Cuando me soltaron de la cárcel por los cuarenta kilos de droga Me cogió otra vez la policía de al ladito de Almería Me cogieron con el Avia que llevaba cargado hasta las manillas De melones y de sandías, y de naranjas, pero estaban podridas Che, che, che, documentación Che, che, los papeles del camión Che, che, che, documentación Che, che, los papeles del camión Contrabando de sandías y de naranjas podridas Me cogió la policía de al ladito de Almería

Entramos a cara descubierta: nos disponemos, más que a deshacernos en loas —alguna caerá— a argumentar por qué Dirty Dancing es, sin duda, una de las grandes películas de la historia. No es un ejercicio de nostalgia de tiempos en los que todo era más fácil: Dirty Dancing parecía caduca cuando se rodó y fue revolucionaria. Hoy, bajo esa falsa apariencia de caducidad acartonada, sigue gozando de una relevancia inextinguible. Sin sonrojo ninguno se lo decimos. Dirty Dancing nació, se rodó y ha madurado durante tres décadas como una incomprendida.

Lo tradicional es terminarse las sandías a la tercera o cuarta campanada.

The Slow Mo Guys, Gav & Dan, se encuentran en un foso de tiro para tanques empleando la ultima tecnología en seguimiento de proyectiles. En combinación con las cámaras Phantom obtienen metraje absolutamente surrealista.