Nocturno

El sonido de fondo de la ciudad no apagaba el arrullo de las olas mojando los guijarros de la playa. De vez en cuando, una estela iluminaba a lo lejos las aguas tranquilas, mientras la nave surcaba las aguas de la bahía entre los dos puentes. A la izquierda, al fondo, el antiguo carrusel despertó de repente.

Erik recordó cómo era en su tiempo, cuando los caballitos de madera tenían vida. Las personas de este momento temporal solo lo conocían por fotografía, pero él había visto con sus propios ojos el carrusel dando vueltas y personas arremolinadas a su alrededor, disfrutando de una alegre tarde otoñal. Hoy en cambio, y con la complicidad de la noche, veía cómo la cubierta del carrusel se desplazaba y sus paredes se escondían bajo el asfalto para dar paso a otra nave, solo que esta no era marítima.

Los potentes motores emitieron su característico zumbido eléctrico, avisando de este modo de que era el momento de despegar. Hacía muchos años que los motores de explosión, con su estruendo característico, habían sido superados. ¿Quién iba dentro? ¿hacia dónde despegaban? Solo unos pocos privilegiados en la Agencia lo sabían, y Erik no era uno de ellos; su trabajo allí era de otra naturaleza.

Se concentró para disfrutar de la belleza de la situación: había nacido en los tiempos del cautiverio terrestre, y por tanto era capaz de comprender plenamente las implicaciones de lo que suponía no estar restringidos a un solo planeta.

La nave se elevó hasta perderse de vista, dejando, en su momento de máximo esplendor, la típica estela iridiscente que contrastaba con la noche y que tenía esa curiosa forma en la que muchos veían la metáfora de una despedida: un beso.