"No hay preguntas tontas —afirma el dicho—, solo tontos que no preguntan". Hace algunos años los físicos Rouslan Krechetnikov y H. C. Mayer decidieron aplicarse esa máxima e indagar en un enigma que probablemente a muchos de sus colegas, dentro y fuera de la Universidad de California en Santa Bárbara (UCSB), donde entonces investigaban, les pareció una obviedad: ¿Por qué se derrama tanto el café? ¿Por qué si camino a buen paso con una taza humeante en una mano es probable que acabe con los dedos salpicados o un lamparón en la camisa?