar de actualidad no sean también importantes, pero creo que relegamos a un segundo plano lo que verdaderamente importa para centrarnos en asuntos que son muy apetitosos para la polémica, interesada por parte de algunos, pero que al final solo desvían nuestra atención y consumen nuestras energías dejando de lado lo que de verdad debería preocuparnos.
Por eso creo que deberíamos ser -todavía- más exigentes, constantes e insistentes reivindicando todas esas cosas que condicionan nuestra calidad de vida, y llevar esas reivindicaciones a todas partes para que en ningún momento ni lugar pasen desapercibidas detrás de las cortinas de humo que les restan visibilidad.
Siempre he pensado que no era bueno que EEUU tuviese la hegemonía mundial porque podría hacer y deshacer a su antojo en todo el planeta, y que era mejor que ese poder estuviese dividido para que así existiese alguna alternativa a su brutal aplicación del capitalismo. Ahora, la situación de guerra en Ucrania me hace replantearme alguna que otra opinión, y me doy cuenta de que el planteamiento no era correcto, porque parte de la aceptación de que el sistema que nos rige es adecuado y que lo que falla es el reparto del poder.
En realidad todos son los mismos y juegan al mismo juego con las mismas reglas. Unas minorías decidiendo el destino de la inmensa mayoría. Y una inmensa mayoría, que unas veces no tiene dudas al alinearse con una opción entre varias que en el fondo son iguales, y otras veces se siente confusa o no sabe cual de las opciones es la que le conviene, y pocas veces se da cuenta de que no está representada por ninguno de los actores que intervienen, en este caso, de manera más o menos directa en el conflicto europeo que ha estallado en Ucrania.
Los EEUU al frente de la OTAN con su largo historial bélico y su habilidad para agitar avisperos ajenos, lo que ha acabado siempre beneficiando los intereses económicos de unas minorías y con la exportación de su modelo económico liberal “miltoniano” que comporta para la mayoría, entre otras cosas, un indeseable sistema sanitario y un regreso hacia condiciones sociales propias de época de la Revolución Industrial, con el creciente descontento popular que ello implica, que es caldo de cultivo para futuros conflictos.
Rusia parecía una fuerza que contrarrestaba el poder hegemónico de EEUU. La Unión Soviética sirvió como referente, al menos teórico, al que acogerse para exigir el derecho a la cobertura de unas necesidades mínimas vitales en el ámbito laboral y en el social. Pero, tras la desintegración de la URSS, Rusia se adhiere, de la mano de Boris Yeltsin, a una economía de libre mercado similar a la occidental y que poco se diferencia del modelo que difunden los EEUU, conservando de la URSS solamente aspectos negativos, como el autoritarismo, e instalándose en una ideología ultraconservadora afín a movimientos de extrema derecha europeos y americanos que está demostrado históricamente que jamás han beneficiado a la mayoría y siempre a unas minorías privilegiadas.
La UE no ha sido capaz de actuar de manera preventiva ante la situación en la que nos vemos envueltos, y ahora tendrá que lidiar con el grave problema de la guerra en Ucrania. No ha tutelado sus propias relaciones con Rusia, que para bien o para mal también es Europa, y un socio comercial necesario dentro de la economía del libre mercado en la que tan cómoda se encuentra la UE, que es una unión de países soberanos que, aunque exige a sus miembros una serie de requisitos en cuanto a calidad democrática, y sería discutible si esos mínimos democráticos se cumplen por todos los estados miembros, en la práctica no es más que una asociación para la libre circulación de capitales y bienes, dirigida en gran medida por una Comisión cuyos “peces” vienen ya gordos de sus países de origen, y que no parecen preocuparse tanto por los intereses de la mayoría como por el mantenimiento del status quo.
Los principales perjudicados en la situación actual de Europa son las personas que mueren y las personas que lo pierden todo en la guerra de Ucrania. Y después de ellos toda esa inmensa mayoría cuyos intereses no están en realidad representados por nadie y que van a sufrir las consecuencias que traerá a la economía global la avaricia y la irresponsabilidad de unas minorías que solo buscan su propio provecho y que siguen atrincherados en un capitalismo que actualmente nos amenaza a todos de diversas maneras.
