Al principio fue el manspreading. En la representación de la Creación que recreó Miguel Ángel (1511) ya puede apreciarse cómo el primer hombre, el padre Adán, se abre ostentosamente de piernas, ocupando una notable parcela de la nube que debería compartir con Eva, aún por brotar de una costilla flotante del despatarrado Adán. Otro ejemplo flagrante de ‘manspreading’ es el cuadro de Velázquez ‘El dios Marte’ (1638), que puede verse en el Museo del Prado. Generaciones enteras de madrileños se han inoculado la reprobable postura del dios.