Dicen las crónicas que Fleming reñía a los limpiadores de su laboratorio cuando encontraba mohosos algunos de los tubos de ensayo; hasta que cayó en la cuenta de que el antibiótico que buscaba era, precisamente, eso, un hongo, el penicillinum. Así, casi por casualidad, tras años de investigaciones, obtuvo la penicilina, dando un giro copernicano a la lucha contra las enfermedades infecciosas. Si Fleming hubiera sido un quisquilloso higienista, hubiera clamado a la gerencia del Saint Mary's Hospital de Londres el despido de tan poco pulcros...