«Enero, domingo y trabajando», musitó para sí misma Elena, mientras depositaba un brick de leche en la estantería. Poca gente sabe que para los romanos el año siempre comenzó en marzo, mes consagrado al belicoso Marte, hasta que en el siglo II a. C. el senado decidió adelantarlo para que los cónsules asumieran sus funciones antes y se agilizase la difícil campaña en Hispania. Tampoco que «domingo» está asociado etimológicamente con dominus, es decir, «señor». Así, los campesinos altomedievales, el día del señor, escuchaban misa en un idioma que no entendían, segregados por una reja y rodeados por imágenes de los horrores del infierno. Allí podían sentir su natural subordinación al dominus del Cielo y también al de la Tierra.
Ella tampoco lo sabría si no hubiese estudiado filología. Tal vez hubiese sido mucho mejor: el turno de reponedora en el Carrefour sería más llevadero.