El despertador sonó temprano para él, como cada día de los últimos 40 años. Ni siquiera encendió la luz de la mesita, nunca lo hacía: ella dormía a su lado y no quería molestarla.
Para él no era un problema, los años le habían hecho adaptarse a la oscuridad, y conocía cada centímetro de la habitación. En silencio, cogió su ropa y salió hacia el cuarto de baño, a asearse.
Después, a la cocina, a prepararse un frugal desayuno, apenas un café con leche y unas galletas, y el almuerzo que se tomaría a media mañana.
Antes de salir hacia el trabajo, hizo lo único que no era una rutina, que no era un automatismo, porque, 40 años después, seguía queriéndola: se acercó a la cama y le dio un beso en la mejilla a su esposa.
-Hasta luego, cariño…
Ella medio respondió entre sueños. El la arropó y salió.