En los siglos XVI y XVIII, dos rinocerontes, animal que no había pisado Europa desde tiempos del Imperio Romano y del que se tenía una concepción casi legendaria (bestiarios medievales), desembarcaron en el continente despertando una enorme expectación. Exhibidos en las cortes y ferias de muchas ciudades, en unas giras convertidas en todo un acontecimiento, fueron una singular fuente de inspiración cultural.