El relato de lo sucedido en Boston ha sido excesivamente perfecto, sospechosamente forzado, insultantemente aséptico. A día de hoy, a escasas setenta y dos horas de los hechos, nadie se atreve a plantear ninguna crítica a lo sucedido más allá de la evidente condena de la matanza; ningún intelectual o ningún medio, al margen de intelectuales y medios más o menos marginales o de aquellos otros que ya han sido tachados de habituales simpatizantes del “enemigo”, se atreve públicamente a alzar su voz.