El Big Ben, las piedras del Stonehenge, la catedral de York, el castillo de Windsor... Reino Unido está repleto de lugares que ver y de museos que visitar. Las opciones son numerosas y a todas ellas se suma una nueva: El museo nacional del excremento. Este peculiar museo se encuentra en Sandown, en el Zoo de la Isla de Wight, y en él se pueden ver heces de animales y, por supuesto, de humanos.

Un policía lo perseguía por su implicación en un altercado. El perseguido se defecó encima, se metió la mano, sacó excrementos y se los restregó al agente en la cara y en la camisa.

Por muy de vuelta que se crea una, hay cosas a las que nunca se acostumbra. Porque una cosa es leer sobre determinadas parafilias, saber de ellas en abstracto, y otra muy distinta verlas de cerca. Esta en cuestión no es que la haya visto, pero como si lo hubiera hecho, vaya. Hablamos de la coprofilia, consistente en ponerse palote con los cagaos.

Los nacidos durante el tardofranquismo logramos sobrevivir a toda una pléyade de columpios oxidados, toboganes de aristas afiladas y, en general, todo tipo de instalaciones lúdicas salidas de la mente de un tipo que, evidentemente, odiaba a los niños. Puede que aquellos mamotretos de hierro arrebataran más años de vida que la heroína a toda una generación, pero al menos no estaban diseñados por el degenerado que emuló el Centrípeto Humano en un parque infantil de Rusia.

En California una mujer de 24 salto dos verjas para acercarse a una cría de jirafa. La cría se giró y pateó en la cara a la intrusa. No reviste gravedad y ha sido multada.

Una investigación de la Bridgewood Heart Foundation ha revelado que comer una cantidad de nuestras propias heces cada día puede reducir drásticamente los ataques de corazón y otras dolencias cardíacas. El estudio indica que hay un compuesto en los desechos humanos que puede potenciar un mecanismo de defensa natural que protege las arterias de enfermedades.