Siempre fuiste mi superhéroe.
Cuando era un mocoso, tu presencia era la de un ser divino capaz de resolver cualquier problema que me perturbase. Inevitablemente, crecí, para descubrir que, más allá de ser mi padre, eras solo un hombre; pero no uno corriente, sino el más honrado de cuantos pude conocer. Volviste a ser mi superhéroe, porque eras la persona que yo quería ser.
Ahora, frente a tu tumba, los cipreses susurran, acusadores, porque jamás encontré el momento para decírtelo.