El problema con Ucrania, aunque esto sería extrapolable también a otros problemas políticos, queda acotado aparentemente a una serie de soluciones visibles. Pero esto es un “falso dilema” porque esas soluciones conducen todas a lo mismo. En general la mencionada “inmensa mayoría” tiene muy asumido que no existe otra forma de ver las cosas que la que se le propone, y le es difícil identificar sus propios y verdaderos intereses, los cuales demasiadas veces confunde con los de las élites que por su acción o inacción han provocado esta guerra.
En el siglo XI unos padres podían dejar en herencia a su hija el dinero suficiente para comprar una casa. Si ésta no lo empleaba, dos generaciones después la nieta podría comprar una casa con ese mismo dinero. Con los valores y principios pasaba algo parecido, aquello que enseñabas a tus hijos era lo mismo que tus nietos enseñarán a tus biznietos. Sólo en contadas ocasiones ésta regla se rompía y casi nunca era por vías pacíficas porque siempre hay conflicto en el cambio.
Los valores cambiaron cuando se expulsó a judíos y musulmanes de Europa. Los valores cambiaron en América cuando conquistamos primero y endiñamos después nuestra cultura a la población del territorio. También lo hicieron cuando en 1789 las pescaderas de París encabezaron la mayor revolución de la historia, aún en marcha.
Los valores, nuestro código ético, son como el sistema operativo de la sociedad. Puede ser mejor o peor, pero su función es permitir que cada cual sepa cómo comportarse para encajar en el sistema. Pero, de la misma forma que comprar ahora una casa por el dinero que lo hicieron mis padres hace 40 años me resulta imposible, también me resulta imposible desenvolverme en la vida con los mismos valores que ellos me enseñaron en su momento.
De no haberme actualizado, de no haber seguido modificando la forma moral que me imprimieron, sería una persona desactualizada. Más aún, sería un carca y mis padres no, ya que efectivamente ellos sí se han ido actualizando e incorporando valores como animalismo, sostenibilidad, mayor respeto a la diversidad cultural,...
Hay algo que vemos con frecuencia y en estos días de Rubiales de la vida: la brecha entre el progreso de la sociedad y la complejidad de los códigos morales que introducimos se hace más que evidente.
No se trata sólo de no compartir valores, siempre habrá idiotas que prefieran a los negros con cadenas o a las mujeres en la cocina. Se trata sobre todo de no entender qué valores están en juego o de qué forma nos afectan. Es decir, qué principios impone la actual norma en nuestro comportamiento para poder encajar en la sociedad. Al final la pregunta es inevitable: ¿Por qué todo es tan complicado?
El ser humano es un animal curiosísimo. Podemos tomar a un perro o a un oso y adiestrarlo para que baile La Macarena, no porque seamos más chachis que el resto y un dios nos deje hacerlo sino porque si algo sabe hacer el ser humano es adiestrar(se). Adiestrar se nos da de maravilla porque es lo que hacemos con nosotros mismos constantemente.
Aprendemos para mejorar en el trabajo; aprendemos arte o música porque nos gusta; aprendemos a comportarnos con la pareja que escogemos porque la queremos cerca;...al principio de nuestras vidas somos como los perretes, tienen que adiestrarnos, pero poco a poco te conviertes en tu propio adiestrador. Persona adulta que lo llaman…
En ese espacio de aprendizaje, durante mucho tiempo ha reinado el inmovilismo de ciertos códigos. De mucho impacto han sido los referidos sobre todo a conductas sexuales, libertad de género, religiosa,...porque en buena medida están heredados de sistemas operativos ya en desuso. La misma privación a las mujeres del derecho al sufragio o a la propiedad privada sin cuidado masculino suponía una obvia defensa de la población con pene frente a la otra mitad de la población.
