Hasta ahora el interior de nuestra cabeza ha sido la frontera final de la libertad. Podían encarcelarnos, maltratarnos, amenazarnos o castigarnos, pero lo que ocurría dentro de un cerebro humano estaba a salvo de cualquier interferencia. A salvo de ser espiado, porque la verdad oculta en el interior de una cabeza no era accesible a nadie en el exterior; a pesar de décadas de intentos y de sofisticadas máquinas (detectores de mentiras) ni siquiera era posible detectar de modo consistente y fiable cuándo alguien estaba mintiendo.
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