He pensado, cómo no, en el gran escrache nazi, perfectamente materializado en la estrella amarilla. Y en sus otros colorines, siempre tan taxonómicos: rosa para los homosexuales, marrón para los gitanos, negro para las putas. He pensado en el aceite de ricino, la bebida del escrache franquista, que se daba a los rojos para que purgaran. Y quizá el que yo prefiero, por estético, el escrache de pelo: esas pelonas colaboracionistas que hacían andar a trompicones por las calles de Francia porque se habían acostado con oficiales alemanes