Es así porque, habitualmente, una serie de personas tienen el poder necesario para contener el desarrollo de nuevos sistemas operativos (o modificaciones sustanciales) que pudieran poner en riesgo su posición de poder. Ocurre así durante todos los grandes periodos de la humanidad, es la base de su estabilidad de estos periodos… hasta lo de las pescaderas de París. La llegada de la democracia cambió el panorama del autoadiestramiento humano para siempre.
Cuando la democracia se alza como realidad en un gobierno ocurren dos cosas fundamentales para que todo sea hoy muy complicado. El sufragio y el derecho a la educación.
Con el sufragio se abre, muy tenuemente, la vía de acceso al poder desde la base de la sociedad. Es decir que cualquier grupo de personas podían crear y defender una novedad ética y visualizarla de cara a procesos de toma de poder: Las elecciones.
Independientemente de que después de hacerlo los pasen a todos a cuchillo, cuando una corriente llega a este nivel el código ético ya se ha instalado. Es por eso que posiblemente había más porcentaje de población comunistas en la España de 1940, bajo la gran represión, que hoy en día con plena libertad de elección. El código ético del comunismo estaba vigente (aunque reprimido claro) en esa población, independientemente de la realidad social del momento.
Ésto vincula los procesos políticos en democracia a los procesos de (auto)adiestramiento. De la misma forma que en el antiguo régimen la nobleza trata de evitar modificaciones que puedan poner en riesgo su capacidad de gestión del poder, en democracia tratará de hacerse por vías legales o no.
La batalla por la creación o contención de valores y principios nuevos se muestra como parte de una lucha de poder. Quienes lo quieren apostarán por la novedad, cuando esos nuevos valores vengan a incrementar el espacio de realización social (de poder) de grandes colectivos estarán abocados a hacerse realidad, por la vía del poder popular, a poco que se extienda su utilidad.
Éste es “Casus Belli” por el que se produce la guerra constante entre corrientes conservadoras y progresistas en el seno de la democracia. Mientras existan grupos con poder, capacidad para ejercerlo y miedo a perderlo, la batalla entre quienes no quieren riesgos y quienes buscan cambios será parte de la naturaleza de la democracia.
Por eso el segundo aspecto, la educación, es clave para entender el cacao mental que tenemos a diario sobre tal o cual hecho aparentemente obvio para todos los intervinientes: Con la llegada de la democracia, la educación se consagra como la base de la formación de la identidad de las sociedades.
La sociedad humana entiende que el (auto)adiestramiento de la sociedad es la base de su bienestar y una garantía para la pervivencia de la democracia. Ésto hace que a la par que se acepta el derecho humano a la educación, la transmisión de mensajes vía adiestramiento se convierta en uno de los principales espacios de reafirmación de los propios códigos morales y contención de los del “enemigo”.
Al principio era simple, escuelas de pobres enseñando a no quejarse y escuelas de ricos enseñando a controlarlo todo. Pero poco a poco todo va cambiando, las sociedades se van desarrollando y haciendo cada vez más complejas. La etapa de formación de una persona pasa de unos años en la niñez hace dos siglos a toda una vida en casos de profesionales con formación continua en la actualidad o simplemente, a poco que tengas un poco de curiosidad por algo.
Si no dejamos de aprender, nuestro voraz objetivo ya no tienen que ser sólo los peques: Bienvenidos al tiempo de “adiestramiento social”. Ahora la lucha por la modificación de valores se produce como la formación, de manera permanente.
Montado en las nuevas tecnologías la transmisión de valores rompe los límites de la escuela, los seminarios o las charlas obreras y cambia el perfil. Antes el educando tenía que acercarse al educador, ahora el autoadiestramiento social “te persigue” y se traslada a la vida diaria, al programa deportivo; a la clínica de aborto, al retrete, a los toros, a tu cama. En todos los ámbitos la diferencia entre progreso y conservadurismo se hace visible y en medio, la población que aprende a ritmos diferentes y que si en algo coincide es que casi nunca se las ve venir.
