Fátima se preparaba para una cita a ciegas que, sabía de antemano, sería trascendental para su futuro. Tras ponerse su mejor vestido y maquillarse, se sentó en la mesa donde le esperaba su pretendiente.
Fátima fingió ser bizca. Se encogió para evidenciar una joroba inexistente. Eructó varias veces y tosió escupiendo trozos de dátil a la cara de su enamorado. Respondió a sus escasísimas preguntas fingiendo retraso mental y hablando de sus dolores crónicos que le impedían levantar en peso siquiera dos gramos.
Al acabar la cita, el pretendiente se dirigió al padre de Fátima. “Dos cabras y tres ovejas como acordamos”. Acto seguido abandonó la sala. Fátima, niña pakistaní de tan sólo 12 años, se había jugado la peor paliza de su vida para evitar el peor resultado posible. Lamentablemente, no lo consiguió: su sentencia de muerte en vida junto al anciano que la pretendía ya había sido dictada.