Tenía muchas ganas de probar a hacer autostop sola. Tenía mis miedos, mis dudas y, sobre todo, tenía mil excusas mentales para no hacerlo. Pero acababa de finalizar el Camino de Santiago, no tenía ganas de tomar un autobús que recorriese tan rápido los kilómetros que tanto tiempo me había llevado caminar y brillaba el sol. Me lancé a la aventura. Por delante tenía casi 100 kilómetros que recorrer a base de pulgar, un cartel y una sonrisa.