Me acerqué al estrado para recoger el premio, pero en lugar de agradecimiento, sentí miedo, un miedo semejante al que se siente cuando ves algo que no es natural, algo que desafía las leyes de la física y descompone el mundo que conocemos.
La gente aplaudiendo era a la vez real y fantasmagórica, eran demasiadas casualidades, demasiada suerte inoportuna en mi carrera, como si todo fuera una gran simulación, un sueño solipsista programado por un malabarista.
Una profunda náusea se infiltró por mi conciencia cuando advertí que estaba en chanclas y calzoncillos, y recordé que yo estaba saliendo del baño cuando de repente aparecí frente a toda esta gente entusiasmada.
No cabe duda de que había sido una gran actuación, pero el becario de matrix me la había jugado.
Sólo restaba esperar que el premio fuera un Irina Palm.