El cuerpo desapareció. El viejo horno crematorio dejó un puñado de cenizas, un rastro de humo en el cielo y un sinfín de preguntas sin respuesta. ¿Quién era el muerto del féretro? En un mundo repleto de ojos, donde todo se graba, no existía ninguna imagen del cadáver de aquel hombre cuyo poder había conseguido defenestrar la carrera de un juez. Nadie le midió, le pesó, comprobó sus huellas o su ADN. Tan solo bastó la identificación de la viuda, captada por la prensa en una media sonrisa, para que en menos de tres días se esfumara cualquier