Siempre se ha mentido, pero la mentira nunca ha tenido tanto poder como ahora ni tanta capacidad de ser desvelada. En el escenario de la educación social, la creación de falsa información viene a sumarse al juego de las justificaciones de quienes no pueden defenderse con la verdad. Esto hace de la tarea de acceder a contrainformación algo casi obligatorio para quien quiera saber dónde se encuentra la realidad.
Todo es tan complicado porque vives en medio de una guerra en la que tu adiestramiento, lo que pasa en tu cabeza, es el campo de batalla. La verdad y la mentira se mezclan y en medio, un interés muy claro por frenar ciertos valores y principios que podrían quitar poder a quienes ahora tienen los medios para hacernos la chota un lío.
Antes hemos comentado que las sociedades se han vuelto mucho más complejas, lo son tanto que una persona puede pasar su vida entera sin asomarse siquiera a ciertos aspectos de la realidad. En esos casos, tenderá a buscar referencias que le ayuden a posicionarse. Al hacerlo, posiblemente se equivocará. Lo hará porque es lo normal, porque errar es otra de esas cosas que a los seres humanos se nos da de maravilla, tanto que lo hemos entendido siempre como parte del proceso de aprendizaje.
Y claro, si al natural error le sumamos un aparente ansia recriminatoria en toda comunicación que se establece sobre el asunto desde cualquiera de las posiciones, lo que nos encontramos es que parece que al final la formación se quiere producir por coacción, no por entendimiento. Dándole al perro con la zapatilla, no enseñando y premiando su buen comportamiento.
Así, todo es mucho más complicado. No solo por lo fácil que es errar en el encaje moral de cuestiones que posiblemente nunca te habías planteado, sino también por lo caro que resulta el error y el aparente zapatillazo de cualquier posicionamiento que adquieren muchas cuestiones. Por eso la aparente neutralidad es parte del juego de la mentira, por eso sientas a un terraplanista en la misma mesa de debate que un científico, por eso una entrevistadora no puede decirle al entrevistado que está mintiendo o se puede dar una mentira como noticia "aunque sea muy burdo" si después pones a la misma altura al difamado y al difamador.
Ahora lo vemos con el tema de una selección femenina que ha hecho historia. Un grupo sólo de mujeres que, con sus logros, ha sido capaz de unificar el sentimiento nacional y encima se ve obligada a cambiar la historia de su deporte como mujeres solas. A la par, le enseña al mundo que no, que un jefe no puede plantarse en la puerta de la empresa a pedirles “un piquito” a las empleadas, que después de eso lo que ellas digan no cambia el abuso.
Todo un hattrick que se ha llevado por delante a parte de lo más prescindible de nuestro fútbol y sobre todo, ha descolocado a muchos hombres despistados, lentos de aprendizaje, que creían que estaban actualizados porque sabían que un consentimiento eximía del delito y están teniendo que aprender de abuso en el ámbito laboral a base de hostias. ¿Porque la letra con sangre entra?
Obviamente la aceptación de principios como el de igualdad significa llevarse por delante a quienes han hecho posible un trato y modelo de gestión machista. Pero en todo el revuelo generado, hay mucha gente a la que se le desangra la razón y no se entera de dónde leches le vino el tiro.
Es muy difícil permanecer en la actualidad de todos los avances morales que se producen más allá de los límites de nuestro interés o actividad diaria. Eso sólo los hace más lento, no fija sus posiciones.
En la batalla por los valores se encuentra también la batalla por la humanidad de esta guerra que se libra en nuestras cabezas, por el trato que damos al vecino cuñado, al tendero perroflauta o a la doctora feminista. Si queremos una sociedad que aprenda e integre valores nuevos, quizás lo mejor sería fomentar un entorno sin miedo al cambio.
#opinión, #rubiales, #ensayo, #sociología, #filosofía, #¿estosirveparaalgo?,..
Veo como se disparan los casos en todo el país, en mi comunidad autónoma, en mi ciudad y en mi barrio.
Veo como una nueva cepa se esparce por el país siendo esta más contagiosa que la primera sin que nadie se preocupe más de lo necesario salvo 4 que dan voces en el desierto avisando de lo que se nos viene encima.
Veo como los que deciden las actuaciones para atajar el problema ponen parches tarde e insuficientes.
