El precio del silencio

Las hormigas comerciaban con las cigarras: granos de azúcar a cambio de melodías. Pero un día, la Reina impuso un arancel y, por cada tres granos recibidos, las cigarras debían pagar uno en tributo.

Al principio, aceptaron. Para compensar, subieron el precio de su canto. Muchas hormigas ya no se lo podían permitir y, pronto, el mercado se paralizó.

El hormiguero, antes lleno de trinos, cayó en un pesado silencio. Sin melodías, el trabajo se volvió monótono y las antes animadas charlas pasaron a una sombría cuenta atrás del reloj.

Poco a poco, la monotonía y el desánimo se adueñó del hormiguero. Finalmente, las cigarras callaron. Los sueños se apagaron.