Cuando Francis abrió los ojos, una máscara flotante le observaba.
-Empieza el viaje Francis. Será largo y necesitarás ayuda. Por eso puedes llevarte tu bien más preciado.
Francis encontró en sus manos un trozo de latón oxidado. “Oscar al mejor Director”. Y entonces recordó.
Su 20 cumpleaños chupando el repugnante rabo de aquel director que le metió en el mundillo a cambio de placer.
Su amada Sue llorando cuando le exigió acostarse con el productor que podía darle su primera película.
Ron, su detective, que organizó mil montajes para destrozar a sus rivales.
La montaña de vejaciones, insultos y amenazas a los actores que debieron sufrirle. Aquel suicidio.
Las decenas de chicas que se tiró con falsas promesas de un papel.
Y tantas otras cosas…
La noche en que le entregaron el Oscar, algo le decía que, unos años después, la estatuilla sería chatarra, pero sus actos le acompañarían eternamente.