Veo como se nos trata como a niños, sin decir directamente las cosas y lo que se nos viene encima.
Veo como las ayudas económicas llegan tarde o son insuficientes para mucha gente.
Veo como estamos pagando las consecuencias de haber “salvado la navidad” y de no haber tenido el valor de cancelar las fiestas de navidad donde muchos ya avisaban de lo que iba a suceder y está sucediendo.
Veo como al gente se pasa por el forro a diario las recomendaciones sanitarias para tomarse unas cañas, salir de fiesta, ver a su familia o porque está cansada un año después.
Veo como muere gente conocida en el último año, y más concretamente en los últimos 3 meses.
Veo como gente de mi edad (34) queda con una botella de oxígeno durante semanas porque no puede ni bajar del 5 piso y subir las escaleras.
Veo como la gente se manifiesta en plena ola porque no cree en este virus, ni cree en la saturación de los hospitales, ni cree en las medidas, ni cree en la vacuna.
Veo como la vacuna es administrada a gente que se salta las directrices de vacunación sin que caiga sobre ellos un castigo ejemplar para que no vuelva a ocurrir.
Veo con tristeza como vivo en un país que por unos y otros vamos camino de volver al caos social, sanitario y económico de hace un año.
Veo como única solución volver a un confinamiento domiciliario duro para cortar lo que YA tenemos aquí
Una vez un señor con barba en su mayor bestseller dijo:
Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios
Y con esa frase pienso armar toda mi defensa de la sublime Sucker Punch. Por que si hay una película criticada en la filmografía de Zack Snyder es esa. Sucker Punch es una película rebelde. Es un adolescente calibrando si le merece la pena la bronca de sus padres por pintar toda su habitación de negro y sobre todo donde va a conseguir tanta pintura negra. Sucker Punch quiere tirar de todas las palancas del universo y grabarlo para ver que queda después. Sucker Punch escucha una canción que le gusta, le da a una animadora una katana y piensa en lo guapo que estaría que apareciese una armadura samurái con lanzacohetes y ametralladora, y mientras el crítico de turno espuma por la boca mientras redactando una reseña con más palabras esdrújulas de lo permitido te arranca con un rift de guitarra y la animadora la raja el cuello al ronin gigante.
Hay gente que escribe sobre una película más de lo que dura la propia grabación de la misma. Y eso está bien, tu mismo me estás leyendo a mí escribiendo sobre una peli. Por eso Sucker Punch resulta molesta, porque apenas se puede escribir sobre ella, se tiene que ver. La película vive en el medio más puro del cine, en el visual, no en los comentarios posteriores. No es una película que se pueda explicar, se tiene que ver.
Porque no, no todas las películas tienen que cambiarte la vida. No todas las películas tienen que tener una moraleja que puedas añadir a un testamento. No todas las películas tienen que tener una historia que te desencajen la mandíbula.
Cuando arranca una película plantea como es y a donde va. Sucker Punch no te engaña, vas a ver escenazas cartografiadas con música rockera de fondo y a veces no necesitas más. Porque quieres ver a ese robot gigante blandiendo un barco como espada golpear el bicho enorme ese. Porque una batalla de bajos puede ser impresionante. Y no necesitas más.
Creo que nuestro mayor problema con las películas es pedirlas a todo ser otro Padrino. Tenemos que entender y comprender que las películas tienen un tono y unos planes. No podemos medir con la misma vara a todas las películas ni esperar que se muevan en los mismos lares. Parece que si una película no es profunda o sorprendente no tiene valor para el público general.
Tampoco quiero decir que ahora nos pueda valer todo, considero que Sucker Punch viviendo en su mundo de coreografías musicales lo hace bastante bien, incluso excelente. Rozando casi el videoclip en algunos momentos muestra algo fresco en una obsesión por soltarte tu próximo fondo de pantalla cada 2 minutos. Uniendo una serie de escenas con un núcleo común resulta bastante novedoso.
Es una gran película que no va a cambiar tu puta vida, pero tampoco lo pretendía
menéame