Cuando Ero empezó a congelarse perdí de vista el horizonte. Se escondió como la luna tras una ola y apenas despuntó una ligera lágrima lo agarré. Su intento de zafarse no terminó y al final conseguí introducirlo en la cueva húmeda que le protegía del Bóreas gélido. Se arrulló y creció. Una sonrisa iluminó su rostro.