“Fetiche” tiene una curiosa etimología. A partir de la palabra “hecho”, forma pasiva del verbo hacer, se forma la palabra “hechizo”, que remitía al “artificio supersticioso del que se valen los hechiceros”, según podemos encontrar ya en el Diccionario Español-Latino de Antonio de Nebrija (1495). Por su parte de la palabra “hechicero” tenemos noticias documentadas ya en época de Alfonso X el Sabio, allá por el S. XIII, al aparecer en algunas traducciones del árabe. Hechicero y hechizo las encontramos en el portugués como “feiticero” y “feitiço” respectivamente. Esta última palabra cobraría especial notoriedad cuando navegantes portugueses comenzaron a explorar las tierras del África Occidental, designando como “feitiço” los objetos de culto fabricados por los pueblos con los cuales comerciaban. A estos les sorprendía (curioso) la importancia que los nativos daban a objetos de uso común y diario, a los cuales se dirigían con oraciones, reverencias, y no pocos sacrificios personales o colectivos: cuernos, plumas, aros muy adornados que los jefes de turno de cada pueblo se ponían en la cabeza e incluso bastones que no dudaban estos en utilizar sobre esos feligreses para probar la reacción de una masa chocando con otra si fuera necesario. Será este “feitiço” el cual pasará al francés como “fetiche”, para luego reingresar así de nuevo al castellano.
El término “fetichismo", en lo relativo al estudio de las religiones, fue presentado formalmente en 1760 por el ilustrado francés Charles de Brosses en su obra “Du Culte des Dieux Fétiches” (“El Culto de los Dioses Fetiches”). Para Brosses, el fetichismo es una de las formas primitivas de la religión, donde los seres humanos atribuyen propiedades sobrenaturales a ciertos objetos (y en ocasiones a sus portadores), creyendo que estos (fetiches) dan satisfacción a sus necesidades a través de los poderes que poseían dichos objetos. La atribución a estos poderes podían encontrarse en ocasiones bien en el mismo objeto, o en ocasiones a supuestos espíritus y otras divinidades que otorgaban poder y gracia al elemento (y así de nuevo en ocasiones a su portador o dueño). Para Brosses los fetiches son los únicos objetos que podrían explicar el sustrato común a todas las religiones conocidas: el “fetichismo” sería así el primer estadio de las religiones primitivas.
El concepto de “fetiche” y su fenómeno asociado, el “fetichismo”, sería desde la propia presentación de Brosses muy discutido entre estudiosos de la antropología. En especial se discutiría sobre la delimitación de su campo de aplicación válido: desde acepciones más universales para el término, incluyendo como “fetichismo” adoraciones a astros (sabeísmo), accidentes geográficos, animales, sucesos históricos o ¡incluso líneas sanguíneas!, hasta acepciones más restrictivas y modernas, entendiendo como “fetiche” solo aquel objeto inanimado, sin función ni capacidad práctica singular conocida, pero adorado por su propia existencia, sin la necesidad de ser portador de ninguna divinidad, espíritu o aptitud destacable. Ha sido también muy criticado por otros importantes autores que el “fetichismo” sea el primer estadio de las religiones. Dejemos a etnólogos, antropólogos y estudiosos de las “ciencias de la religión” disfrutar de sus discusiones al respecto.
Fetiche y fetichismo como comportamiento sexual.
En nuestra actualidad el término “fetichismo” nos evoca en primera instancia algo diferente a lo que los eruditos del S. XVIII comenzaron a estudiar. El “fetichismo” como un tipo de parafilia sexual ha pasado a ocupar la primera idea que hoy en día se nos pasa por la cabeza a la mayoría al escuchar esa palabra: se entiende como la excitación erótica o sexual a través de un objeto (véase cierto tipo de prenda o material, de nuevo adorno tal vez con forma de aro en la cabeza, medallones de reales ordenes que nos brindan tras una vida de servicios, cetros, y otras tantas obsesiones que ustedes ya conocen... o no).
Si bien en los últimos años el fetichismo sexual, o al menos algunos de estos comportamientos, han sido aceptados socialmente como práctica sexual normalizada (desde luego no parecen censurados en esos medios y prensa de gran alcance) no fue hasta mediados de los años ochenta que algunas escuelas psicológicas dejaron de describir estos comportamientos como desordenes mentales patológicos (con las consideraciones negativas asociadas). Si bien el psicoanálisis de Freud o más adelante el de Lacan trato de estudiar en profundidad este fenómeno, presentando el fetichismo sexual no como una enfermedad, comportamientos parafilicos como el fetichismo y sus consideraciones morales siempre han dependido de las convenciones sociales imperantes en cada época y lugar determinado. De otra manera no podría estar hoy en día tan normalizado algo como atarse una bola de goma a la boca encontrando así un extraño placer en no poder hablar de lo que sería necesidad para cierta profesión.
Fetichismo como institución.
Encontramos así dos campos de actuación históricos asociados al fetichismo: el fetiche como objeto místico y el fetiche como objeto sexual. ¿Qué en común tienen estos dos comportamientos, uno sexual y otro religioso, en apariencia diferentes, para que sea utilizada una misma palabra, “fetichismo”, en su descripción? Diremos que en ambos casos se trataría de una hipostatización: el fetichista sustantiva en un objeto material una concepción o idea que en principio no le corresponde al objeto. El fetichista impone a sus fetiches ciertos atributos, a veces metafísicos (afirma que el objeto tiene poderes por gracia divina), a veces terrenales (afirma que el objeto hace un gran servicio a nuestro país ) o a veces sexuales (afirma que... ponga aquí lo que a usted se le ocurra).
Sin embargo una reflexión aún más profunda se hace entonces necesaria: ¿sólo el fetichismo se encuentra encerrado entre los muros de la religión, la magia la sexualidad?
Imágen adjunta; “Rey Solo”, Tomas Serrano.