El ecónomo de la diócesis (que tras inmatriculación vendió el monasterio) señaló que la finca se había registrado a nombre de la Iglesia en abril del 2015 y que desconocía entonces la existencia del documento de venta de 1906. Que el párroco le habló de unas piedras vendidas a los antepasados de Rosa. Se entrevistó con el nieto de ella, que le llevó la antigua escritura, y consultó con un notario y un abogado, que le dijeron que ese papel no tenía validez. Reconoció que le ofreció a la familia tres mil euros por la compra de «las piedras»...
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