Es lo que pasa en el jardín de Alnwick, una de las más bellas atracciones del noreste de Inglaterra, ya cerca de Escocia. Detrás de la reja de hierro de la entrada se abre un camino a todo lo descrito antes pero también a un auténtico laboratorio de venenos, la morada de un centenar de plantas tan mortíferas que los visitantes tienen prohibido acercarse a ellas y mucho menos oler sus fragancias.