Cuando a principios del año 2000, una amiga empezó a pasarme de contrabando series como The Wire o Los Soprano, y yo empecé darle la tabarra con ellas, mi padre me miraba como si un marciano acabara de aterrizar en el sofá e intentara entablar contacto con la raza humana. Me miraba como diciendo “no tenía que haber adoptado a este niño”. Hasta que un día, a base de insistir, me miró de reojo y me dijo “hijo, he visto Los invasores, Misión imposible, Las calles de San Francisco e Ironside. Series ya había antes de que tú nacieras”.