Los técnicos elogiaron el USB-C como el futuro de los cables cuando llegó al mercado en 2015. Fue una gran mejora con respecto a la generación anterior de USB, ya que permite diferentes funciones: carga, conexión a pantalla externa, etc. en un solo cable, todo sin tener un “lado bueno hacia arriba” como su predecesor. Cinco años después, el USB-C es casi omnipresente: casi todos los portátiles y teléfonos inteligentes tienen al menos un puerto USB-C. Pero a pesar de todas sus mejoras, el USB-C se ha convertido en un lío de estándares enredados.
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